La pervivencia de lo clásico
Fuente: El País

En un mundo cada vez más inundado por la niebla y el desconcierto, necesitamos más que nunca faros que nos iluminen, nos guíen y nos enseñen el camino a seguir. Ayer, 16 de mayo, se apagó la luz de uno de los faros que, durante décadas, ha inspirado y motivado a miles de jóvenes, y no tan jóvenes, a abrazar la política, a cruzar la niebla de la demagogia y el populismo y a entender que para poder cambiar el mundo primero hay que conocerlo.

Nos ha dejado huérfanos uno de los mayores intelectuales de este país; quizá el mejor político de nuestra historia desde la muerte del dictador. Una persona que, más allá de ideologías, se había ganado el respeto y la admiración de todos sus compañeros de profesión. Un hombre sencillo que sostuvo sus ideales con actos y no con la vacuidad de las palabras. Un hombre que supo aguantar los vaivenes de la política, sus regeneraciones y cambios de discurso para convertirse en un pilar eterno de la izquierda española; en sus propias palabras, Anguita fue, es y será “un clásico, lo constante, lo permanente”.

Julio Anguita siempre tuvo claro dónde radicaba la raíz de los conflictos y siempre mantuvo firme su convicción de que la política es una continua lucha de los de abajo contra los de arriba; “o ellos o nosotros” le dijo a Jordi Évole en Salvados. Sin embargo, Anguita no solo miraba al pasado para conocer las causas de los conflictos, sino que fue uno de los pocos que siempre se atrevió a mirar al futuro y preguntarse las consecuencias del presente.

Porque Anguita, por encima de todo, era un maestro de escuela y volvió a su oficio tras retirarse del hemiciclo. Un simple maestro de escuela que, gracias a su clarividencia de ideas, su estudio de la historia y su manejo de la oratoria, puso en vilo a durante muchos años al status quo de nuestro país.

Los que escribimos hoy estas líneas somos solo dos jóvenes inexpertos en un mundo, que al menos, gracias a personas como usted, señor Anguita, parece un poco más humano de lo que tiempo atrás fue. Usted ha conseguido cambiar la historia que tanto amaba.

Hoy, y solo gracias a ti, españoles de izquierdas y derechas se unen por primera vez desde hace años para despedirte. Porque no se despiden del maestro, no se despiden del político, sino de la persona; aquella persona que supo diagnosticar a un país profundamente enfermo, que marcado por las divisiones y las inamovibles fronteras personales se tambaleaba sin rumbo alguno. No sabemos donde te encontrarás ahora, pero no nos cabe la menor duda que sea donde sea, estarás dándolo todo para hacer de ese sitio un lugar mejor.

Maestro de todo un país, gracias por darnos las claves para entender la verdadera política; no la que se esconde tras el elitismo y las falsas apariencias, sino la que se muestra transparente, accesible para todos, aquella que no teme en mirar a su pueblo directamente a los ojos para decirle la verdad, puesto que ella emana de él y para él. Gracias por iluminar con la palabra, pero enseñar con el ejemplo. El que queda atrás no eres tú, sino tu pueblo, que con el puño en alto se despide hoy de ti.

Otro gran orador como lo fue Cicerón decía que la historia es la maestra de la vida. En este caso, es el maestro el que nos da a todos una lección de vida y un ejemplo a seguir para quiénes queremos y creemos firmemente en la consecución de una sociedad más justa. Es una auténtica pena que en estos tiempos tan inciertos que nos está tocando vivir no podamos tener presente esa luz que nos marque el camino. Tendremos que ser nosotros los que tomemos la luz de espíritu y su ejemplo para esclarecer el porvenir. Esa, quizá, haya sido la última enseñanza del maestro.

Buen viaje, don Julio.

Fdo. David y Alonso

 

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