Sí. Tenemos que reconocerlo. Aburrimos. No queramos pensar que el problema lo tienen ellos. Ellos que leen, que aguantan el sopor que supone ojearnos. Sin duda, el problema lo tenemos nosotros. Nosotros que escribimos. Tú y yo, que tecleamos absurdeces baratas. Sencilleces insulsas, tonterías que toman al lector por idiota. Y no, no lo es.
Tendemos a pensar que contamos lo que interesa, inyectamos historias en los consumidores que ya no saben cómo abstraerse de tanta banalidad. Los lectores, cada vez menos, se sientan con sosiego a leer a un periodista. La atención que requiere leernos es infinitamente inferior a la que debiera. Desviamos la atención, manipulamos y prejuzgamos. Y no, no es nuestro fin.
Definitivamente, Internet no es enemigo del periodista
Tampoco es nuestro camino. Desde nuestra poltrona creemos saber, creemos tener poder y creemos sentirnos necesarios. Lo peor es que ni sabemos, ni somos poderosos y cada vez somos más prescindibles. Prescindibles por nuestros errores, fallos continuos y direcciones erróneas. Al fin, tenemos lo que merecemos. Y no, no es lo que deberíamos tener.
A un lado quedan los análisis reposados y estudiados. Historias, reportajes trabajados hasta la extenuación. Hasta el punto de saber más que el que ya sabe. Hasta el punto de poder contar al lector algo que tiene que saber. Nos agarramos a la excusa fácil: Internet. La inmediatez, reñida con la calidad. Eso creemos, resentidos. Y no, no lo está.
La tecnología nos obliga a mutar. Adaptarse al medio, algo tantas veces llevado a cabo por los seres vivos. Sin embargo, nosotros, periodistas, queremos adaptar el medio. No entendemos sus vicisitudes y las oportunidades que nos ofrece. Lo creemos enemigo. Y no, no lo es.
El lector no se fía
Ofrecemos lo fácil. Desviamos la atención de lo que importa, de lo que el lector debe conocer. Nos guiamos por intereses. Manidos intereses en épocas donde tomamos la vara de poder para designar culpabilidades. No destapamos aquello reñido con nuestros intereses. Nos lo impide. Nos guiamos por rencores. Escribimos buscando que la persona que lee, altere su punto de vista. Queriendo que el lector sea lo que nosotros queremos que sea. Y no, no lo es.
Pensamos que no le interesa informarse más allá de la lectura de cuatro titulares. Titulares con doble sentido. Titulares con doble filo. Ofrecemos noticias contaminadas con nuestras experiencias y pensamientos. No nos damos cuenta de que nuestro papel termina con la mera información. Y si nos damos cuenta, el asunto es peor. El desglose y análisis queda sesgado por ideales que limitan nuestra credibilidad. La de unos, y la de otros. El lector ya no se fía. Y no, no es su culpa.
El periodismo ha moldeado el problema
Ingenuos. Acuden cada mañana al quiosco o a nuestras páginas. Nos leen y creen informarse de todo. Creen controlar los temas del día tras leer a los periodistas volcando su información sobre el medio. Información insulsa, sin calado. Escribimos sin alejarnos del asunto que nos atañe, lo tenemos demasiado cerca para atender todas las vertientes. Hemos hecho normal lo anormal. Hemos conseguido que leer una misma noticia en dos medios parezca un juego. Sí, un juego. Encontrar las 7 diferencias cada vez es más sencillo. Y no, no lo debe ser.
Y lo siento. Me resisto a pensar que el lector no quiere saber. Que se quiere quedar en lo superficial. Que no quiere ahondar en el problema, entender la situación. Que no tiene tiempo para nutrirse, que su ritmo de vida no le permite informarse. Que quiere ser parte de un rebaño. Que se siente bien con lo que le ofrecemos. Y no, no lo quiere.
Me resisto a creer que no hay espacio para la calidad. Que el consumidor no demanda un producto tallado y perfeccionado. Que al lector le interesan las historias sin historia. Que los detalles insustanciales sean noticiables. Que está todo perdido. Y no, no lo está.
Hemos ido moldeando el problema y alimentando las quejas de los lectores. Hemos orquestado rencillas y perdido la batalla. Una vez llegado a ese punto, estamos desubicados y desorientados. La senda quedó alejada del camino que seguimos y ya no sabemos volver. Nosotros, periodistas, escribimos ese camino. Y sí, no mires a otro lado. Somos los responsables.