El relato La Casa de Asterión fue publicado dentro del conjunto de narraciones de El Aleph y, con su habitual magisterio, Borges nos hace imaginar y pensar una historia conocida desde un ángulo totalmente nuevo mediante el simple hecho de darle voz a un personaje al que no habíamos escuchado en la tradición por su condición de monstruo, bestia sin sentimientos producto de la venganza de los dioses. El cuento se trata de una reconstrucción del mito del Minotauro, mitad toro, mitad hombre que el pueblo de Creta se ve obligado a alimentar cada siete años con carne humana de jóvenes atenienses. El héroe Teseo, fundador de Atenas, se ofrece voluntarios para entrar en el laberinto y acabar con el Minotauro. Ariadna, hija de Minos, rey de Creta, le da el famoso ovillo de lana para que el héroe pueda regresar una vez mate a la bestia. Hasta aquí, la historia que la tradición nos ha hecho llegar. Lo que hace Borges es cargar de humanidad al Minotauro (al fin y al cabo también es hijo de los hombres) y hacerlo hablar, dejar que cuente su versión de la historia. La maestría del escritor argentino radica en el modo en que lo hace: plantea un juego, una adivinanza a los lectores que no será resuelta hasta el final. Borges introduce el cuento con una cita de Apolodoro que constituye la primera pista, aquí, el lector ducho el literatura clásica ya puede saber por dónde van los tiros, pues Asterión era el nombre que los clásicos daban al Minotauro y podrá sospechar que la casa a la que se hace referencia en el título, es el laberinto, sospechas que se irán confirmando a lo largo de la narración y que llevarán a la certeza con la última frase en la que Teseo se dirige a Ariadna y, por primera vez, no sólo aparecen los nombres de estos dos personajes mitológicos, sino que se habla además del Minotauro.
El modo en que consigue engañar al lector hasta el final es sencillo y complejo a la vez, consiste en no utilizar en todo el cuento las palabras laberinto, ni Minotauro (esta última al menos hasta el final); en su lugar, los va describiendo a la vez que da pistas. Para laberinto utiliza entre otros: casa de puertas infinitas, casa cuyas puertas siempre están abiertas, dice que no hay un solo mueble en la casa, galerías de piedra, los cadáveres ayudan a distinguir una galería de otra… en lo que se refiere al Minotauro, él mismo se va autodefiendo de la siguiente manera: dice que la gente huye o llora cuando lo ve, para él los humanos son caras descoloridas o aplanadas, dice que su madre fue una reina (Pasífae) y que sus entretenimientos son siempre solitarios, entre otras cosas.
La dimensión humana que Borges otorga al Minotauro hace pensar en el famoso grabado de George F. Watts, en el que la bestia mira al horizonte sabiendo que la soledad es lo único que le espera. Po otra parte, la heroicidad de Teseo se ve menguada, pues en realidad, el Minotauro se deja matar, está esperando su muerte, si hay que atribuirle una valentía a Teseo, es la de haberse ofrecido para entrar en el laberinto. De alguna manera, esta idea de Teseo podría concordar más con sus acciones posteriores, pues abandonará a Ariadna a su suerte aprovechando que se ha quedado dormida. Con su reescritura, Borges completa un mito, tenemos la biografía de Teseo, y ahora también la del Minotauro.
Como se ha adelantado, el texto tiene tres partes: el epígrafe de Apolodoro, la narración del Minotauro y las palabras de Teseo a Ariadna con las que se termina con el misterio.
En conclusión, demuestra Borges que las cosas no las conocemos como en realidad son, sino dentro de una tradición que ha llegado hasta nosotros y representa un solo punto de vista que se corresponde, por lo general, con el del vencedor. Somos esclavos de las palabras, de qué se dice y de quién lo dice, es decir, de la subjetividad. En realidad, Borges no cambia nada del mito: hay una bestia que necesita alimentarse de hombres, encerrada en un laberinto, Teseo entra para acabar con ella y Ariadna se presta a ayudarlo; sólo cambia la voz que lo narra y con eso consigue cambiar toda la historia.