Si hay algo que todos recordamos al oír el nombre de Anita Ekberg es, sin duda, ese baño en la Fontana di Trevi que marcó todo un hito en la historia del cine. Enfundada en un maravilloso vestido negro que flotaba en el agua, daba la impresión de que la sueca emergía de las aguas cual diosa romana, para invitar a un joven Marcello Mastroianni, aturullado por su belleza, a unirse al remojón.
“Si me hago famosa, el público aprenderá a pronunciar mi apellido; y si no, no me importa”
Pero el tiempo pasa y todo se lo lleva: al baño y a Anita, que murió el pasado domingo a las 10:30 [hora local] en un hospital a los 83 años en un hospital a varios kilómetros de Roma. Nacida en Malmö, Suecia, junto a otros siete hermanos, Kerstin Anita Marianne Ekberg destacó desde joven por su belleza y su sensualidad. Se alzó con el título de Miss Suecia a los 19 años, y compitió en Estados Unidos para Miss Universo, certamen que no ganó. Sin embargo, fue allí donde el magnate Howard Huges, aficionado a pulir estrellas de cine, vio un gran potencial en ella, y no tardó en contratarla. Le hizo tomar clases de arte dramático, le aconsejó varias operaciones que mejorarían su belleza y le sugirió la posibilidad de cambiar su apellido por otro más fácil de pronunciar, a lo que ella respondió resueltamente: “Si me hago famosa, el público aprenderá a pronunciar mi apellido; y si no, no me importa”. No se equivocó.
Su primer trabajo como protagonista, en Callejón Sangriento, junto a Lauren Becall y John Wayne le valió un Globo de Oro como estrella emergente en 1956. Trabajó en otras grandes producciones, como Guerra y Paz, junto con otros grandes como Henry Fonda, Audrey Hepburn o Mel Ferrer. Aunque trabajó en muchas otras películas, como Paris Holiday, junto a Bob Hope, Regreso de la eternidad o Los tres etcéteras del coronel, a las manos de Fernando Fernán Gómez, el éxito definitivo le llegó en 1960, cuando interpretó a Silvia en el fime de Federico Fellini, La Dolce Vita.
La película la elevó al Olimpo de las sex symbol mundial, algo que muy pocas han logrado alcanzar, e hizo que fuese solicitada por muchos cineastas, pero se mantuvo muy cercana al cine italiano y a Fellini, de quien se convirtió en musa por excelencia. Poco a poco su gloria se fue apagando, y tras trabajar con Shirley McLaine en Siete veces mujer su popularidad fue decayendo y únicamente quedaron de ella sus romances con Frank Sinatra o Gary Cooper.
Anita Ekberg, en sus últimos años. Foto: La Gaceta
Sus últimos años nada tuvieron que ver con el lujo y la fama que la rodearon en su juventud. Postrada en una silla de ruedas por problemas de salud, permanecía recluida en su villa cercana a Roma, y en sus últimas apariciones se la veía desmejorada y enferma. Atravesaba problemas económicos que hicieron que tuviese que pedir ayuda a la fundación Fellini de Rimini. Tal y como decía su abogada, Patrizia Ubaldi, "No vivía con lujos en los últimos años, pero estaría mal decir que murió en la pobreza". Aquella femme fatale de fuerte carácter, que llegó a salir en las portadas de las revistas por golpear a un fotógrafo armada con un arco y una flecha era, tras la muerte de Fellini y Mastroianni la última herencia viva de La Dolce Vita. Y es que el tiempo todo se lo lleva. Pero la Fontana permanece, recordándonos que, por unos mágicos instantes, Anita Ekberg se bañó allí.