El pasado día dos de octubre se estrenó en el Teatro Karpas "La última función". La obra, que cuenta con la dirección y dramaturgia de Manuel Carcedo, se presenta así en su nota de prensa:
"Se celebra una función en homenaje a un actor que se jubila. Lo que antes se llamaba “Función a beneficio”, puesto que la recaudación se destinaba al homenajeado. En este caso, el protagonista no tiene la presencia de ánimo necesaria para asistir y bebe en la chácena. Después de la función, a teatro vacío, se despide íntimamente de su profesión, que ha sido su vida. La función propiamente dicha fue brillante; una comedia con la que el público reía y disfrutaba.... En contraste, cuando los focos se apagan, el drama del actor acabado, solo, desheredado de cualquier futuro, muestra una realidad que el público ignora. Pero... algo sucede siempre, inesperado, para poder seguir viviendo."
El ambiente en el Teatro Karpas es magnífico. Este teatro, que puede presumir de ser una de las salas culturales más antiguas de la capital madrileña, lleva cerrado casi un año debido al COVID-19. No sé si será debido a su antigüedad, su estética o su tamaño, pero tiene un encanto especial.
Al llegar, los actores ya estaban en circunstancia y el telón estaba abierto. Primer gran impacto de la obra. Chema Moro, Javier del Arco y Patricia Delgado se echaron la primera parte de la pieza a sus espaldas y consiguieron lo que tanto se persigue en estos tiempos: hacer pasar un buen rato al público.
Uno de los elementos más destacables de este primer acto es la expresión corporal de estos actores. Del Arco consiguió en todo momento mantener la energía de un personaje tan difícil como el que tenía. Patricia logró el que, a mi parecer, fue el momento más desternillante de la tarde: tras una acalorada pelea se entera de que vienen a pretenderla y sin mediar palabra y sola en escena consigue que el público casi "se mee" de la risa. Por otra parte, esta función nos ha permitido ver cómo Chema Moro es capaz de meterse en la piel de un personaje tan distinto a su persona, puesto que al inicio pudimos comprobar que ni él es tan "viejo", ni el acento que usa durante la actuación es el suyo propio. Un trabajo brillante.
Si ya veníamos de una intensa primera parte, con actuaciones sobresalientes y un ritmo rápido y frenético, la llegada de Alberto Romo rompiendo con toda la comedia y consiguiendo un silencio ensordecedor fue el éxtasis de la obra. ¡Qué manera de ganarse al público! Un texto emocionante interpretado con una destreza al alcance de pocos. Ese sentimiento de "final" que supone para un actor jubilarse, esa sensación de no querer seguir viviendo sin el aplauso del público, sin la luz de los focos en la nuca, sin los nervios antes del estreno... Ese retrato de la profesión por detrás, cuando todo el mundo se ha ido, en las sombras... fue todo un lujo poder experimentarla.
Hay una parte que sería delito no destacar. Romo se sitúa en escena con Pilar Cervantes (una limpiadora que llevaba toda su vida queriendo ser actriz) y juntos recuerdan los buenos tiempos del actor. Esa energía vital que desprenden, la ternura, el talento... mezclado con la tristeza de la realidad y la vejez. Esto quiere traer y esto trae "La última función": una montaña rusa de emociones, una ventana a los sentimientos del actor que se retira, un vistazo a cómo los actores aman lo que hacen por encima de cualquier otra cosa.
Como bien dijo el director de la obra Manuel Carcedo hace poco en una entrevista a este mismo medio, "el teatro también es el olvido, la vejez, la oscuridad, el hambre". Y qué bonito poder mostrarlo a la gente con una obra así.