Encierro
Fuente: Youtube

Nos pasamos la vida intentando dejar huella en el mundo; sin embargo, es en este momento, entre estas cada vez más pequeñas cuatro paredes, cuando miramos atemorizados cómo es el mundo el que empieza a dejar huella en nosotros.

Ahora que nuestra propia salud se tambalea (y no me refiero a la salud física, sino a la verdaderamente importante, la psicológica), la única vía de escape de la realidad que nos queda es el cine. Tras vivir el clímax todo parece arrebatado, cuando nos quitan todo sobre lo que nos hemos construidos y sobre lo que hemos basado nuestra cotidianeidad nos dejan a solas con nuestro mayor aliado y enemigo: el libre fluir del pensamiento. ¿Cómo parar al monstruo que hemos ocultado toda la vida bajo la cama ahora que nos tiene arrinconados? Démonos el capricho de encender la TV, apagar el pensamiento y saltar en bomba hacia la primera película que se cruce en nuestra mirada, porque es ahí donde encontraremos el aire que nos falta fuera.

Ahora que es la realidad la que se ríe descaradamente de la ficción, la única forma de desconectar la razón y poner en marcha las, desgraciadamente, atrofiadas emociones es el cine. El resplandor de lo que podríamos estar viviendo ciega nuestra capacidad de discernir entre lo que queremos y lo que nos hicieron querer. El cine, de nuevo arma de doble filo, nos da una ilusión de felicidad; en nuestras manos queda cogerla o construir la nuestra propia.

Ahora que nos hemos quedado solos, ahora que este encierro nos obliga a convivir con el “yo y mis circunstancias”, la única forma de afrontarnos a nosotros mismos es el cine. Porque las películas ya nos lo enseñaron: es más fácil perderse entre cuatro paredes que en la inmensidad del mundo exterior. El peor encierro es el que vivimos por dentro.

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