El inicio del mes de marzo pilló al Gobierno enfrascado en ultimar la Ley de Igualdad cuya aprobación estaba programada días antes del 8 de marzo. Una ley que destapó los primeros desencuentros del gobierno de coalición y que contó con la crítica de la oposición. Nadie sabía lo que estaba por venir. El femenismo, Catalunya, las medidas impositivas y el despoblamiento eran los temas que más ocupados tenían a nuestros representantes. Eso era lo relevante en una tesitura política que parecía estar más polarizada que nunca con las fuerzas perífericas jugando un papel imprescindible en la supervivencia del Gobierno. Por primera vez en mucho tiempo, los puentes que antes -camuflados o no- existían entre la derecha y la izquierda estaban demolidos. La irrelevancia de Ciudadanos para cualquier suma y la existencia de una fuerza a la derecha del PP hacían imposible cualquier suma con la izquierda. Hacían porque ya es pasado.
La entrada en el mundo de la palabra Covid-19 ha puesto en jaque al planeta. Ha cambiado liturgias, modificado las relaciones entre personas y derrumbado la economía. Los ERTES promovidos por el Gobierno y empresarios virarán a ERES repercutiendo en la correspondiente trágica subida del paro que puede tocar máximos históricos del 20%, como muchos indicadores ya alertan. Ante el cambio de paradigma, todos cambiaron. El teletrabajo ya es una opción que los empresarios no maldicen, Europa bañará de euros a las maltrechas cuentas del erario público y la mascarilla siempre nos acompañará junto a llaves, cartera y móvil. Le costó mucho más a la arena política, enfrascada más en la distopía de las redes sociales para cultivar a su rebaño de fieles que a afrontar la realidad. Pero lo ha hecho.
Hoy, el Partido Popular ha votado a favor del decreto que regulará la vida de los españoles hasta que la vacune despeje el miedo y la incertidumbre. Y también ha respaldado (aunque sea irrelevante) la candidatura de Nadia Calviño a la presidencia del Eurogrupo. El gobierno parece despojarse de sus armazón ideológico al renunciar a las subidas impositivas a las grandes sociedades en las conclusiones del pacto de reconstrucción. Con el único objetivo de atar el apoyo de Ciudadanos, quien ya no habla de bajadas de impuestos, y de acercar al PP. Por contra, ERC, uno de los sostenes del Gobierno, parece hoy más alejado que nunca de Sánchez. Todo ha cambiado.
Y hacen bien PSOE y Unidas Podemos en no dejar su futuro en las manos de los republicanos catalanes. Con un otoño caliente (otro más) marcado por las elecciones al Parlament, Rufián no puede asegurar su voto afirmativo a los presupuestos.