Ver más allá, entender que lo que tienes delante de tus ojos no es solo lo que puedes sentir a primera vista, sino todo un mundo que se esconde detrás de la obra final. El cine, como cualquier otro arte, surge de la nada, pero a la vez del todo. Tras el, desgraciadamente considerado, “producto” final existe todo un cosmos de esfuerzo, sudor, preocupaciones y trabajo en equipo que coordinados al unísono se constituyen como la base fundamental de la creación cinematográfica. El cine no es solo la película, sino todo lo que ha ayudado a sacarla adelante. Este artículo, quizás un tanto poético, es una oda a todas aquellas personas que hacen posible el arte de narrar historias.
La jungla en la que ha degenerado la industria cinematográfica no es más que el reflejo de los animales que en ella compiten, no por ser los mejores, sino los primeros, los primeros en sacar beneficio, dejando atrás su objetivo más esencial y humano: comunicar. Cuando todas estas personas que viven de y tras el cine se traducen en cifras es el momento en que dicho arte comienza a perder el rumbo y a naufragar. El alma de una película, lo que le da la vida, son las personas. El famoso “arte por el arte” es una patraña, un intenso invento poético hecho para ensalzar su lado más artificial y olvidar el más real. El arte debe ser, es y será únicamente por y para las personas.
Sin embargo, siempre habrá esperanza. Nunca dejarán de existir idealistas que hagan y den forma al verdadero cine, ya sea para comunicar, para transmitir o, simplemente, para hacer sentir a los demás lo que ni ellos mismos son capaces. Amantes del cine, con sus familias tras ellos, que abren las puertas de su imaginación como si las de su propia casa se trataran, solo para que nosotros, simples novatos, descubramos las maravillas que se esconden dentro y aprendamos sin pedir prácticamente nada por ello, solo una insignificante entrada de cine. Los verdaderos profesionales de este arte se arriesgan a un irónico intercambio, dan para no recibir, ahora sí, todo por el arte de comunicar.
He aquí la paradoja del cine, que a pesar de ser mucho más que la simple suma de sus partes, cada una de estas vale más por sí sola que el conjunto total.
El cine no se crea, lo construyen.