Dicen que hay cosas que uno debe vivir al menos una vez en la vida antes de morir. Como ese clásico del cine que hay que ver sí o sí aunque ya sepas el final de la historia porque es de cultura general. O esa ciudad en ese país que hay que patear y en la que hay que perderse para vivir la magia en sus calles. O como ese concierto de ese grupo mítico cuyas canciones siguen sonando en la radio aunque hayan pasado décadas. Ese grupo que, aunque sigan pasando las generaciones y generaciones, sigue con su público fiel del comienzo y sigue captando adeptos por el camino.
Amaral es de esos grupos. Amaral, en concierto, es de esas “cosas” de la vida que uno no puede morir sin haberlo vivido antes. Es por ello por lo que quizás llevan más de 20 años sobre los escenarios. Son muchas vidas las que tienen que vivir su directo.
La de vidas que se juntaron en la explanada del “Bahía, ¡en vivo!” de San Fernando el pasado 21 de agosto para verles actuar. Se podría decir que “no cabía un alfiler”, pero, en estos tiempos de distancias entre unos y otros, sería exagerar y mentir sobre la organización del festival, que vela por la seguridad y la salud de los asistentes. Pero, por seguro que, en tiempos de cercanía, aquello hubiera sido muy distinto.
Muy distinto hubiera sido todo de no haber cambiado el mundo el pasado mes de marzo. Por lo pronto, Amaral no hubiera pisado San Fernando, sino el Concert Music Festival de Chiclana. Y su gira “Salto al color” no hubiera tenido un salto al acústico. No se habrían quedado en casa gente del equipo, como Eva Amaral comentaba en el concierto mientras nombraba uno por uno, con lista en mano, a todas las personas a las que debían de agradecerle que aquello fuera posible. Ni mucho menos el público hubiera disfrutado de ellos sentados de dos en dos, con espacio de una mesa de por medio, ni mascarilla en la cara. Pero, como bien Eva confesó: "Es un concierto muy especial. No es para conformarse porque no está el otro".
Bien es cierto que su público podría haber pensado, cuando Eva Amaral y Juan Aguirre convirtieron la gira en un acústico, que no iba a ser lo mismo. Pero, más allá de pretéritos pluscuamperfectos de lo que hubiera o hubiese dejado ser, el público estuvo de acuerdo que la excelencia del directo con el salto al acústico fue sublime.
Eva y Juan, como se llaman los artistas y su actual gira, demostraron que la reinvención en tiempos de pandemia es más que posible para adaptarse a las circunstancias. Que con dos guitarras acústicas, una eléctrica y la famosa armónica de “El universo sobre mí”, se pueden hacer maravillas. Y ya, si a eso se le une el talento de ambos: esa guitarra de Aguirre y la imponente y majestuosa voz de Amaral… Se podría decir que “Apaga y vámonos”, pero mejor dejar encendido y quedarse a escuchar con todos los sentidos.
Amaral hizo un recorrido por su discografía, tanto la más antigua como la reciente. “Señales”, “Revolución”, “Moriría Por Vos”, “Salir corriendo”, “Cómo hablar” o “Hacia Lo Salvaje” son ejemplos de todos los temas que sonaron en un concierto de casi dos horas.
El público estaba a todas. O a casi todas. Aunque alguien no se supiera la letra de alguna, sin duda, se sabía la melodía de haberla escuchado en algún momento de su vida. Porque Amaral tiene ese algo en su música que nunca se te hace extraña. Todo lo contrario. Parece que llevas escuchándolos de toda la vida, y, a lo mejor, esa canción que estás tarareando es la primera vez que la escuchas.
La voz de Eva Amaral tiene ese algo que hipnotiza. Una chica del público, situada al fondo en una mesa con sus amigos, se llevó gran parte del concierto de pie, con cerveza en mano derecha, cantando cada una de las letras con los ojos cerrados, dejándose llevar y dejándose hipnotizar por la guitarra de Aguirre y la voz de Amaral.
Quizás el momento culmen de la noche fue “Sin ti no soy nada”, en la que los móviles se subían deseosos de grabar cómo en directo sonaba una de las canciones históricas de la música en España. Pero, para mágico, escuchar a Eva Amaral entonar las notas de “Ondas Do Mar de Vigo”. Era como si la esencia celta de Galicia hubiera inundado durante minuto y medio la Bahía de Cádiz.
Amaral le cantó a la mujer entonando “Soledad” y a Ennio Morricone homenajeando una de sus bandas sonoras míticas a guitarra y voz. Le cantó a la Bahía de Cádiz, que le soplaba el Poniente al vestido con capa de Eva dándole sensación de libertad. Le cantó “Mares igual que tú” o “Cuando suba la marea”, todo muy apropiado para el lugar y el momento. Aunque, hablando de momentos y lugares exactos, Amaral parecía que tenía las canciones perfectas para estos tiempos.
"A veces escucho las canciones de este último disco y parece que sabíamos lo que iba a pasar", confesaba Eva Amaral antes de empezar a cantar temas como “Entre la multitud” o “Nuestro Tiempo”. En algún punto de su actuación, dedicaron unos versos a su público: "Hoy hemos vuelto a encontrarnos, aunque no podamos abrazarnos. Pronto volveremos a encontrarnos, cuando todo esto haya acabado".
Amaral se despidió poco más allá de las doce de la noche haciendo un poco de “Ruido”. Todo eran “gracias” constantes, porque, hace unos meses, nadie se hubiera imaginado que aquello podría haber sido posible.
Amaral se marchó con mascarilla sobre el escenario, y las luces se apagaron poco a poco. Dejó que su salto al acústico permaneciera en el tiempo y se fusionara con las notas de “Moon River”, esa banda sonora de ese clásico del cine que hay que ver al menos una vez en la vida. Como Amaral, ese grupo mítico que antes de morir, hay que haber disfrutado de su directo y su música, al menos, una vez en la vida antes de morir.