Su proceder como mecenas se vio cumplido con el desarrollo de la Escuela de Traductores de Toledo, la cual ya funcionaba desde el siglo XII aunque será ahora con su patronazgo cuando alcance su momento más esplendoroso. Alfonso X, como nadie hasta ese momento, supo aprovechar la realidad social de su reino con la convivencia de judíos y musulmanes, ya que de ambos grupos intentó asimilar toda la cultura de la que eran portadores. Además, su interés no se centraba en los temas metafísicos o teológicos, que eran los que ocupaban los estudios de otras universidades europeas, sino que su preocupación se centraba en todas aquellas disciplinas que podrían estar al lado del ser humano, como la astronomía, la historia, el derecho o la medicina.

La prosa castellana: su nacimiento y consolidación

Con Alfonso X la lengua castellana adquiere carta de naturaleza como lengua escrita y cultural. Tal afirmación puede ser hecha porque antes de su reinado, la lengua culta escrita era el latín, y a partir de la labor de su scriptoriumy de la difusión de documentos desde su cancillería, deja ese puesto prominente al castellano.

Como ya hemos dicho, el monarca estaba interesado en los temas humanos, pero la cultura cristiana sólo le ofrecía la perspectiva desde el punto de vista teológico cristiano, por lo que recurrió al saber como lugar en el que obtener datos más interesantes para sus objetivos. En su reino podía tener a su alcance toda una tradición cultural diferente como la árabe o la griega clásica, por lo que el objetivo que se marcó fue el de tener accesibles esos conocimientos. Es en este ámbito donde cobra su verdadera importancia el taller de traductores. Funcionaba con distintos sabios especialistas en diferentes lenguas, como el árabe, el hebreo, el italiano, el griego, el leonés, o el castellano, que se coordinaban entre sí para realizar las diferentes traducciones o los encargos del rey. Para una misma tarea se necesitaban diferentes colaboradores ya que era muy difícil que un mismo traductor conociera perfectamente varias lenguas, el árabe o el griego como lenguas de partida y el latín como lengua de llegada. Por ello, el procedimiento de traducción consistía en que la traducción se hacía de forma oral, es decir, el sabio en árabe o en griego iba traduciendo al castellano de forma oral los escritos, mientras que el sabio en latín lo oía en castellano y lo traducía por escrito al latín.

La gran innovación de Alfonso X en este procedimiento fue suprimir ese último paso: la traducción por escrito en latín. De esta forma la traducción de los textos árabes, o en otros casos de textos griegos, quedaba directamente escrita en castellano.

Evidentemente, este cambio de proceder en la práctica traductológica, aunque en un principio pudiera parecer que respondiera a una cuestión práctica, pues así las traducciones podrían realizarse en un tiempo breve, en consecuencia, serían más abundantes, se debió a una razón más importante y trascendente como fue la de reconocer al castellano como la lengua de uso común entre la población y, por lo tanto, la lengua en la que más personas podrían acceder al saber. También fue una decisión consecuente con la que se había adoptado en la cancillería de su padre, Fernando III, al redactar los documentos públicos en esta misma lengua. Sin lugar a dudas, este hecho no podría haberse dado nunca si el castellano como lengua de comunicación no hubiese estado completamente estandarizado entre la población y hubiera logrado ya su plena madurez. El rey sabio constató con su proceder esta realidad y consiguió que la lengua castellana se normalizara en pleno siglo XIII en todos los escritos, tanto jurídico-administrativos como literarios.

Las obras de Alfonso X, el Sabio

La labor de Alfonso X en las obras que vieron la luz durante su reinado y que siempre se le atribuyeron no es la de un autor, tal y como ahora lo podemos conceptuar hoy en día, sino que consistió en programar las actividades y seguirlas en su proceso.

Por este motivo no puede ser catalogado simplemente como un «mecenas» porque su labor trascendía tal menester al implicarse de forma directa y personal en la creación de las obras: elegía qué debía ser traducido, programaba los trabajos y los iba supervisando. Y siempre con el claro objetivo, nada egoísta, de enriquecer a sus contemporáneos con el saber que pudiera configurarlos como personas completas de su época.

La Historia

Dos fueron las obras de Historia que se escribieron bajo su supervisión: la Grandee General Estoria (que finaliza en la época en la que vivieron los padres de la Virgen, basándose en La Biblia y en los textos mitológicos procedentes del mundo grecorromano) y la Estoriade España o Primera Crónica General (en la que recorre todo el pasado ibérico hasta el reinado de Alfonso VIII de Castilla; aquí se apoya el los cronistas anteriores, sobre todo en Rodrigo Jiménez de Rada y en Lucas de Tuy).

Los dos textos fueron redactados en castellano. El objetivo expreso que tenía el monarca para acometer tales empresas no era otro que su propio sentido de la historia, es decir, en su concepción del mundo los acontecimientos históricos deben ser conocidos para poder aprender de ellos y no equivocarse de nuevo; el pasado lo concibe como experiencia política.

Su modernidad en la concepción de las obras históricas se pone de manifiesto fundamentalmente en dos aspectos:

  1. Aspecto formal: en la manera de redactar los datos se supera la tradición cronística anterior de la Europa cristiana (hechos ordenados por fechas) al narrar la historia como un verdadero trabajo específico acercándose de esta manera al proceder historiográfico oriental.
  2. Aspecto conceptual: entiende la historia como la obra directa de la actuación de los hombres sin referirse a la intervención divina y le otorga al pueblo todo el protagonismo. Incluso se pone de relieve un cierto concepto de «patria» que supera al de dinastía, reino o religión, además de percibir a España como un elemento unitario, concepto que se deriva del propio título de sus obras y se centra en Castilla como sucesora de los reyes visigodos.

Con estos dos aspectos la modernidad de Alfonso X se pone de nuevo de manifiesto. Son datos que corroboran y amparan el éxito y la singularidad de las proposiciones que tienen lugar en su reinado y que también propician, y explican, el porqué de la consolidación del castellano como lengua.

La Astronomía

En su preocupación por lo humano, la Astronomía ocupa un lugar importante dentro de los intereses del rey Sabio, sobre todo porque en esa época, como en tantas otras, se creía que los astros influían en la vida de las personas. Era tal el interés del rey por estos temas que también se le conocía con el sobrenombre del «estrellero».

Sus libros de astronomía son los llamados Libros del Saber de Astronomía. La mayoría de ellos eran traducciones del griego y del árabe, aunque había algunos de ellos que eran originales de su taller. Los títulos más significativos son: Libro de la Açafea (del astrónomo cordobés Azarquiel); Libro de ochava esfera (el saber de Tolomeo adaptado al contexto del s. XIII); Libro de las Armellas; Libro del Astrolabio redondo; Libro complido de los juicios de las estrellas (traducción del libro del s. XI del árabe Aly Abenragel, Picatrix); El libro de las Cruzes (Ilustr. 2) (del autor árabe, Ullayd Allah Al-Istiji); El lapidario (sobre la asociación de las piedras mágicas con los signos del zodíaco); Mi'ray (donde el profeta Mahoma sube al cielo por una escalera); Tablas astronómicas alfonsíes (original de los sabios judios Isaac ben Sayyid y Yehudá ben Mosé, que recogen sus observaciones en el firmamento de la ciudad de Toledo entre los años 1263 y 1272).

En todas esta obras trata de promulgar las virtudes y maravillas que Dios había creado, de ahí su interés por la naturaleza en el que entran tanto la astronomía, como la astrología e, incluso, la magia como técnica adivinatoria.

La Poesía

La producción poética del rey Sabio está escrita en lengua gallega como era habitual en su época ya que existía la tradición de escribir poesía en esa lengua debido a la producción poética llegada a la península a través del Camino de Santiago.

Su obra se recoge en Las Cantigas de Santa Maria  420 poemas con una manifiesta complejidad formal y con un carácter claramente narrativo. Tienen una marcada naturaleza religiosa puesto que recogen los milagros de la Virgen, aunque no son textos con características litúrgicas. Por este trabajo también se le conoció con el sobrenombre de «el rey trovador».

 El Derecho

Alfonso X constituye un hito en la historia del derecho castellano y hasta penínsular  por lo que en este aspecto también se manifiesta su modernidad absoluta.

Con sus obras Fuero Real, Especulo y Las Partidas renueva todo el panorama legislativo de los fueros peninsulares pues da paso a un «derecho territorial basado en lo mejor del derecho tradicional y, sobre todo, en el derecho común romano-canónico que por entonces estaba imponiéndose en Italia, Francia y en otras partes de Europa». Se basó en la idea del monopolio legislativo regio, desarrollado en dos aspectos principalmente, el primero consistía en que sólo el rey y los alcaldes por él designados podían administrar justicia, y el segundo, en el hecho de la existencia de una unidad jurídica del reino.

 Otros aspectos

Además de lo ya expuesto, la labor cultural de Alfonso X se extendió a otros campos del saber aunque, quizá, no de manera tan productiva como en lo anterior. Así, también, encontramos una obra como es la Historianaturalis del franciscano fray Juan Gil de Zamora, escrita en latín y en la que hay abundantes textos sobre la medicina de la época; o el Libro de axedrez, dados e tablas, en el que se recogen diversidad de juegos para todo tipo de personas; es una muestra del interés que manifestaba el rey por lo lúdico.

Conclusión

No cabe duda de que, con Alfonso el Sabio, la prosa castellana adquiere carta de identidad como lengua vehicular de una sociedad. Deja de ser el instrumento de comunicación oral de la sociedad para trasladarse al resto de ámbitos comunicativos: las relaciones con la administración y, sobre todo, la trasmisión de la cultura escrita.

Toda la producción que lleva a cabo abre el camino y sienta las bases, ya sin retorno posible, del castellano. El impulso del romance castellano como lengua de cultura, estandarizada y normalizada como vehículo trasmisor del saber, colmó los dos principios básicos que deseaba el monarca: acercar la cultura a un público mayoritario, que se comunicaba en castellano y no en latín y, el segundo que deriva directamente de éste, ahondar en la fijación fono-fonológica y ortográfica, dotarlo de un léxico suficiente para poder expresar todos los conceptos adquiridos, desarrollar todo un modelo morfológico nuevo, intentar un vehículo sintáctico suficiente para la expresión escrita y, en definitiva, sistematizar la lengua que se hablaba en la calle. A partir del reinado de Alfonso X, el Sabio, la prosa castellana configura su camino que culmina con el español del siglo XXI.