Jorge Morillo, misionero del fútbol
Fotografia: Pedro José Gallardo para Beticismo.net

Dicen que el barrio,  la calle, es tan grande y varia como el mundo, cuentan que en todo el mundo no hay más de lo que existe en tan solo una de aquellas calles de mi barrio. Que en aquel medio tan hostil como acogedor podemos encontrar nuestros peores enemigos y peligros tan reales como ciertos, pero que en el citado medio, repleto de aristas que nuestra sociedad ejemplar ignora, la luz de la esperanza se filtra a través de las sombras de escasez, la marginación y la droga. Pues siempre defendí que no es necesario contemplar el semblante del pueblo africano para descubrir un mundo de remiendos y harapos donde el frío es asesino y el alimento es un milagro.

Y en uno, en varios de aquellos marginales barrios un buen samaritano construye una de esas historias de vida que cuando empiezan no tienen ni pies ni cabeza, pero que jamás tienen fin. Una historia que comenzó hace veintisiete años en el Polígono Almanjayar de Granada, donde por primera vez se dejó ver con su furgoneta de la esperanza.

Surgido de una familia que junto a la calle constituyeron su verdadera universidad de vida, aprendió una enorme lección vital de su madre, enferma y paralítica que le ataba los cordones de los zapatos con la boca y le enseñó a luchar cada día. Creyente y bético de corazón es un convencido de que los cuatro gatos que gobiernan el mundo, aparte de que lo hacen muy mal, realmente no tienen ni idea de la gente que las pasa canutas, que es el 80 por ciento restante.

A la vuelta de la esquina, a los pies desnudos de nuestra casa, en los adoquines mojados que colindan a la espalda de nuestra conciencia, unos pocos afrontan la vida a pecho descubierto, sobre aquellas aceras que forjan el carácter y el destino. Una síntesis viva del Universo, universo de la marginación, que es calle y universidad de vida por la que la furgoneta de un misionero del fútbol transporta su mensaje de esperanza. Por las Tres Mil Viviendas, en el Vacie, en las casitas bajas de Torreblanca, en el barrio Alto de San Juan de Aznalfarache…

Es la furgoneta verdiblanca de Jorge Morillo, misionero de la pelota que utilizó la herramienta del fútbol para educar en valores a los niños y niñas más olvidados de Sevilla. Todo ello sin medios económicos, gracias a la providencia y una realidad tan dura como la carne viva de la droga y la escasez, pues en el terreno baldío y el potrero de la vida, un balón siempre gozó de fuerza para rescatar a las almas perdidas.

Como dice el bueno de Jorge, educación, educación, educación, balón, balón, balón, esperanza, esperanza, esperanza, pues en aquella calle en la que encontró su universidad y vocación descubrió su lugar en el mundo y el privilegio de hacer de su vida un sueño. La vocación de un anónimo educador de la calle que jamás saldrá en la portada de un periódico deportivo, pero que ha demostrado que el fútbol como herramienta va mucho más de la ignorancia respecto a su labor, su presencia, de un deporte profesional que nada en la abundancia.

Jorge abre caminos cada día, combate limitaciones, encuentra su verdadero premio en la calidad humana de los barrios donde trabaja y cree firmemente que la marginación puede tener una solución esférica. La solución de una complicada misión en la que trabaja sin descanso, educando a los más necesitados a partir del fútbol en lugares donde no entra ni la policía. Niños de barrios marginales, y asentamientos chabolistas que identifican en la pasión que demuestra por el deporte, al Profeta de la Esperanza, el Hombre Alegría, que movido por Dios, arranca una errante sonrisa de los pequeños más desfavorecidos de los barrios marginales de Sevilla.

Actividades Deportivas, entrenamientos deportivos-educativos precedidos de una merienda, partidos amistosos, Torneos, Actividades Socioculturales, visitas a Estadios, a jugadores profesionales, niños que pisan por primera vez el cine, isla mágica, la playa.

Para el poder y la riqueza, dama de altiva figura y deslumbrante presencia, el denodado trabajo de Jorge no cuenta ni existe, pues tiene el alma podrida y perdida la conciencia. Por ello, por este artesano del verdadero amor, por este misionero del fútbol con titulación de entrenador de fútbol, fútbol sala, atletismo, preparador físico…, por este bético que rompe moldes, estas líneas de homenaje y denuncia social. Denuncia de una soledad que apenas sobrevive, a cuyos pasos acompaña el injusto olvido de la indiferencia.

La indiferencia de una sociedad que permanece ajena a los grandes goles que Jorge marca a diario a la marginalidad y la pobreza convirtiendo basureros en campos de fútbol. El llanto que rompe el silencio y desgarra la madrugada en el estallar de una sonrisa esférica que es oxígeno para la imaginación, tesoro de expresiones, maná de dioses y cascada portadora de esperanza e ilusiones.

Simplemente Jorge Morillo, durante veintisiete años educador de la calle, misionero del fútbol, entrenador de almas, hombre alegría y samaritano de la esperanza.

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