El jugador salió lento, cabizbajo. Había cuajado un partido pésimo en la posición en la que le había probado el entrenador y eso era inaceptable para un joven que pugnaba por hacerse con un puesto de titular. Bien es cierto que él era un jugador de corte ofensivo y el técnico había insistido en incrustarle entre los centrales. Por estos mares de dudas navegaba divagando el joven futbolista cuando sus pasos le llevaron a zona mixta. Como cordero al matadero, levantó la mirada y observó la pujante masa de periodistas. No tenía escapatoria, tendría que reconocer su fracaso.
Cuando Mario Cáceres, un afamado reportero, le llamó por su nombre de pila con mucha familiaridad, se temió lo peor. Palabras dulces que solamente presagiaban la estacada final. Sin embargo, la primera pregunta tomó otros derroteros.
— ¿Tienes algo que declarar sobre la noche de ayer? ¿Has visto las imágenes que se han publicado de ti en la puerta de la discoteca?
El cabizbajo jugador se sobresaltó. ¿Qué fotos? ¿Qué discoteca? Había vuelto a mirar al suelo, regalando su cuello a la espada de Damocles que pendía sobre él, pero aquellas preguntas le hicieron levantar la mirada. Delante de él se había formado una nube de micrófonos, cámaras y móviles. Tartamudeó.
— ¿Q-Q-Qué f-fo-fotos?
La timidez del chico le perdió. Un experimentado tiburón informativo, Álvaro Serrano, olió la sangre y le sometió a un interrogatorio de tercer grado. Le faltaba el cigarrillo y la lámpara oscilante.
— Vaya, así que reconoces que estuviste allí. ¿Qué crees que pensará tu entrenador? ¿Se debe a la resaca tu pésimo partido de hoy? ¿Cuál crees que puede ser la sanción por parte del club? ¿Qué opina tu novia sobre las chicas de dudosa moralidad que cuelgan de tu brazo? ¿Está enterada?
El futbolista no se explicaba qué estaba pasando. Ayer por la noche estuvo en su sofá, con su preciosa novia, viendo una película absurda de risa. El malentendido que estaba viviendo en sus carnes hubiera sido digno de entrar en el guion de una comedia también, pero en este momento no podía pensar en eso. Tenía a su chica como testigo de que todo lo que estaban diciendo era mentira, que no existían tales fotografías y si existían, él no era el protagonista. Pero muchas de las preguntas lanzadas habían sido captadas en directo por la radio y sobre el joven mediocentro empezaba a pesar la mala fama.
Los periodistas malinterpretaron sus gestos de nerviosismo, pensando que habían pillado al chico en un renuncio. Se agolpaban contra la valla, ansiosos de seguir cosiendo a preguntas al acosado acusado. Se disculpó atropelladamente y enfiló el pasillo que le llevaba a la salida. La nube de medios se disponía a perseguirle cuando detrás de él vino otro compañero, que supuestamente había sido su compañero de juerga el día anterior. Una vez confirmada la salida del mediocentro, los periodistas se lanzaron hacia el nuevo protagonista.
El futbolista dio unos pasos y de repente escuchó su nombre completo. Aún le quedaba un joven periodista que salvar. Llevaba un polo azul y se había mantenido alejado de sus “jugosas” declaraciones. Sintió curiosidad por el chico y de inmediato sintió simpatía por no haber acudido a su masacre pública. Sin embargo, interiorizada la lección que acababa de recibir, se le acercó con el cuchillo entre los dientes.
— No voy a hacer más declaraciones. No soy el de la foto.
El periodista joven sonrió con complicidad. Aquel gesto relajó al futbolista, que dejó de ver al chico del polo azul como un enemigo. Por fin abrió la veda.
— No me interesan los detalles de tu vida privada. Yo ayer mismo estuve en una discoteca y ahora estoy cumpliendo con mi trabajo, nadie me ha pedido cuentas. Si tú cumples en el campo, no me importa que anduviste haciendo ayer. Aunque si te sirve de consuelo, he visto las fotografías y se va a aclarar que no eres tú, solamente un tipo que se parece a ti.
Respiró hondo y se terminó de calmar. De reojo pudo observar los sudores fríos que debía estar pasando su compañero ante las hordas periodísticas en busca de un titular. Decidió asumir su fracaso en el campo con este joven.
— Si yo reconozco que hoy no he jugado mi mejor partido, pero no fue por salir de fiesta. Es que...
Se calló, buscando las palabras. No quería cargar las tintas contra su propio entrenador, porque por muy amable que fuera aquel reportero, tenía pinta de avispado y cogería al vuelo el enfado que tenía con su técnico. En ese momento, el periodista le arrebató la palabra.
— Bueno, lo que te quería preguntar era sobre tu rendimiento de hoy, que es verdad que no ha sido tu partido. ¿Te has encontrado incómodo retrasando tanto tu posición? ¿Es una estrategia del entrenador meterte casi como tercer central en la creación, para dar más fluidez a la salida de balón?
Agradecido, el futbolista esbozó la primera sonrisa de la noche. No solamente había analizado su juego a la perfección, sino que encima le había puesto en bandeja de plata la respuesta.
— La verdad es que me he sentido algo incómodo en esa posición, porque yo soy un jugador que suele mirar más hacia la portería contraria, pero si el entrenador decide que soy útil allí, yo jugaré donde me pidan. Lo importante es seguir teniendo minutos y hacerlo lo mejor posible, aunque vuelvo a reconocer que mi posición natural yo la entiendo algo más alejada de nuestro portero.
Un leve movimiento de cabeza del periodista indicó al jugador que las preguntas habían acabado. No era una maniobra para ganarse su confianza y atacarle por la espalda, como había sospechado en algún momento el mediocentro, herido aún por las preguntas de los demás periodistas. Agradecido, llamó al periodista que ya había girado sobre sus talones y se marchaba hacia la sala de prensa.
— Oye, perdona, es que no te había visto antes por aquí. ¿Cómo te llamas?
— Valentino Velázquez. Pero mis amigos me llaman VAVEL.