Desde que el tren de los Lumière aterrorizase a los invitados del Gran Café de París en 1895 hasta el día de hoy, en el que es un payaso extravagante y de acusada macrocefalia, el encargado de dar sustos a las parejas que visitan las salas de cine, el género de terror ha experimentado una evolución, cuanto menos curiosa, a la par que errática.
Salas abarrotadas, legiones de fans, decenas de personajes icónicos, momentos míticos grabados en la memoria colectiva y muchísimo más, es lo que ha conseguido cultivar el cine de terror a lo largo de su historia. Y hoy en día no es menos. Sin ir más lejos, la segunda entrega de IT, todavía en algunos cines tras siete semanas desde su estreno, sigue cosechando millones de dólares en todo el mundo, multiplicando su propio presupuesto inicial. "You'll float too", seguro, pero no cabe duda de que ahora los que están flotando por las nubes son los productores de la cinta.
Sin embargo, es aquí donde se llega al quid de la cuestión: mientras que el cine de terror vive actualmente sus tiempos dorados, el género como tal viaja a la deriva, sin un rumbo establecido y dando tumbos desorientado. Lo que hace décadas se entendía como terror, hoy ha degenerado en una sucesión absurda de los famosos "jump scares", que en un lenguaje más cercano y directo se podría denominar "repullos", los cuales solo están destinados a producir un momentáneo micro-infarto, pero que dos minutos después no se recuerdan. ¿Dónde queda la tensión continua durante toda la cinta, el pánico de volver a casa y sentir que puede pasar lo mismo que a la chica que se ha desangrado en la ducha tras ser apuñalada? ¿Dónde dejan los guionistas y directores el interés en crear una historia y unos personajes consistentes en vez de situaciones de "usar y tirar" en las que al público le da exactamente igual lo que le va a ocurrir a los protagonistas?
La culpa de ello la tiene todo Hollywood, más preocupado por el número de ceros a la derecha, que por crear algo novedoso que se quede grabado en la memoria de los asistentes a las salas. Ahora resulta más fácil, o, mejor dicho, rentable, el copia y pega barato basado en la selección de un escenario estándar (casa en el campo, mansión abandonada, ciudad fantasma…), unos personajes repetidos hasta la saciedad (matrimonio con hijos que se muda, estudiantes…), y, por supuesto, el bicho más extravagante posible y que mejor quede en el cartel promocional. Porque claro, Hollywood no está dispuesto a arriesgarse y vender dudas, misterio e intriga por conocer qué o quién acecha a los protagonistas, sino que prefiere dejar todo claro desde el minuto uno, no vaya a reducir la audiencia y hacerles perder dinero, faltaría más.
La esencia del terror es hacerlo surgir en cualquier momento y lugar, que el espectador sienta que, aunque la existencia del alien que persigue a la protagonista es totalmente absurda e inverosímil, este puede aparecer un día debajo de su cama y hacerle vivir lo mismo que a los personajes de la película.
La deriva del género de terror no es fortuita, sino provocada por la falta de interés y compromiso de los creadores en mostrar al mundo nuevas historias, nuevas ideas y nuevas maneras de transmitir emociones a través de las imágenes, la música y las palabras.