Cada paso que damos, cada cadente golpe de vida de nuestro corazón está regido por las emociones, pues la vida no se concibe sin la emoción pese a que durante mucho tiempo ha sido considerada poco importante dando mayor relevancia a la parte más racional del ser humano. Pero las emociones, aquellas que respiramos, sentimos, vivimos y en muchas ocasiones mueven nuestras vidas, indican el estado de nuestro mundo interior y la respuesta emocional hacia el mundo exterior. Por ello en estos tiempos en los que la racionalidad del ser humano toma decisiones influido por un mundo interior envenenado, creo que ha llegado el momento de perseguir de forma perseverante y luchar por la armonía entre los dos mundos. En la dificultosa realidad de un mundo repleto de densas emociones, es de vital importancia la pelea y el trabajo por afinar y pulir el mundo interior de cada uno para cambiar este mundo exterior que tanto complica nuestra existencia.
El ser humano se enfrenta a un mundo exterior absolutamente desequilibrado por una carencia flagrante de la calidad emocional de los mundos interiores, que le lleva constantemente al deficiente e irracional uso de la racionalidad de la que presume. Jamás lograremos cambiar el mundo por nuestra cuenta, pero si cada uno de nosotros trabajamos en nuestro mundo interior, estaremos cambiando una pequeña porción del mundo exterior, pues en ese momento nuestra forma de percibir el mundo y los problemas que nos acucian, cambiaran por completo. Las emociones, al ser estados afectivos, indican estados internos personales, motivaciones, deseos, necesidades e incluso objetivos. Muchas son innatas y responden a instintos primitivos, pero otras están basadas y condicionadas por el aprendizaje y la experiencia. Por la citada razón resulta crucial la cruzada personal de cada día, la búsqueda de la armonía entre dos mundos que nos aportará templanza, sabiduría, sosiego y comprensión.
Y en ese camino interior que parte de una sana espiritualidad, la racionalidad cobrará el sentido correcto, la justicia social será más justa, verdadera. La solidaridad despojará el fariseísmo del concepto actual de ser solidario, que solo persigue el objetivo de lavar conciencias individuales, obviando el grave problema de una conciencia mundial envenenada y corrupta. Para cambiar el mundo externo debemos comenzar por cambiar nosotros mismos, una vez pongamos en orden nuestro mundo interior, nuevas rutas aparecerán luminosas ante nosotros. Será entonces cuando la erosión de las densas emociones del cruel y externo mundo que hemos creado, aquel que rasga nuestros corazones, comience a sustituir los resentimientos y profundas huellas de dolor por una respuesta racional y emocionalmente sana.
La paz interior nos conducirá a la paz exterior, a una nueva revelación que ponga remedio a la escasez de calidad emocional, a la excesiva frialdad e irracionalidad emocional que nos impide leer entre las líneas de la profecía maya. Unas líneas que alejadas de las interpretaciones apocalípticas solo nos señalaron el camino de una nueva conciencia que nos hace ser conscientes de que juntos podemos lograr cambiar el mundo, pero siempre partiendo de cada uno de nosotros. Y con estos ojos nuevos con los que veo de forma diáfana el desequilibrado mundo en el que vivimos, concluyo una reflexión copada por las emociones interiores.
Con los 42 músculos diferentes de un rostro capaz de dibujar la emoción, pinto hoy con una sonrisa mi nuevo objetivo. Expresar un sentimiento dibujado desde el alma, que en numerosas ocasiones me es difícil explicar con palabras. Por ello como animal social por excelencia, con una nueva y sana racionalidad emocional, desde un campo abierto a la emoción grito al cielo que ha llegado la hora de cambiar el mundo.