España, el país de los toros, la paella, el olé y las playas, en donde todos los santos inocentes pecan de prejuicios y a los otros se les da de lado, se ha visto reducida a una simple amalgama de tópicos y clichés que cualquier Míster Marshall de turno conoce de sobra. Sin embargo, ¿nos reconocemos a nosotros mismos? Dejemos el mar de lado y sumerjámonos tierra adentro: ¿somos lo que somos o quienes dicen que somos?
Aquí es donde el brazo tonto del cine se hace fuerte, configurando la visión de un país que, si de por sí cojea, ahora vaga sin rumbo y se da de bruces contra sí mismo. Tanto si tus apellidos son vascos, catalanes o de los llanos de La Mancha, quieras o no, estás tú y lo que el cine español ha hecho de ti. Un cine con un potencial artístico por el que muchos países harían lo imposible, pero que, sin embargo, solo explota una mina de tópicos que mucho hace ya que dejó de sorprender.
El cine español, perdido en un viaje hacia ninguna parte, es vago, conformista. Vive encerrado en una cabina de teléfono de la que no quiere salir porque en ella encuentra un reducto de satisfacción que hace años nos resultaba atractivo, pero en el que hoy vivimos por inercia. Un cine inmerso en una industria que como el perro del hortelano ni come, ni deja de comer, impidiendo que producciones nuevas, arriesgadas y que cruzan las líneas de lo, parafraseando a esos “españoles de bien”, “cinematográficamente correcto”, sobrevivan en esta jungla de tópicos. Como los lunes al sol, cualquier rayo de esperanza que caiga sobre nosotros es cortado de raíz: si no vendes no vales.
Desesperada y al borde de un ataque de nervios, la industria exprime hasta la saciedad cualquier recurso que consigue mínimamente calar en el público, haciéndole perder cualquier sentido y valor que un día pudo tener.
España podrá caer y con ella la colmena formada por los españoles, pero su cine no. Este permanecerá en la memoria nacional e internacional de por vida, con sus luces y sus sombras. La tarea es clara y apartemente sencilla: impedir que las sombras sean lo único que recordemos. ¿Hay esperanzas? No lo sé; por ahora recemos por que la industria ponga pies en pared y conformémonos con que amanezca, que no es poco.