En Lemoiz ya solo queda hormigón y acero. Lo que iba a ser un complejo de 116 hectáreas dedicado a la energía nuclear es ahora un conjunto de edificios vacíos abandonados a su suerte en plena costa vizcaína. Por las grietas de las once construcciones aún en pie aparecen pequeños arbustos que, con la falta de mantenimiento y los treinta y dos años que han pasado desde su abandono, han decidido repoblar lo que un día Iberduero les quitó.
Un gigantesco muro de quince metros de altura y 300 de longitud separa el Mar Cantábrico de lo que fue la cala de Basordas, situada a 30 kilómetros de Bilbao, entre Armintza y Bakio. Construido para evitar que misiles lanzados desde el mar pudieran impactar contra los dos reactores con los que iba a contar la central, ahora solo protege el recinto de los embates de las olas.
La construcción encontró una fuerte oposición en la ciudadanía vasca y en los movimientos ecologistas de la época, que organizaron protestas y manifestaciones multitudinarias en defensa de una costa no nuclear. Incluso el escultor vasco Eduardo Chillida diseñó un logo en señal de protesta contra la central.
Su cimentación comenzó en 1972 como parte de un proyecto diseñado por la dictadura de Franco y que contemplaba la construcción de otras cuarenta y una centrales nucleares en toda la geografía española, entre ellas dos más en la costa vasca y una en pleno entorno protegido de Doñana. A partir de 1977 la banda terrorista ETA tomó parte en la protestas antinucleares y realizó numerosos atentados con cinco víctimas mortales, entre ellas el ingeniero jefe de la central, Jose María Ryan, asesinado tras un secuestro de una semana que movilizó a una gran parte de la ciudadanía y que provocó la primera huelga contra ETA.
Tras varias paralizaciones e incluso sabotajes de los propios trabajadores de la empresa constructora, en septiembre de 1982 el gobierno central asumió la puesta en marcha de la central, que nunca llegó a materializarse debido la victoria del PSOE en las elecciones un mes después. Cuando solo faltaba el combustible nuclear para que la central se pusiera en funcionamiento, el gobierno de Felipe González decidió no seguir adelante, tras aprobar la moratoria nuclear en 1984. Se procedió además a la paralización de las obras en las restantes centrales proyectadas o en construcción. Tras la paralización definitiva, Iberduero se ocupó de desmantelar toda la maquinaria aprovechable, para posteriormente poder ser vendida.
Durante años se ha pensado en un nuevo uso para la central, entre las que se han barajado numerosas alternativas, como una central de ciclo combinado o un parque temático en torno a la ciencia y la energía como tema principal; con planetario y simuladores incluidos.
La recuperación total de la cala ha sido descartada tanto por el gobierno central como por la diputación de Bizkaia, debido a la enorme cantidad de residuos que se generarían (se usaron 200.000 metros cúbicos de hormigón en la construcción) y a la enorme afección que la construcción produjo en la zona. Todavía hay bajo de los dos reactores seis plantas subterráneas con un enorme entramado de tuberías y conductos construidos, listos para una hipotética puesta en marcha que nunca ocurrirá.