Entre las ideas originarias que surgieron en mi mente instantes previos a la confección de este artículo paseaba la arriesgada labor en cuya base cimento las presentes líneas. Mi objetivo, todavía oculto, emanaba de lo que aún no creía extinto y que conforme las manecillas de reloj dibujaban su particular paseo asumía con mayor tristeza y, en ocasiones, nostalgia de lo que en algún día brilló resplandeciente. Decido antes de finalizar el primer párrafo poner en conocimiento de usted la meta que marqué poco antes de sentarme en la silla frente al ordenador y que, muy a mi pesar, apenas he conseguido acercarme: no hay periódico deportivo que no dedique un pequeño espacio en su primera página al balompié. La prensa está futbolizada.
Explico el término. Desde hace algún tiempo, el deporte del que dicen es rey ha absorbido tremenda magnitud en la zona donde se practica y, más alarmantemente, todo lo que conlleva el interior de las fronteras ibéricas. Trabajo el cual, los medios de comunicación han adquirido con el paso de los años un poder potencialmente vigoroso en el conocimiento de quienes no están cerca del foco informativo. Es muy sencillo, el cliente de información cree la noticia que se le dispensa dada su lejanía con respecto al momento y emplazamiento donde se producen, por lo que, supuestamente, el medio de comunicación ejerce su función de expendedor de verdades ante el ausente. Hasta aquí todo va bien.
El problema acaece cuando ese intermediario, el transmisor de la información, modifica las reglas por las cuales está establecido este ciclo mensajero, ya sea por medio del canal (radio, tv o prensa), receptor (clientes), emisor (fuentes) o mensaje (información). Es decir, mueve los hilos a su antojo para entregar halagos (y no críticas), inseguridades (en vez de hechos contrastados) o mediasverdades (disfrazadas de acertijos) para conseguir un interés distanciado de la ética profesional. No informa, vende; no controla, es controlado; no valora, prejuzga.
Lo paradójico comienza cada día, en el kiosco. Allí, aparente normalidad si observamos el noveno día consecutivo con Modric, Neymar o Song en portada (más recientemente), algún juego de palabras con Nemo de protagonista o una simple declaración en la que aparezca el cóctel léxico más buscado: ‘triplete’ o ‘balón de oro’. Estamos acostumbrados. Quizá el peor error, habituarnos a tal sangría (des)informativa como ración diaria del rebaño. ¿Por qué? Porque nadie habla de vela, taekwondo o piragüismo, pero sí de fútbol. Sólo interesa con qué pie salta al terreno cada jugador, los malabarismos previos al inicio del encuentro y en qué lado nace el peinado (en esencia).
Las –muy contadas- excepciones arriban en momentos muy concretos. Algunos acabamos de experimentarlos poco tiempo atrás con motivo de los JJOO, cuando se les concede un indulto a aquellos deportes vetados durante el resto del año (o los cuatro años) para que resplandezcan en primera página –y que el diario ofrezca una imagen plural-. Eso sí, si no ganan medalla, no hay reconocimiento (este paso no es de considerar si tu periódico se denomina SPORT, haya o no haya presea). Acabados los JJOO, vuelven Modric y Song después del período semiestival (no abandonaron su rincón protagonista totalmente).
Otros ejemplos en los que es el fútbol el que hinca la rodilla pertenecen a éxitos nacionales en otras disciplinas, siempre y cuando se les dedicará el espacio completo si acaban alzándose hasta el escalón más alto; antes, no. Tras el éxito, ríos de tinta circularán por cualquier medio en pos de ofertar el máximo conocimiento (o, al menos, aparentarlo) de atención a una actividad finada sin el privilegio de la victoria. Un día después (o, como mucho, dos), habrá desaparecido cualquier rastro de lo que fue especialmente relevante para volver a la ya mencionada asumida normalidad.
El amarillismo se impregnó sin freno desde hace años, transformando el modo de concebir lo publicable ante los ojos del lector y, erróneamente, obligándole a consumir un producto que difiere por el que paga. Ejemplo: boda de Andrés Iniesta. Este galimatías aproxima dos conceptos definitorios y clasificados en sus respectivas parcelas: interés público (información) e interés del público (entretenimiento). Nunca confundir para construir credibilidad en torno a un medio.
¿Qué hacer? Nada. No se puede luchar contra la cúpula más alta de este organigrama, pero sí obsequiar a quienes rechazan esta rama con una alternativa fundamentada en dar cabida a todos los que permiten la supervivencia del medio (sea audiencia mayoritaria o minoritaria). Informar por delante de sobreinformar. Ah, y otra cosa, lo curioso es que se autoproclaman como diarios deportivos (?).