Tal vez la mejor descripción que se ha hecho de la la italiana de nacimiento pero mexicana de corazón Tina Modotti (Italia, 1896 – México, 1942) haya venido de la mano del poeta Kenneth Rexroth, quién sus memorias dejó claro que Modotti era “una fotógrafa, modelo, cortesana de alto coturno y Mata Hari de la Komintern.” Ella fue de todo en una época en la que las mujeres no podían ser nada. Se codeó con personalidades de la talla de Diego Rivera o Frida Khalo. Bebió de las enseñanzas del mismísimo Edward Weston, quién en alguna que otra ocasión incluso llegó a enviar el talento de aquella joven que, con tan solo 17 años y apenas unos meses de experiencia era capaz de hacer fotografías mejores que las suyas propias.
Modotti fue una fotógrafa, modelo, cortesana de alto coturno y Mata Hari de la Komintern.
En la que es ya su quinta colaboración con PhotoEspaña, la Fundación Loewe ofrece hasta el 30 de agosto una cincuentena de fotografías inéditas en nuestro país de aquella fotógrafa que, a pesar de haber nacido en una humilde familia del campo italiano, fue capaz de abrirse paso en Hollywood al tiempo que reflejó como nadie la vida de las clases más bajas. Porque, pese a que tal vez hubiese podido acabar diluyéndose en el arte y viviendo de la fotografía, como fue el caso de Weston, su profundo vínculo con la causa comunista y con la necesidad de hacer de su fotografía un medio para lograr una sociedad mejor fue más fuerte que todo lo demás.
Poco se conoce de la vida de Tina Modotti, quién siempre estuvo rodeada de un halo de misterio y de conjeturas. Lo que sí está claro es que fue una mujer de extremos, dispuesta a llevar tanto su vida como su fotografía hasta las últimas consecuencias. De aquella pequeña que tuvo que abandonar la escuela con 12 años para trabajar en una fábrica y ayudar a su familia y con 17 emigrar a Estados Unidos poco conocerían seguramente los que en aquella época vivían rodeados del lujo y el glamour de aquel Hollywood sin palabras y en blanco y negro. Y sin embargo, fue capaz de hacerse un hueco entre ellos, aunque su carrera como actriz sería más bien corta y quedó reducida a tan solo tres películas.
El vínculo entre ambos fue uno de esos lazos de aprendizaje mutuo que solamente pueden existir cuando dos verdaderos artistas se encuentran
Ya casada, entró como modelo en el estudio de Edward Warton. Poco a poco, la relación entre ellos comenzó a afinarse y ella pasó a ser su asistente, discípula y, finalmente, su amante. El vínculo entre ambos fue uno de esos lazos de aprendizaje mutuo que solamente pueden existir cuando dos verdaderos artistas se encuentran. En apenas seis meses, Modotti aprendió a usar la cámara y desarrolló un estilo propio que la llevó a distanciarse de la fotografía más artística de Warton y a adoptar un carácter mucho más activista y revolucionario, sobre todo tras viajar a México para asistir a su marido en el lecho de muerte. Warton la siguió y ambos se instalaron en México, donde ella trabó amistad con la élite artística de México y se unió al Partido Comunista Mexicano, al tiempo que ayudó a crear el primer comité antifascista mexicano.
Su labor como activista y su profunda vinculación con el comunismo la llevó a ser acusada de asesinato un par de veces (aunque en ambos casos quedó en libertad) y a ser expulsada de su querido México, aunque posteriormente el presidente del país anuló la pena y Modotti pudo volver al país para acabar muriendo en el interior de un taxi en extrañas circunstancias que han generado conjeturas de asesinato, purga comunista o simplemente, de un infarto. Nunca hubo una autopsia.
Lo que sí es cierto es que México dejó una profunda huella en la artista porque fue capaz de ‘colocarla en la Tierra’, poniéndola en contacto con una realidad muy dura como lo era la vida del campo, y despertó en ella un fuerte sentido de la responsabilidad, una necesidad de hacer algo para transformar aquella realidad. Sin embargo, nunca fue del todo capaz de dejar a un lado la visión estética de la fotografía, aquello que le había enseñado Warton de captar la quintaesencia de los objetos que fotografiaba. Tal vez fuera esa contradicción entre artista y activista lo que le llevase, según Neruda, a tirar su cámara al río Moscova (Rusia) y jurarse a sí misma que consagraría su vida “a las más humildes tareas del partido comunista”. O tal vez, simplemente considerase que había visto demasiada miseria como para seguir retratándole. Con una mujer como Tina, nunca se puede estar totalmente seguro.