CRÍTICA. Sandra Romero estrenó su tercer cortometraje, Por donde pasa el silencio, en el año 2020. Contenta con el resultado, pero insatisfecha con su propuesta, decidió alargar el proyecto y aventurarse en el mundo del largometraje para descubrir qué más podría ofrecer la historia de Antonio, un joven trabajador de Écija que abandonó su tierra natal y todo lo que eso conlleva para labrarse un futuro en la capital.
En su ópera prima, la autora andaluza consigue con éxito llegar al espectador con un relato crudo en el que muestra los entresijos de una familia de clase baja marcada por el dolor y el reproche. Sandra pone encima de la mesa la enfermedad de uno de sus personajes, Javi, desde un punto de vista caótico, contradictorio y poco moralista. Sin embargo, en lugar de entrar en lo previsible y hacer un retrato oscuro de una persona que está enfadada con el mundo y que condena a los de su alrededor a compartir su infelicidad, saca a relucir la humanidad de la situación y la empatía de sus personajes.
Romero abandona el típico drama rural para hacer del pueblo una institución, lugar del que muchos huyen para poder encontrar un trabajo digno y una alternativa al ocio que no sea emborracharse y drogarse con los colegas al caer la tarde. En la película, los hijos adoptan el rol de padres, completamente bloqueados a la hora de comunicarse y dar afecto, y las relaciones homosexuales quedan reducidas a los escondites y a las madrugadas, tal como pasa en tantos pueblos.
A pesar de que solo uno de los hermanos Araque es actor profesional, los tres brillan, dan una lección de verdad ante la cámara y consiguen, con un marcado acento que da cotidianidad y sencillez al proyecto, que el espectador se enfade y rabie como un integrante más de la familia.
La película funciona como un espejo en el que todos nos miramos para saber si sacrificaríamos nuestras vidas intentando ayudar a una persona que no te permite acceder y, sobre todo, si esta decisión nos hace egoístas o simples supervivientes.
¿Por dónde pasa el silencio? Por desgracia, por Écija, Madrid, Badajoz y Valencia. Y por otros muchos lugares en el que las heridas no se curan y el tiempo pasa.