A menudo se considera La Invención de Morel (1940) como la novela con la que dio comienzo la carrera literaria de Adolfo Bioy Casares, escritor argentino cuya obra tuvo la mala suerte de coincidir en el tiempo con la de Jorge Luis Borges o Julio Cortázar, máximas figuras de la literatura del país sudamericano. A pesar de estar a la sombra de estos dos gigantes, los textos de Bioy Casares han conseguido llegar hasta nuestros días con la fuerza que sólo tienen aquellas obras bendecidas con el toque de genialidad que les permite trascender y no depender de aspectos tan triviales como el espacio o el tiempo.
La Invención de Morel es una novela breve escrita a modo de diario o informe sobre la llegada de un fugitivo a una isla desierta mientras huye de su condena. El fugitivo, del que en ningún momento conocemos el nombre, se esfuerza por entender y plasmar en su diario sus reflexiones sobre los acontecimientos que presencia en la isla. Sin saberlo, el protagonista de la novela se ha convertido en un espectador privilegiado de una gigantesca obra de teatro y se esforzará hasta la extenuación por conseguir interactuar con los actores para darle un sentido a su existencia. Además, durante su estancia en la isla deberá lidiar con la exasperante indiferencia que provoca su persona en el corazón de una de las habitantes, de la que se enamora desde la primera vez que la ve.
Es complicado hablar de una novela como esta sin caer en el error de desarticular su trama dando demasiados detalles de la misma. El autor nos propone un juego, nos enseña las cartas y luego las cambia. Para ello, se sirve de un giro argumental a mitad de novela que renueva el sentido que el lector podría estar dándole a la misma y reformula la visión de todos los acontecimientos ocurridos hasta ese momento. A pesar de tratarse de un relato fantástico, el desenlace de la novela no puede tildarse de inverosímil ni su desarrollo de descabellado. Bioy Casares consigue difuminar por completo la línea entre fantasía y realidad.
La Invención de Morel no es un libro de filosofía, aunque entre sus páginas fluyan más reflexiones filosóficas de las que una persona común pueda llegar a asimilar. Temas como la eternidad o la soledad son lugares comunes y recurrentes en cada página del texto. En este sentido, Bioy Casares logra dar perfecta salida a un tema que siempre rondó su mente: la inmortalidad del ser humano. El autor no argumenta su obsesión por la eternidad en torno a la idea de burlar a la muerte, sino que lo hace desde un prisma mucho más pragmático y verosímil que queda reflejado en la frase de su protagonista:
“Creo que perdemos la inmortalidad porque la resistencia a la muerte no ha evolucionado; sus perfeccionamientos insisten en la primera idea, rudimentaria; retener vivo todo el cuerpo. Solo habría que buscar la conservación de lo que interesa a la conciencia.”
Jorge Luis Borges, amigo personal de Bioy Casares, prologó la novela cuando se publicó en 1940 y no pudo inducir mejor a su lectura cuando finalizó sus líneas valorando que, habiendo leído y releído la obra, no le parecía “una hipérbole o una imprecisión calificarla de perfecta.”. Si alguien como Borges dijo algo así, para cualquier amante de la literatura es cuanto menos prudente acercarse a esta novela y darle una oportunidad. No les decepcionará.