"Emily in Paris", la comedia para tiempos de pandemia
Emily y Gabriel en uno de los capítulos de la serie/ Fuente: Graziamagazine

A nadie va a pillar por sorpresa de qué trata "Emily in Paris". Su protagonista se llama Emily y, en el primer capítulo de la serie, aterriza en la capital francesa donde se desarrollan los diez capítulos que la componen.

Comenzando por el inicio: Está creada por Darren Star, conocido por otras grandes historias livianas como "Sexo en Nueva York" y "Younger". Al igual que estas dos obras, "Emily in Paris" versa sobre una chica joven con sueños en el mundo de la comunicación, pero en vez de en prensa como Carrie Bradshaw o en una editorial como Liza Miller, en marketing y publicidad. Trabajando en este ámbito en Chicago, pero para marcas farmacéuticas, a Emily le aparece la oportunidad que desea: Marketing en París para marcas de lujo

Así empieza la historia protagonizada por Lilly Collins. Una veinteañera estadounidense va a incorporarse a una agencia de publicidad francesa para aportar la visión del otro lado del océano. Nada se lo va a poner muy sencillo, llega con un carácter dócil y alegre y se encuentra que sus compañeros no tienen intención de ir a ser sus amigos, además, como buena persona de habla inglesa, no se ha preocupado por aprender la lengua del país en el que va a vivir durante todo un año, lo cual genera varios de los gags cómicos de la trama a causa de malas traducciones y distintas interpretaciones.

¿Qué sería una serie de Darren Star sin un grupo de amigas igual de jóvenes y soñadoras que la protagonista? Nada. Es por ello que, aunque Emily Cooper llegue sola a la ciudad del amor, para el segundo capítulo ya tiene una mejor amiga, Mindy Chen, interpretada por Ashley Park, que trabaja de niñera pero cuya aspiración es ser cantante. Y, a mitad de temporada, una segunda gran amiga Camille, a quien da vida Camille Razat, igual de artista que ellas, o más: dirige su propia galería de arte. Las tres van a compartir escenas muy míticas de este creador: Copas de vino, comida elegante y cotilleos sentimentales.  

Fotograma de una de las escenas del grupo/ Fuente: Tvshowtime
Fotograma de una de las escenas del grupo/ Fuente: Tvshowtime
 

Evidentemente, para poder hablar de líos amorosos tienen que aparecer en plano y destaca el de Gabriel (Lucas Bravo), vecino de Emily. Se conocen en su segundo día en París y al tercero ya usa su ducha.  Aunque como en toda comedia, y más ambientada en París, hay otros; diseñadores de moda, profesores, guías turísticos... y, por supuesto, triángulos amorosos.

La tónica de la serie es esa, una comedia rápida y fácil, entre los 25 y los 30 minutos de duración por capítulo, es la comedia adecuada para maratonear cuando uno no se quiere enganchar demasiado (o pensar en absoluto), una serie que realiza la función a la que la pequeña pantalla estaba acostumbrada: Ser una vía de escape. Mientras que el mundo real tiene encima una pandemia, para Emily su problema es vestirse bien, caer bien y conseguir alguna que otra pareja sentimental.

A causa de generar esta desconexión ha recibido múltiples halagos sosteniéndose entre lo más visto de Netflix en casi todos los países a lo largo de esta semana, no obstante, donde hay admiradores también hay detractores y las críticas han caído principalmente en el abuso de tópicos y clichés a los que recurren. Enseñan a los franceses como snobs, aluden a que no comen para mantenerse delgados, sustituyen esos alimentos por los cigarrillos, son fríos y distantes y, por supuesto, los más lujuriosos del globo terráqueo. A Emily como representante de los clichés de EEUU: con mucha iniciativa, creyente de poseer la verdad absoluta, resolutiva y todo ese tipo de cosas buenas aunque bajo un halo de soberbia, (se la ve intentando aprender francés durante exactamente minuto y medio en toda la trama).

Es verdad que el uso de estos tópicos está esparcido por el total de minutos de la comedia e, incluso, durante los dos primeros capítulos, no se sabe muy bien si darle otra oportunidad o bajarse del barco y lamentar que Collins pusiese capital para una producción tan violenta de ver, sin embargo, en el tercer capítulo mejora y a partir de ahí va en ascenso. Los estereotipos siguen estando presentes, es más, en este episodio se pone su primera boina, pero también avanzan las relaciones de los personajes, destacando la figura de la jefa, Sylvie (Philippine Leroy-Beaulieu) que, en un estilo muy Diane en "Younger", uno comienza odiándola y acaba encariñándose.

A pesar de inundarse de tópicos, hay algo a subrayar: su alcalnce, a partir de este momento, de un tono feminista que merece ser mencionado; la libertad femenina, la línea entre flirtear y tener un comportamiento inapropiado, la imagen que proyecta la mujer, qué es sexy y qué sexismo; son solo algunas de las conversaciones que abren un debate bien tratado y siempre manteniendo la clave de humor.

Para el final: el vestuario. Darren Star tiene claro desde hace muchos años que gran parte del peso de una serie recae en la estética, decenas y decenas de entrevistas donde, basándose en esto, ha expuesto el valor que le otorga a los atuendos de sus personajes. Por esta razón la directora de vestuario ha sido la misma que la de "Sexo en Nueva York", Patricia Field. Es la responsable de distintos conjuntos en los que predominan shorts, blazers, lazos y botines. No obstante, al igual que la serie en sí, no despuntan hasta el tercer capítulo. 

Recordar que no es "Sexo en Nueva York", no es "Younger", no es "Jane by Design" y, por supuesto, a pesar de que ha habido comparaciones, está lejos de ser "El diablo viste de Prada". Ahora la pregunta es, con todo ello, ¿es recomendable a pesar de las críticas? Sí. El espectador tiene que partir de dos ideas cuando le de al play: primero, no es una serie que vaya a pasar a los anales de la historia, y, segundo, tampoco pretende serlo.

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