Qué mejor manera de humanizar a los grandes escritores y artistas que buscando y conociendo sus pequeñas manías a la hora de ponerse a escribir, al igual que el resto de personas antes de ir al trabajo o participar en una competición deportiva.
La compilación de manías, rituales y rarezas de más de 160 escritores y artistas la ha llevado a cabo Mason Currey, autor estadounidense del curioso e interesante libro titulado 'Rituales cotidianos'. Estas son las más curiosas y relevantes:
Thomas Mann se obsesionaba hasta tal punto con los personajes que creaba en sus novelas, que incluso se imaginaba su firma. Además, leía lo escrito a sus familiares y les pedía su opinión y consejo.
Haraki Murakami, escritor japonés, sigue una estricta rutina que excluye cualquier tipo de interacción social: se despierta a las cuatro de la mañana y trabaja de cinco a seis horas sin parar, por la tarde practica ejercicio (correr 10 kilómetros o nadar 1.500 metros), lee, escucha música y se acuesta a las nueve.
Otro autor que seguía una marcada rutina es el estadounidense Henry James. Éste escribía todos los días desde bien temprano y lo dejaba a la hora de comer. Por las tardes leía, tomaba té, salía a pasear, cenaba y por la noche tomaba notas para el trabajo del día siguiente.
Sin embargo, James Joyce solía levantarse entrada la mañana y escribía por la tarde, pues él consideraba que entonces la mente está en su mejor momento.
Casos más fetichistas son el de Ernest Hemingway que escribía con una pata de conejo raída en el bolsillo o el de Gabriel García Márquez que necesitaba estar en una habitación con una temperatura determinada y que hubiera una flor amarilla en la mesa. Además, éste último escribía descalzo.
Por último, Isabel Allende hace 'conjuros' antes de comenzar su tarea y también enciende una vela y cuando ésta se apaga, deja de escribir esté por donde esté la novela. Además, empieza siempre sus novelas el 8 de enero.
Intentar deducir qué manía es más extraña de todas las que aparecen en este libro está en el juicio de cada lector, pues depende de la impresión sobre cada persona. Lo que está claro es que estas pequeñas (o enormes) rarezas y singularidades de los escritores, los humanizan al igual que los hace únicos en su labor.