En el arte poliédrico e infinito del flamenco el purismo representa quizás la atávica defensa por un inmovilismo racial que recela de todo aquello que no proceda del árbol milenario del duende, pero artistas de la talla de Enrique Morente y Miguel Poveda se han convertido en los difusores del flamenco para nuevas generaciones que comienzan a sentirlo como un arte universal. En un arte puro pero repleto de aristas que intervinieron en su evolución, el talento y la creatividad de Poveda aporta nuevas ramas a un árbol milenario que abre sus ramas de volantes a un catalán por cuyas venas no circula sangre andaluza sino savia flamenca.
Por ello aunque para los guardianes de la esencias Miguel Poveda sea un intruso, para los expertos en sentimientos su duende parece surgido del triángulo del flamenco que conforman, Sevilla, Cádiz y Jerez. Pues Miguel parece haber surgido del censo fundacional del flamenco, su talento es una espada mítica rescatada del Guadalquivir que atraviesa corazones en el barrio sevillano de Triana, su compás responde al tradicional sentido del ritmo y de la danza del gaditano barrio de Santa María, y su 'quejío' rasga la campiña regando de lágrimas el fundamental barrio de Santiago de Jerez.
Pero Poveda es catalán y nació en Badalona en el año 1973, de padre murciano y madre manchega, el flamenco se encarnó en un niño llamado Miguel a cientos de leguas de los míticos triángulos de la mágica y poliédrica tierra andaluza. El alumbramiento de Poveda representa la confirmación de que el flamenco es universal y pese a que por motivos evidentes el tarro de las esencias se derramara en Andalucía, no hay lugar en el planeta libre de su embrujo y duende. Y en Badalona un niño portó en su garganta los palos del flamenco y en su alma hecha de hebras de cuerda de guitarra el llanto cantado de las ocho provincias andaluzas.
Miguel fusiona al payo y el gitano con el profundo calado de su poderosa caja de música y el 'quejío' de una privilegiada voz con la que atraviesa almas. De su garganta surge la luminosidad de los cuadros de Sorolla y los sueños flamencos de Julio Romero de Torres, pues el cante hondo del niño de los tubos, el payo y catalán, representa todo un desafío y cataclismo genial para el poderoso arte del flamenco, Patrimonio de la Humanidad. Para aquel que vivió y creció en la ciudad de Badalona, para ese niño tímido con un mundo interior construido en derredor del duende que correteaba por sus entrañas, la copla y flamenco constituyeron el lienzo en blanco de su poderosa imaginación.
Mientras otros niños se dedicaban a jugar, Miguel quedaba abrumado por la mística inmersión que experimentaba al escuchar ”Los tres puñales” de Marifé. Pues las coplas de Quintero, León y Quiroga, que surgían de los discos de su madre en la intimidad de su habitación, le mostraron la verdad del poema y la vida. Y aquellas coplas que coparon su infancia de sueños, le llevaron a una prematura madurez moldeada en los umbrales del flamenco, donde descubrió el sentir y la “jondura” de los viejos maestros, voces como las de Antonio Mairena, Manolo Caracol, Tomás Pavón, La Perla, La Paquera de Jerez, La Niña de los Peines, Juan Varea, Rafael Farina, Camarón de la Isla, Enrique Morente y, Chano Lobato, que hicieron quebrar sus huesos al compás.
Miguel tocado por la varita de los dioses del flamenco rompió moldes y demostró que su garganta portaba la alegría y el dolor, bulerías, soleares y alegrías, himnos inmortales en su versátil voz, siempre acompañada por la masiva admiración de la gente, que en su caso no reclama ni precisa rancia saga o gitanía. Andalucía le adoptó como suyo y se lo quiso quedar, no en vano un pedazo fundamental de su vida reposa junto al puente de Triana, donde las raíces de un chopo le hablan con la voz de Francisco, su progenitor. Pues las cenizas de un corazón que nunca llega y un sentimiento que llega al corazón, descansan bajo aquellas ramas por las que resbala el rocío de la sensibilidad de un hombre que le enseñó a expresarse con la infinitud de los ojos.
En aquel corazón que nunca llega y ese sentimiento que jamás deja de llegar forjó su valentía y sensibilidad Poveda, que en 1988, con 15 años se subió por vez primera a un escenario, el de la Peña flamenca de Nª Sª de la Esperanza en Badalona. La guitarra se desnudó para acompañar su voz en el tablao El Cordobés de las Ramblas de Barcelona, y junto al guitarrista Juan Ramón Caro se presentó a las pruebas selectivas para el 33 Festival Nacional del Cante de las Minas de La Unión (Murcia) celebrado en 1993, donde el Ciclón Poveda que por entonces era una espada roma en la fragua del flamenco, fue galardonado con cuatro de los cinco premios, uno de ellos la Lámpara Minera, el más preciado, además de las modalidades de La Cartagenera, La Malagueña y La Soleá, hecho que marcó el despegue definitivo del cantaor catalán.
En 1995 grabó su primer disco flamenco propio con el título de Viento del este acompañado a la guitarra por Moraíto, Pepe Habichuela y Julián "El Califa" y con la colaboración de José Soto "Sorderita". Desde entonces se han sumado quince discos que ponen de manifiesto su desbordante creatividad, una trayectoria artística enriquecida por la experimentación constante. La disposición creativa de un valiente que se arroja con toda su alma a otros géneros musicales como el jazz, la música clásica o la canción de autor. Quince trabajos y veinticinco años en la profesión que celebrará el próximo 21 de junio con un concierto en La Plaza de las Ventas de Madrid. Oportunidad única para recordar “Suena flamenco”, “Zaguán”, “Poemas del exilio”, “Desglaç”, “Tierra de calma”, “Cante i orquesta”, “Coplas del querer”, “Artesano” y “Real”.
Tradición, transgresión y modernidad, la voz flamenca del poeta que en una silla de nea hizo vibrar a un emperador del flamenco como Enrique Morente, y llorar de flamenco a un genial transgresor como Bigas Luna, recientemente desaparecido que le abrió las puertas del cine en “La teta y la luna”. Una aventura que continuó de la mano de Carlos Saura y Pedro Almodóvar en "Flamenco Flamenco", "Fados" y "Abrazos Rotos" entre otras obras cinematográficas.
De las manos de “Chicuelo”, cuya guitarra gime de dolor y que como el torero bajó del cielo para enamorar, la voz de un cantaor brota en mil poemas, romances, y un canto popular que se inflama en danza por los hondos caminos. Es la voz de Poveda, charnego de purísima y oro que canta por soleá, mientras un silencio se quiebra en música de verdad y demuestra que las estrellas abren pasillos de duende y alegría al flamenco universal.