Me gustaba escribir. Sería un tópico y mentiría si dijera que esa fue una afición infantil y que me gustó desde siempre. De pequeño hablaba y escuchaba, ese fue lo que me enseñó mi padre durante tantas horas. En ese momento quizá no entendía el valor que todo eso tenía para mí, pero esas conversaciones fueron clave para mi evolución personal. La ayuda y el apoyo de mi madre, su predisposición por echar una mano aún cuando el tema no iba demasiado con ella, fue también decisivo. Ellos fueron las bases. Y con 16 años, acabando primero de bachillerato, me di cuenta que la modalidad tecnológica no iba conmigo. Respeto los números, la racionalidad, la matemática y el análisis, el escrutinio y la pureza de los resultados; pero a mí me gustaban los detalles, contarlos, explicarlos, repetirlos y seguir hablando. La escritura era una de las mejores formas para organizar todos mis pensamientos, mis sensaciones, sentimientos e ideas. Al principio solía compartir mis textos con amigos, se los pasaba, uno a uno, esperando con ganas su respuesta para saber qué les habían parecido. Con el paso del tiempo ese ejercicio se volvió en algo positivo, sus respuestas me animaban, me decían que lo hacía bien, que servía para esto. Y yo me lo creí.
Me encantan los deportes. Desde siempre, y el fútbol en particular fue mi vía de salida muchas veces. Cuando era pequeño y rodaba el balón, sentía que todo lo demás daba igual si éramos capaces de ganar el partido. Aprendí a valorar el trabajo en equipo, el espíritu deportivo, los valores, las relaciones personales alrededor de una meta. Con el fútbol se me inculcó que si todos nos esforzábamos quizá no ganaríamos siempre, pero que podíamos irnos satisfechos a casa. No éramos los mejores, pero cuando me encuentro con algún excompañero siempre recordamos con una sonrisa esa época, cuando jugábamos juntos, celebrábamos los goles, e incluso aquel día en el que, contra todo pronóstico, conseguimos ganar a una especie de equipo filial del Espanyol. Eran mejores y lo sabían, pero se lo creían demasiado. Con un objetivo claro, fuerza, ganas y suerte, los humanos somos capaces de llegar a buen puerto, aún cuando la tarea parece difícil. El deporte es un lenguaje universal, y esa vocación humana, su espíritu.
Me apasiona la política. Sí, soy un pesado, pero es importantísima. Es un método de análisis con el que podemos entender cómo funciona este mundo, lo mal que va y aquello que debemos combatir. Es el engranaje a partir del cual se desplazan el resto de las piezas, nosotros. Prefiero estar interesado en cómo me manipulan y como pretenden movernos. Conocer la política no ayuda a cambiar el mundo, pero te permite entender el porqué de las cosas. Y explicarlas. Los problemas están muchas veces demasiado lejos de nosotros como para que los podamos resolver, y a veces la única forma de cooperar para llegar a su resolución es contarlos, hablar de ellos. Si una cosa no es comentada es como si no existiera. La política es un mecanismo de control, y es nuestro deber entenderla desde dentro para poder situarnos y movernos con independencia. La política sirve para entender aquello que nos rodea, no podemos darle la espalda.
Luché con todas mis fuerzas para entrar en la facultad de periodismo. No entré en Barcelona y Lleida, una nueva ciudad para mí, fue mi destino. Soñaba con que la facultad sería un lugar de intercambio de ideas, un sitio donde combinaría mis intereses con los de los demás, un vivero de periodismo donde encontraría a más gente como yo. Esperaba prácticas, ideas, deberes que me apasionaran por su naturaleza literaria, esperaba ayuda, el contexto periodístico por el que había estado trabajando en bachillerato. Simplemente tenía la esperanza de poder vivir aquello que era (y sigue siendo) mi vocación. Llamé a la puerta y nadie respondió. Acabé el primer curso y no consideraba que estuviera cumpliendo con mis expectativas.
Las prácticas no eran hasta cuarto y no tenía ganas de esperar. En verano hice radio en mi pueblo, pero fue un proyecto finito, en cuanto volví a Lleida ya acabé con mi primer contacto con el mágico mundo de la radio. Era época de Navidades, a mediados ya del segundo curso, cuando encontré la bendita página: vavel.com. Se me darán mal las historias épicas, pero la verdad es que la encontré por pura casualidad. Nunca antes había oído hablar de ella. Yo ya tenía ganas de escribir para alguien y había un mail, tenía que escribir un texto de prueba y ver si les parecía idóneo. Vi que hablaban de fútbol escocés, sin demasiada profundidad ni ganas. “Para eso que me cojan a mí, hostia”. Confiaba en mí y envié una previa del Celtic-Rangers que se jugaría en un par de días (ganó el Celtic por cierto, arrebatándole el liderato a los Gers). Me respondieron rápido y me cogieron, pude elegir el rol que quería desempeñar (“crónicas del Celtic y ya iré haciendo”). Me pareció muy libre, muy democrático. Un lugar donde poder explicar aquello que quería, cómo y cuándo quisiera.
Los inicios
Mi primera crónica fue un Sunderland-Manchester City. Y ganaron los ‘Black Cats’. No tenía ni idea de si alguien más cubriría el partido, pero la hice por si acaso. Cuando me dijeron que ya había otra persona haciéndolo, sentí una pequeña decepción, pero al final me la publicaron igual. Me sentí especial (“han hecho una excepción conmigo quizá), aunque también pensé que a lo mejor ni se la habían leído. Por primera vez estaba en un sitio grande, con mucha calidad, futuros periodistas con ganas de comerse el mundo, gente como yo, tenían talento y yo estaba junto a ellos, era uno más. Practiqué y aprendí más de periodismo en pocos meses en Vavel que en un año y medio de universidad. Entre muchas comillas, que no me dieran nada en la universidad ya no me importaba tanto, una vez en casa tenía la oportunidad de escribir, practicar y aprender en un lugar que me daba vía libre para escribir de lo que yo quisiera. Tuve la suerte de entrar en un período de cambios, la cosa avanzaba, el diseño de la web dejó paso a uno mejor, se entrevistaron a más deportistas, se habló con numerosos periodistas deportivos, se consiguieron acreditaciones en estadios de primera división de fútbol y baloncesto. Se cubrieron eventos, se multiplicaron las posibilidades a medida que el periódico iba creciendo. Nacieron varias ediciones, entre ellas la británica, donde he tenido la posibilidad de escribir con total confianza por parte de los jefes desde el primer día.
Suena a tópico (y a mí no me gustan los tópicos), pero una de las mejores sensaciones es el reconocimiento que te puedan rendir los compañeros. En uno de mis primeros reportajes, hablé de los Lisbon Lions, un equipo de once chicos de Glasgow que fue campeón de Europa en 1967, algo único. Y mi texto fue recomendado por Víctor, uno de los que llevaba más tiempo en esto de Vavel. No le conocía de nada, y si tengo que ser sincero, me parecía algo antipático a primera vista. Que alguien sin vínculos contigo y que no es ni mucho menos amigo tuyo te recomiende y alabe es de los mejores tesoros que puede tener uno como periodista. Vavel, a falta (de momento) de recursos económicos, está compuesto de eso, de pequeños tesoros. Su arquitecto valora las letras, las formas, las personas, pasa días y meses delante del ordenador por hacer realidad un objetivo: cambiar esto del periodismo. Y aunque se encuentre con grandes obstáculos, le da igual y sigue trabajando. Sabe transmitir su fuerza y la llega a contagiar a los demás, aún cuando parezca que no está ahí. Su construcción, Vavel, llena de esperanzas a centenares de personas, y eso tiene mucho valor. Un valor incalculable que sería parte de mi 'salvación', meses después.
El gen Vavel
Este verano marché a Birmingham. Un año más no había trabajo en mi pueblo y tuve la oportunidad de ir a Inglaterra. Me costó encontrar un lugar donde trabajar, y cuando la ansiosa espera se acabó, vino algo peor, aunque ya me lo esperaba: yo era una mierda. Trabajé en el local donde se juntaba la jet set de Birmingham. Nunca vi un lugar donde se moviera tanto dinero, el clasismo era la norma y la mirada por encima del hombro lo habitual. Yo era extranjero y no siempre entendía todo lo que me pedían a la primera, ni los jefes ni los clientes. Mi estamento era el más bajo en todo el local, recogía los vasos, limpiaba los ceniceros, pasaba la mopa por el suelo cuando esa clase alta vomitaba o decidía que sujetar su cara consumición era demasiado difícil. Lo tenían todo a nivel económico, pero no valoraban absolutamente nada.
Entre el capitalismo más agresivo, con el desprecio y la mirada altiva como norma, yo seguía siendo libre. Mis letras eran mi redención y las lecturas, mi mejor reconocimiento Entraba a las 20, y salía a las 5 o a las 6. El último, junto a los demás chicos del rango más bajo, como yo. Paquistaníes, un jamaicano, un rumano, todos de fuera. Eran con los que mejor te podías llevar, para los camareros no existías, para los jefes eras un blanco fácil. Nadie te conocía ni sabía quien eras, pero todos se podían permitir el lujo de tratarte como el último mono. 'He is a Spaniard you know? Alegría, alegría. Are you happy?" Eran las pocas palabras que me dedicaba mi jefe en 8 o 9 horas, donde no podía comer nada ni podía tomar bebidas más allá del agua del grifo. Tampoco podía sentarme ('Te pueden despedir, todo está grabado con cámaras, ¿No lo sabías? Me dijo un compañero el primer día ). El simple hecho de pensar en el trabajo ya me traía malos recuerdos.
Sin embargo, dentro de mí había varias fuerzas especiales que hacían que no me rindiera. Iba allí a cumplir, a ganar dinero, pero ese no era mi trabajo, esa no era mi profesión, yo no era un 'Spaniard' cualquiera. Siempre cubría partidos antes de ir al local, escribía, hacía crónicas, expliqué la historia de la Nigeria olímpica campeona en el 96, entrevisté a un héroe como Paul Rusesabagina, descubrí la historia de un equipo escocés amateur que lucha contra viento y marea con la modernidad y la prostitución del deporte como grandes rivales. Yo era periodista, y ellos nunca tendrían la suerte de saber que yo era realmente esa clase de persona, no sabrían que tenía cualidades, ni que me interesaba la cultura,la política, el deporte. Ellos solo daban órdenes y yo debía obedecer mientras contaba las horas que me quedaban para marchar. Y aunque estuviera puteado, harto y físicamente exhausto, aún dentro del vodevil capitalista más espantoso que vi en mi vida, yo era libre. Sin esa oportunidad, sin esa posibilidad que tuve en Vavel meses atrás, mi estancia en ese restaurante donde era mal visto por ir en bicicleta habría sido mucho más asfixiante.
Nuestra batalla
Hemos montado un pequeño ejército: el de los otros, los no enchufados, los periodistas sublevados contra el statu quo, hartos de recomendaciones, chanchullos, amarillismo y vulgaridad. Somos los licenciados en paro, los notables becarios despedidos en pos del ahorro y en detrimento de la calidad. En Vavel están las hordas de gente que ha oído demasiadas veces aquello de “nos gusta mucho tu trabajo, pero…”, están los estudiantes que quieren abrirse camino, los periodistas que quieren crear su propia agenda más allá de los intereses empresariales. Están los jovencísimos llenos de ilusiones, están otros más mayores con vivencias, consejos nacidos a partir de la experiencia adquirida. Estamos todos, y todos somos uno. Nos cuentan que no hay camino, que no hay alternativa, que a la gente le gusta lo que hay. Vemos como los periodistas que mantienen en alto la dignidad de la profesión nos ignoran, aún cuando dedican largas homilías defendiendo ‘el buen periodismo’. Vemos como pasan tanto tiempo predicando un cambio que a la hora de la verdad no les interesa. Si el buen periodismo fuera la norma, ellos no tendrían papel.
Y a nosotros nos dan igual. Los unos, los otros. La prensa amarilla que habla de las novias de los jugadores y los pseudointelectuales que sólo recomiendan lo suyo y lo de sus amigos. Siempre he creído en mis posibilidades, pero la inestabilidad económica y el declive de la profesión me cargaban muchas veces de dudas. Desde que estoy en Vavel, un cúmulo de fe y de esperanza marca mi camino. Creo en el proyecto, y creo en la gente que hay en él. Todo saldrá bien si seguimos trabajando. No debemos rendirnos, ya hemos conseguido una buena posición sin contar con un solo euro en nuestras arcas. No importa el ostracismo, no importan las críticas que se puedan recibir por parte de un sistema que no quiere cambiar, que ya está contento con su funcionamiento: el de copia y pega barato, el plagio de ideas y el porrón de comentarios, el del contador de visitas disparado y el libro de ética en la basura. Todo esto es una locura, surgida en una habitación madrileña, con luces apagadas, vista cansada y el esfuerzo del trasnoche. De Usera al mundo entero, mediante una legión de soñadores sin otra senda que los ideales, el esfuerzo y el amor a una forma de vida, a una profesión. Con ganas de cambiar las cosas, incluso cuando esto signifique recomendar artículos que no son nuestros, porque el buen periodismo no tiene siglas, ni empresas, ni personajes detrás, simplemente destaca por la base de todo: las letras. Estamos guiados por el afecto y el deseo de tener a una sociedad informada, crítica, que no sea víctima del falseamiento sistemático, de la aceptación de la mediocridad y la chapuza como norma. Eso es Vavel, y mientras siga con esos santos patrones, estaré muy honrado en seguir formar parte de este sueño. No nos van a despertar.