Un día en la radio. Quizás estas cinco palabras resuman todo lo que a continuación estoy a punto de contarles. A veces, es necesario, en medio de toda la vorágine que acompaña nuestras ajetreadas vidas, detenerse por un momento a pensar y analizar el por qué de las cosas que nos llaman la atención. Esto no es más que un simple intento de transmitir desde el prisma de un humilde servidor lo que sintió durante la visita a una redacción local de una de las más poderosas emisoras de radio en España:

Entra en escena el actor protagonista de esta película; con el ego por las nubes y la exigencia por delante comienzan las órdenes y las reprimendas dentro de la redacción. Resta poco más de 60 minutos para que aquella vistosa luz colorada indique el comienzo del programa. De repente, el temple inunda al actor principal, saluda con entusiasmo a cientos de receptores, las diferentes intervenciones fluyen y la publicidad suena llenando a su vez las abultadas arcas de grandes peces sumidos en un gran juego llamado sistema y a los que poco interesa que se cumpla con los valores esenciales de una vocación llamada periodismo… Todo marcha con normalidad.

Horas antes, varios noveles estrujaban sus cerebros para que todo estuviera en orden cuando entrasen por la puerta los grandes actores, quienes se llevarán el reconocimiento gracias a sus esfuerzos mientras éstos leían tranquilamente el periódico acompañando la tarde de un reconfortante café. Sin embargo, no hay quejas, ya que los chicos son unos auténticos privilegiados al poder aprender de los grandes profesionales de la comunicación. Todo ello no sería posible si no hubiesen desembolsado una suma importante de dinero o sin haber conseguido un buen contacto que allí les introdujese. Al mismo tiempo, miles de estudiantes se resignan dentro de sus respectivas aulas a estudiar una teoría a la que generalmente poca utilidad le podrán dar en el futuro y que antecede a una práctica en grandes empresas donde serán utilizados y tratados como "tontos servibles" a cambio de una limosna tercermundista.

En el siglo XIX, el escritor francés Honoré de Balzac se aventuró a decir: “El periódico es una tienda donde se vende al público las palabras del mismo color que las quiere”. Un siglo más tarde, el dramaturgo estadounidense Arthur Miller aseveró que: “Un buen periódico es una nación hablándose a sí misma”. Desde entonces, el mundo ha cambiado y con él todo se ha transformado, nuevos valores y pensamientos que se encuentran de moda dependiendo del espacio en el que te encuentres, pero hay algo que debe perdurar en el mundo del periodismo: “Los cínicos no sirven para este oficio”. Por desgracia, poca cuenta echaron al fantástico periodista y escritor polaco Ryszard Kapuscinski. Ahora no importa cómo se hagan las cosas, sólo importan los números, el poder y lo que posee menganito que a fulanito le interesa tener pero que solo obtendrá a base de palmadas en la espalda….

Al término de la emisión, –si procede- risas y felicitaciones hacia un equipo de personas que tras múltiples horas de trabajo pegados a la pantalla de un ordenador y a un teléfono marchan exhaustas camino a casa. A veces con la satisfacción del trabajo bien hecho acompañado del leve reconocimiento por parte del gran actor. En otras ocasiones; frustrados por alguna que otra reprimenda. Sin embargo, en aquellas mentes inconformistas abunda la indignación por no poder realizar lo que ha soñado y estudiado durante un lustro…Maldito oficio.

Aquella mente a la que hacemos referencia, suele ser la del talento. Talento que se fuga por las fronteras de cada fuente que conforma el amplio abanico de nuestra sociedad, estancada en el pensamiento de dar mucho a unos pocos, limitando paralelamente las opciones de unos muchos que vislumbran ante sus retinas el amargo reflejo de un país subyugado por el pavoroso aliento de la injusticia y de un sistema que frena al bueno y reserva la plaza del triunfo al poderoso -o al que arrima a él- independientemente de su mediocridad o brillantez. En periodismo, grandes plumas colmadas de tintas deseosas de transmitir al soberano se ven guardadas en el más exiguo de los cajones para poder subsistir en honrados pero insufribles oficios mientras desgastadas y manipuladas tintas vierten sobre nosotros el estiércol que dictan las altas esferas. Esa es, por lo general, la cruda realidad; la película del patrón que juega con la semilla de la ilusión. A muchos les sonará.