Materializar la protesta
Cacerolada en pleno centro de Madrid. Fuente: Cuenta de twitter de VOX (vox_es)

Pronto se cumplirán diez días desde el comienzo de las caceroladas, o como algunos llevan estigmatizando erróneamente "la revolución de los Cayetanos". Cuando estas protestas se transportan del acomodado barrio de Salamanca a principales ciudades del territorio español, este tipo de etiquetas no hacen más que faltar a la verdad y hacer un flaco favor a los manifestantes.

Algunos dirigentes políticos de PP y VOX, conscientes de que esto sí que va con ellos, buscan con mayor o menor reparo apadrinar la protesta de manera partidista. Prueba de ello, declaraciones de la presidenta de la Comunidad de Madrid como que "lo de Núñez de Balboa les va a parecer una broma", o las del presidente de VOX Santiago Abascal expresando "será un honor darles voz el miércoles en la tribuna del Congreso", confirman que la carrera por adueñarse de este espontáneo movimiento social no ha hecho más que empezar. Yendo más allá, los de Abascal jugando a las comparaciones odiosas, comienzan a esbozar paralelismos -en cuanto va cobrando fuerza la protesta- con el movimiento 15-M, lanzando un vídeo bajo el lema de #SeguimosIndignados. Pero ¿están siendo precisos? ¿Se sustenta esta comparación? ¿O es un puro movimiento oportunista vacío de sustancia?    

El sociólogo Jonathan Christiansen, divide los movimientos sociales en cuatro fases: surgimiento, unificación, burocratización, y declive. En la misma línea, el politólogo y profesor en Harvard, Thomas E. Patterson, secciona los movimientos sociales en tres patas fundamentales: sostenibilidad en el tiempo, institucionalización -introducir las metas en el sistema político-, y legitimidad -los candidatos convencen a otros de que el objetivo es necesario-. Siguiendo esta línea teórica, el 15-M surgió con un tinte ciertamente transversal y amplio en sus bases, y su enfado carecía de representación política en un sistema bipartidista. Más adelante se unificó en el núcleo fundador de Podemos, y finalmente se burocratizó de manera institucional a través de la marca morada. Su pérdida de transversalidad y su cada vez menor capacidad de distinguirse de un partido como IU hace que la cuarta fase, el declive, elección tras elección esté cada vez más cerca para ellos.

El caso del movimiento cacerola es bien distinto. Utilizando a Jonathan Christiansen se puede descifrar que este movimiento se encuentra en la fase uno -no sanitaria- del manual de los movimientos sociales. Ciertamente no está teniendo escollos en surgir, su unificación está en proceso, por ello pugnan tanto PP como VOX por capitalizarlo. El problema radica en el origen y burocratización de sus demandas. Una de sus principales banderas es el lema de "libertad" a consecuencia de la limitación de movimiento que emana del estado de alarma. Se trata en el fondo de una agenda sin recorrido temporal, ya que en el momento en el que se desactive el estado de alarma y la restricción de la movilidad finalice -salvo repunte o tentaciones arbitrarias-, este movimiento social pasará gradualmente a la fase cuatro, es decir, el declive. Por otro lado, el proceso de burocratización también es problemático. En el caso del 15-M, el contenido de la protesta no estaba siendo representado en el arco parlamentario, sin embargo, con el movimiento cacerola sí. Tanto PP como VOX encajan con sus demandas, y así lo han hecho saber algunos de sus dirigentes políticos.

Apelar a gestas heroicas a través de otros movimientos sociales es comprensible, ya que para mantener el pulso en la calle es conveniente arengar a los seguidores y ampliar el apoyo social del mismo. No obstante, si se mantiene la fe y el corazón a un lado y prevalece el sentido de la razón, no es del todo convincente. De momento solo cabe esperar y observar, el tiempo lo revelará.

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