Con el soul de Withney Houston en el 'Preciado' recuerdo, Miki Roqué en nuestra mirada y Dundee como ángel de la guarda, se marcha este 2012 como rosas con espinas en nuestra solapa. Y en doce segundos que parecen como un año, una colección de amaneceres se arremolinan en nuestros recuerdos inmediatos. El primer amanecer de enero posó su buena nueva cargado de atardeceres helados, y el pueblo sediento de opio, no tuvo otro remedio que mitigar sus sinsabores con el vino y las rosas del deporte, que en el laberinto de la vida es uno de sus pocos aliados.

En el albor del carnaval cayó como la lluvia la segunda hoja del calendario, en Gabón, ciudad de la tragedia, las “balas de cobre” sellaron una victoria en la CAN escrita en las estrellas. El milagro de los “Chipolopolo” abrió camino al deporte y su carácter legendario, con las serpentinas de febrero una genialidad de Eli Manning encaminó a los Gigantes hacia una dramática victoria ante los Patriots, un pase incompleto con el tiempo cumplido dio a la NFL uno de los más vibrantes finales de los últimos años. Voló por el aire un corazón ovalado, el “XV del Puerro y el Dragón”, superó al “XV del Gallo”, pues en el Milenio de Cardiff, los mineros de gales consiguieron el "Grand Slam" de las Seis Naciones en los amaneceres de marzo.

El reloj siguió cortando el tiempo con su pequeña sierra metálica, que avanzó por el trepidante tic tac del duelo Messi-Ronaldo. En los doce meses que vistieron de emociones el calendario, la desgarrada voz de Chavela sonó para el sublime “Barça de Pep”, indeleble para el aficionado. Muy real fue este 2012, en el que el "Madrid de Mourinho" batió todos los registros al compás de un impresionante Fado. Y a compás de fado, Barça y Madrid, cayeron en atardeceres negados, azulgranas abatidos, madridistas resignados. Con el Allianz Arena al fondo, el fútbol demostró una vez más que nada debe darse por sentando, pues con todo en su contra, el pragmático Chelsea de Di Matteo, dio la campanada agarrándose a Drogba, elefante marfileño y tren de mercancías, con precisión de cirujano. En el almacén del recuerdo perduran sentimientos rojiblancos, son los intangibles emocionales de una final florida de mayo. El poder mitológico de Neptuno cayó sobre leones domados, la catarsis atlética llegó de la mano del Cholo y el tangible instinto de Falcao.

Al sexto amanecer de junio “The decisión” James, Lebron y Pat Riley, ejecutaron con infinita paciencia un proyecto con forma y valor de anillo. Pues cada segundo, de cada día, de cada mes, fueron empleados para que Miami Heat fuera laureado como mejor equipo de la NBA y LeBron James, como mejor jugador del mundo. Es la lírica intrínseca al deporte, el inconfundible sonido de la red, perforada por el triunfo, el instante silencioso de una muñeca prodigiosa capaz de cambiar el rumbo de un partido. En ese abrazo de LeBron se escapa el tiempo furtivo, el pasado es irrecuperable, el futuro una conquista y el presente decisivo, tejiendo fragmentos literarios comprobamos que recuerdos y sueños viajan muy unidos.

Memoria de 366 amaneceres vividos, en los que el tiempo retuvo estrellas que nacieron para brillar entre recuerdos y paradojas del olvido. Mañanas, tardes, y noches singulares para un ayer eterno, para buscadores de quimeras que sortean imposibles a la vera de lo infinito. Para una selección española que en los amaneceres de julio, quedó prendida al éxito con la triple corona y un fútbol absoluto. Y enarbolado al primor del juego, el deporte prosiguió su imparable camino hacia la ovación del vencedor y la orfandad de aplausos del vencido.

No hay vencedor sin vencido ni amanecer sin ocaso, en el estadio Pacaembú de São Paulo, dos goles de Emerson hicieron que la hinchada "Xeneize", doblara sus rodillas ante la "Fiel" torcida do Timao. Salve por siempre a Corinthians, que en Yokohama cerró el círculo de un ascenso, con la Copa Libertadores, el Mundial de Clubes y un Brasileirao. Salve al albinegro de Sócrates, Rivelino y Casäo, héroes de otro tiempo que cedieron un pedazo de gloria a Cassio y Paolo Guerrero, fundidos a la historia en un abrazo coringäo. Abrazos que abarcan ciudades y ciudades que abarcan la leyenda del ciclismo, Paris a los pies de un ciclista y un británico tiñendo el asfalto de amarillo, simplemente Bradley Wiggins y su oda en los Campos Elíseos. Son las luces y las sombras en la ciudad de la Luz, los indecisos amaneceres del deporte más sacrificado, las sombras de la noche cayendo sobre Armstrong, Lance ídolo caído que resultó ser de barro, y Neil hombre del gran paso que se nos llevó la parca en una Luna de verano.

En un año compuesto por 366 ovaciones eternas, el futuro fue para Djokovic y la gloria para un poeta del tenis y mago de la raqueta. Aquel que con los prodigiosos versos del revés a una mano, colgó por séptima vez en Wimbledon, el sutil golpe de una leyenda. Pues en la era del suizo, el Juego de Tronos del tenis estuvo iluminado por dos brillantes estrellas, el brillo cegador de Roger Federer y la luz de Rafael Nadal Parera. Cuenta la memoria perdida, que un niño de Manacor moldea su grandeza con biberones de arcilla, el destino le aguarda en París, templo de arena del tenis que se convierte en lienzo creativo de su drive de izquierda. El niño perdido en la memoria edifica su leyenda parisina, y ni sus castigadas rodillas impidieron su séptimo reinado sobre la sagrada tierra batida.

Coronado por el laurel, el octavo amanecer de agosto detuvo el segundero en Londres, donde extasiado por el aroma del Olimpo, quedó deslumbrado ante la llama de los dioses. La esfera que hace volar al tiempo mostró su halo de estrella, sobre el agua y el tartán, Phelps y Bolt, el nadador más humano de todos los peces y el animal más veloz de todos los atletas, robaron segundos a la eterna puntualidad inglesa. Los piernas de un joven guerrero Masai volaron en majestuosa armonía reventando el crono en los 800, distancia en la que Rudisha, nos hizo vivir varias eternidades en un solo día. Atletas y dioses laureados que nos hicieron sentir el tiempo cósmico, la historia que encierra en sus espejos la memoria. Espejos que nos devuelven perfiles tan grandiosos como el de Teresa (Perales), que con la verdad de su esfuerzo logró liberarse de las etiquetas. En la noria de los prejuicios, el paralímpico reivindicó ser admirado, no compadecido, pues en la leyenda acuosa de una piscina jamás existieron las diferencias de altura, sino la categoría de los atletas.

Y el amanecer ocre de octubre cayó como hoja caduca por el árbol de las emociones, en el que los temidos All Blacks de Nueva Zelanda, agotaron todos los adjetivos en la primera edición del Rugby Championship, también llamado Cuatro Naciones. Pues son pedazos que se alejan, recuerdos de atardeceres de noviembre, en los que las manos de Fernando no bastaron para destronar a Vettel, tricampeón que dio vida a la ingeniería genial de Adrian Newey. En el deporte de las cuatro ruedas tan vital como la ingeniería, resulta el factor humano, la conducción maravillosa de Sébastien Loeb, para el que la palabra Rally salta rotunda entre curvas y badenes de color alsaciano.

Como rumor de melodía rugen motores que rasgan la hiedra gris del asfalto, el hondo motor de Casey Stoner cuelga el sonido del adiós en su carenado. Por las cuatro estaciones, cilindros que mueven corazones, rodaron por cuatro tiempos que convirtieron a Marc Márquez y Sandro Cortese en flamantes campeones. Y a lomos de los caballos de acero, sobre los que Valentino es leyenda, Pedrosa el pequeño gigante, Stoner el volador australiano y Hayden el caballero, una yamaha fundida en el cuerpo de un motero, atraviesa a cuchillo un asfalto que corona por segunda vez a Jorge Lorenzo.

En la aurora de noviembre, el penúltimo amanecer del calendario, equinoccios y solsticios detuvieron el pequeño corazón del fútbol, que rodó por una pista en la que el juego se vistió de espectáculo. Y prendido al espectáculo en Bangkok, los tantos de Torrás y Aicardo, no bastaron para neutralizar el ‘futsal’ de Neto y Falcao, portadores de un ginga que coronó a Brasil como pentacampeón. Los días pasan dejando muescas en nuestros corazones, la vida como el golf es un juego de sensaciones. Rory McIlroy impresiona, un niño imagina el green a sus pies y lanza bolas desde la puerta de la cocina al tambor de la lavadora.

Doce hojas de calendario bajan por el carrillón de Sol, para en doce campanadas, que son 366 amaneceres pasados, resumir las emociones deportivas de todo un año. De un año natural en el que para la pierna izquierda de Messi, el gol representó la firma con la que conectó con una identidad futbolística, unida eternamente a Rosario. La firma mítica del genio, homologada por un sobrenatural talento que atrapa al aficionado. En la torre del reloj de Sol suenan hoy 366 amaneceres pasados y caen como hojas de otoño las doce páginas del calendario. Pese a todo el mundo sigue girando, como predijeron los mayas, no hay final sin un comienzo, pues un nuevo mundo se abre ante nosotros con la decimosegunda campanada y su sonido metálico. Enfundado en la piel de Felix Baumgartner, Vavel se prepara para dar un nuevo salto, la estratosfera nos aguarda y como nos mostró el aventurero austríaco no hay sueño imposible para aquel que viste de realidad el arte poético involuntario.

En el Grand Garden Arena, Juan Manuel Márquez y Manny Pacquiao, se desafían eyectando sus miradas sangrientas en el gran combate del año. Con el gong restalla una campana, que para desgracia del vencido, enmudece en los últimos instantes del sexto asalto. A punto de sonar la campana, Márquez suelta un obús de derecha, que estalla rotunda en la mandíbula de Manny Pacquiao. Se detiene el tiempo en Las Vegas, las sombras se apoderan de Manny, que con la mirada perdida en el limbo, besa la lona con los inertes ropajes de Kid fracaso. Juan Manuel Márquez, se sube a las cuerdas y celebra el nocaut, es el nuevo capo del welter y gran ídolo mexicano.

Cae la última nevada del año, tan brillante como la luz del día recuerdos perennes se agarran al árbol de la noticia, pasando el frío gris del invierno, la ocre melancolía del otoño, la verde ilusión de la primavera y el calor azul del verano. Cobra entonces sentido un nuevo nacimiento, la luz al final del túnel se intuye y celebra entorno al calor del hogar, al cobijo de la familia. A Eric Abidal un duro golpe disfrazado de palabra maldita, le sirvió para identificar los elementos superfluos que rodean a los futbolistas. Cuando el balón dejó de rodar, desde ese primer instante, tuvo muy claro que en su escala de prioridades, el fútbol era lo menos importante. Y abriendo nuestros ojos a una realidad lacerante, Tito Vilanova fue abordado por la pertinaz crueldad del cáncer. Enarbolando esperanzas itinerantes, comprendimos que envejecer y morir son nudo y desenlace, pero que el único argumento es la vida, luchar hasta el último instante. Sobre la fuente de los deseos depositamos monedas y palabras, que edificaron el ‘Arco de Tito’, para la solidaridad y la vida, metáfora triunfante.

Al repique de Sol la redacción vuelve a estar vacía, en el suelo, un reguero de consonantes y vocales esparcidas, bifurcan los senderos imaginarios por los que se entretejieron las noticias. Con el rostro de 366 amaneceres pasados, Vavel os contó la vida con el convencimiento de que los hechos son sagrados y las ideas libres. De la marmita de nuestro destino, bebimos el elixir de la esperanza, pues el vacío corporativo de nuestra tierra, jamás minará la ilusión, de una redacción tan obstinada como irreductible. Por todo ello desde la torre de un mundo en el que 6912 lenguas hablan, diviso el rostro internacional de Vavel, que como en la antigua Babilonia, anhela el cielo y derriba fronteras con la palabra. Brindad, brindad por tanto por esta locura, chocad vuestras copas con el audible sonido de la ilusión y la espumosa tinta de una victoria que viaja decidida hacia un mundo en el que nos sentimos reconocidos y reconocibles.

Video elaborado por Juanjo Ruiz:

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