Hoy escribo desde el rellano de la escalera del The New York Times porque en este área de descanso la luz no se apaga nunca, es por tanto más sencillo seguir el rastro de colillas que dejan los redactores ávidos por revelar la verdad, visualizar la columna de humo que desciende de un rascacielos de 52 plantas que alberga hoy el denso y bullicioso camino de una redacción en la que el libro de estilo abre sus páginas más brillantes con las notas de un viejo caballero del nuevo periodismo llamado Gay Talese. En el recuerdo queda aquel edificio de 14 plantas de la calle 43 en el que el joven Talese hacía de chico de los recados. Pasaba desapercibido subiendo y bajando incesantemente escaleras, tenía acceso y vía libre a todas las secciones y aprendía serpenteando sabiamente entre los entresijos del mítico periódico. En lo más alto, en la torre de marfil ubicada en el último piso, la familia Sulzberger dirigía los designios del periódico y allí fue testigo de rivalidades, de luchas por el poder. Sus vivencias en aquel edificio le sirvieron para ser mejor periodista, mejor escritor y para volcar su talento literario en la obra El reino y el poder, sobre las tripas de The New York Times.
Mr. Talese para todo aquel que sienta y perciba el periodismo como el relato breve y el desarrollo literario de una historia contada desde ángulos absolutamente novedosos y atractivos para el lector, es poco menos que el Santo Grial, pues Talese es una figura emblemática de las más altas esferas del periodismo escrito, llámense éstas periodismo literario, o literatura de no ficción. Un genial contador de cuentos anclados en la realidad que dan vida a maravillosas crónicas y reportajes, aquel para el que escribir es un deporte de contacto intelectual. Puede que para muchos sea un auténtico desconocido, pero para todo aquel que crea posible la mágica conjunción del periodista con el escritor, es el eslabón necesario entre la literatura y el periodismo.
Como maestro en la confección de introducciones absolutamente sublimes, sus primeras conjunciones de frases y palabras siempre logran atrapar al lector. En este extracto habla sobre el árbitro del combate: Cuando está en el cuadrilátero permanece muy cerca de los boxeadores a veces apenas a un palmo de ellos, pero nunca ha recibido ningún golpe. A los 51 años todavía es de movimientos elegantes y veloces, y finta, se cubre y esquiva puñetazos en el ring como si volviera a combatir. Desde su privilegiado primer plano, puede mirar a los ojos de los púgiles, si contempla un púgil vencido, es capaz de leer la derrota en sus ojos.
Talese es un maestro de prácticamente todas las especialidades de periodismo, pero muy especialmente del periodismo deportivo. Nadie como él ha contado el mito, nadie ha podido leer entre las sombras para mostrarnos un nuevo modo de hacer una crónica, de hurgar en la verdad partiendo desde un ángulo absolutamente diferente. Relatar una derrota o una victoria partiendo desde la óptica literaria de una pareja que acude al estadio a ver a su ídolo o su equipo ganar. Pero si hay algo por lo que se ha diferenciado del resto, es por su grandiosa curiosidad literaria por mostrarnos el verdadero rostro del perdedor, de la derrota, que en esencia es el del deporte puesto que tarde o temprano todos han de perder. Es en ese momento cuando para Mr.Talese se revela la verdadera medida del deportista.
A Mr.Talese siempre le fascinó ese mundo porque el deporte como símbolo de la necesidad humana de éxito, es en esencia la actividad de un individuo que asume riesgos corriendo el peligro de no alcanzar sus expectativas, y acabar quedando como “perdedor”. Todo deportista que ha escuchado los vítores en un estadio ha sufrido también los abucheos y la furia que expresan la decepción y desaprobación de los espectadores.
Posiblemente por esa fascinación que siente por la derrota el Floyd Patterson que siempre más le interesó no fue el ídolo victorioso de los primeros años, sino aquel que comenzó perder. Paradójicamente muchas de sus crónicas más célebres fueron aquellas en las que nos contó primorosamente las victorias de Ali o la recordada "Joe Louis: el rey en la mediana edad" (Esquire, 1962), que según Tom Wolfe, supuso el inicio del llamado Nuevo Periodismo. Pero Talese estaba especialmente interesado en la lección del perdedor, quizás por ello no se muestra complaciente con ese estilo de periodismo que sólo "engalana" al ídolo, "llora por sus músculos destrozados" y hasta enumera "los trenes que ha perdido". Su manera de retratar al ídolo es absolutamente diferencial y está encaminada en mostrarnos al Di Maggio que ordenó que siempre hubiera flores en la tumba de Marylin Monroe, o aquel otro ya veterano que en un partido homenaje hizo un home run para seguidamente escribir: “Y miles de personas se pusieron de pie de un salto, como locos, gritando de alegría: el gran DiMaggio había vuelto; volvían a ser jóvenes; era ayer"
Como suele decir reporteaba como su madre, dependienta de una tienda de vestidos, de la que aprendió mientras la observaba interactuando con sus clientas y, escribía como su padre, un sastre paciente y meticuloso que poseía el don de la mesura y la medida. Nacido en 1932 en Nueva Jersey, en una familia de raíces italianas, siempre tuvo inquietudes literarias y periodísticas, publicó su primer artículo en un periódico escolar de Ocean City, New Jersey. Tras estudiar en la Universidad de Alabama y como citamos al comienzo pasó a ser chico de los recados en el New York Times. Puso un pie por primera vez en la redacción en 1953 y se abrió paso entre el humo de un gigantesco espacio copado por el denso y frenético hilo musical de las teclas hirviendo una verdad contada a manos de 400 redactores con el sello Times. Sintió entonces que pasaba a engrosar las filas de una profesión noble cuya máxima aspiración era ser fiel a la verdad y aunque no siempre lo consiguiera siempre fue su ideal.
Trabajó en The New York Times entre 1956 y 1965, dejó el prestigioso periódico porque lo quería escribir necesitaba más espacio y más tiempo. El estilo de reportaje en el que quería trabajar solo se podía realizar en cierto tipo de revistas, y así fue como empezó a colaborar con Esquire, para la que hizo Mr. Bad News. un perfil sobre el periodista encargado de redactar los obituarios, un personaje anónimo. Allí coincidió con Tom Wolfe junto al que dio los primeros pasos de una nueva forma de entender el periodismo.
Poseedor de maneras de gentleman para Talese jamás existió reto imposible de conseguir, siendo la verdad el arma más pura y poderosa. Jamás se conformó con contar la noticia sino que se interesó vivamente por lo que la rodea, aquello en lo que se puede profundizar para encontrar el verdadero rostro de la noticia y el personaje. Con el afilado instinto periodístico y literario que posee fue capaz de convencer a Bill Bonano para que nos mostrara otra cara de la mafia, de la familia, aquella que nunca contarán los archivos policiales o las crónicas negras del hampa. Fue capaz de ir de frente ante uno de los capos de las cuatro familias y decirle: soy periodista pero quiero contar tu historia como nadie la contará…
Ese es Gay Talese, un maestro del periodismo sobre el que haríais bien conocer, leer, estudiar y aprender, pues en El silencio del héroe, un libro evocador e íntimo con personajes memorables, descubriréis posiblemente la mayor master class de periodismo deportivo que podáis recibir. Los primeros artículos de Talese, algunos de sus mejores reportajes y comentarios y textos inéditos para degustar las esencias del auténtico periodismo.
El escritor y periodista estadounidense siempre se empeñó redefinir qué y quién es noticia, intentando rescatar a todos aquellos personajes que los periódicos dejaban fuera y merecían mucho más. Muchos compañeros al contemplar su estilo periodístico especularon con la posibilidad de que Talese se inventara los hechos, pero nada más lejos de la realidad, pues era esa realidad la que le servía y le sirve para aplicar en sus artículos técnicas propias de la ficción, como la creación de atmósferas a partir de pequeños detalles, algo que se convirtió en su sello.
Talese es una época de la historia del periodismo en la que publicar en determinadas revistas era una forma de arte y no cabe duda que el citado género encontró en este trovador a su Miguel Ángel. Un periodista grandioso, luminoso, colorido, de una prosa certera que emociona con lo cotidiano y solo pretende que sus historias, sus artículos y personajes reales, no desaparezcan sino que adquieran el sabio poso del tiempo y envejezcan bien. Huye de un periodismo apresurado que utiliza los hechos para sus propios fines, es en cambio la paciencia del que dice poseer la educación para saber escuchar y abrir en canal el alma del entrevistado.
Es el viejo maestro del Nuevo Periodismo, la escena, los personajes, el diálogo y la narración, pues los grandes novelistas de la época le enseñaron a escribir sobre deporte, una de las excusas que adoptó para describir la vida, pues las buenas historias nunca mueren. En The New Yorker siguen envejeciendo muy vivas sus historias basadas en personajes y hechos reales, aquellas que rezuman periodismo en el sótano donde escribe y conserva su archivo de notas en cajas de cartón.