Juegos de poder
Fuente: Agencia Uno

Hace un poco más de un mes, que empecé a trabajar en un medio en Chile, como periodista practicante. ¿Cómo ha sido? Todavía estoy descubriéndolo. La verdad que el trabajo es maravilloso, hacer lo que me gusta, aprender, equivocarme, aprender. Tengo una jefa que es bomba, directa, líder, empoderada. Pero también tengo un jefe, que me ha hecho corroborar cómo los roles de poder son jugados por las imágenes masculinas.

Siempre me ha llamado la atención la masculinidad en las personalidades, aún más en las mujeres en esferas de poder. En mi país, hace unos años atrás, hubo una presidenta mujer que se preocupó de infinitas cosas en Chile, sobre todo las que tenían que ver con la equidad de género, protección a las mujeres, y a los Derechos Humanos. 

Michelle Bachelet ha sido más reconocida y respetada en el extranjero que en Chile, y yo se lo atribuyo a la sociedad machista en la que estamos. En que cuando una mujer ocupa espacios de poder, tiene solo una opción para salir viva por la jauría de machitos al acecho: ser masculina. 

Y no me refiero a lo que coloquialmente conocemos como ser masculina, sino que a utilizar nuestro cuerpo y nuestra voz para proyectar algo muy distinto a cómo somos para proyectarlo. Utilizar trajes de dos piezas, subir la voz, ojalá ser ronca, sobria en colores. Cosas que por lo demás, han sido comúnmente aceptadas por la gente, por lo que la única forma de conocer el poder es a través de eso. 

Pero a diferencia de los hombres, y a diferencia del rol masculino que podía tener en puntos de prensa o anuncios presidenciales. Michelle Bachelet era una mujer cándida, de esas que cuando vez en la televisión te dan ganas de abrazarla. Fue una mujer que anunció poéticamente que iría a reelecciones en su segundo período presidencial, que trabajó en ONU mujeres y ahora que es Alta Comisionada de los DD.HH en la misma. 

Es una mujer madre, por la que se le culpó sin límites cuando el error lo había cometido su hijo. Y ahí se retoma la discusión de que la culpan a ella porque esos espacios de poder, son femeninos. 

Entonces cuando ella se saca la banda presidencial y lucha por las mujeres, cuando lucha por la justicia para las familias de los detenidos desaparecidos en Chile, cuando legisló para que el aborto sea un derecho, cuando aprobó la unión civil entre homosexuales, ahí la esfera cambia. Y entonces, la critican. Y la critican por ser mujer, por ser mujer presidenta, por ser mujer presidenta madre. La critican porque 'flaquea' o le falla a cómo debiese ser ese poder, en donde por lo demás todos creen que pueden juzgarte o enseñarte a ser digna. 

Mi jefe es de tal forma, es un machito. Y es lamentable, porque las mujeres del medio tenemos que soportar cómo los trata, cómo a través de su humor se burla de nosotras, cómo cree que tiene el poder para faltarnos el respeto. Y quizás, la culpa no es de él directamente, en sí el periodismo es un nicho súper masculinizado y machista, en donde cuesta mucho ser mujer. Pero duele, duele significativamente cuando te atacan solo por eso, y que cuando te equivocas, lo que menos importa es si aprendiste, porque lo que importa, es que sepas quién es el jefe, quién es el que pega el grito más fuerte. 

Insisto, no creo que sea un problema personal de mi jefe, porque casi nunca lo es. Es que la forma política de hacer las cosas, nos ha permeado de tal manera que nos culpamos ridículamente a nosotras y nos obligamos a pararnos el día lunes y comportarnos de cierta manera para que nos respeten un poco más o nos humillen un poco menos. Tener poder no es malo, lo malo es asumir que el poder solo y siempre es masculino.  

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