La segunda novela de este escritor, El coronel no tiene quien le escriba (1961),  cuenta la historia de Aureliano Buendía, un veterano de la Guerra de los Mil días  que lleva 15 años esperando la pensión que le corresponde mientras malvive con su mujer vendiendo los muebles de la casa y alimentando al gallo de su hijo muerto,  con la promesa de obtener mucho dinero  después de su venta. La acción, que  se desarrolla durante los últimos meses del año, muestra  a unos personajes fuertes y luchadores, que poco a poco se van dando cuenta de la realidad: nunca va a llegar la pensión.

Considerado uno de los cien mejores libros del siglo XX, no es precisamente uno de los  que más identifiquen el estilo del autor. La sucesión lineal de la trama y el desmesurado realismo de la misma le confieren una sencillez  a la obra, que hasta Gabo la calificó tras su publicación como  “la más simple que había escrito”

  “- Así es- suspiró el Coronel-.la vida es la cosa mejor que se ha inventado”

 Varios son los elementos que debemos destacar en ella: la contraposición vida-muerte. La historia comienza describiendo un funeral al que asiste el coronel y en el cual se acuerda de su único hijo, fallecido hacía años. No obstante, una de las frases más famosas del relato  dice:  “- Así es- suspiró el Coronel-.la vida es la cosa mejor que se ha inventado.” Juega con estos dos elementos de forma simbólica, pues aunque el matrimonio sufra muchas penurias y desgracias, se aferran a este mundo  combatiendo  las adversidades.

Otro  objeto de análisis  son la primera y la última oración, ratificando la sucesión en orden cronológico.  “El coronel destapó el tarro de café y comprobó que no había nada más que una cucharadita”/ “Dime- ¿Qué comemos le pregunta su mujer?- A lo que él contesta -¡Mierda!

Referencias históricas

El origen de esta obra tiene lugar en su abuelo Nicolás Ricardo  Márquez Mejía, coronel de la de guerra civil de los Mil Días y testigo del Tratado de Neerlandia, el cual esperó durante años, como muchos otros excombatientes liberales y conservadores, una pensión vitalicia que el gobierno colombiano les había prometido.  Su abuelo, al igual que el personaje de esta novela, acudía cada viernes a la oficina de correos hasta su muerte, en marzo de 1937. De hecho, el propio  Márquez  de niño solía acompañarlo a la oficina de correos.

Los escritores suelen decir que cada libro tiene una pequeña parte de ellos mismos, y, es que justo en el momento de su publicación el propio autor pasaba por apuros económicos ante la espera de dinero en París.  No obstante, este colombiano no corrió la misma suerte que el señor Buendía y contó con la ayuda del poeta Gaitán Durán y de Alberto Aguirre para  poder publicarlo en Medellín a principios de los sesenta. Tiempos difíciles para las letras.

38 años es lo que tuvo que esperar  esta obra magna para ser llevada al cine de la mano del director mexicano, Arturo Ripstein, conservando el mismo título que la obra original. 

 En fin, pensar en G.G. Márquez es saber que cada libro es un tesoro, una caja llena de sorpresas, en la que los personajes y los lugares  se van  recreando y difuminando al compás, pero con un elemento en común: la historia de Iberoamérica