La animación sigue en su ciclo sin fin del live action de las películas clásicas de Disney. Esta vez el turno ha sido para El Rey León. El protagonista de la historia es Simba, un pequeño y travieso cachorro de león que huye por sentirse culpable de la muerte de su padre, Mufasa. Aunque pareciera un accidente, el hermano de Mufasa, Scar, estaba detrás del crimen y con la huida de Simba, se convierte en el rey de la selva. Simba tendrá que hacer frente a su destino como rey frente a la vida despreocupada que el suricato y el jabalí Timón y Pumba le ofrecen.
La película ha sido más que aclamada por los nostálgicos. A diferencia de Aladdín y Dumbo (estrenadas hace unos meses), el remake de El Rey León permanece fiel a la historia que Disney ya contaba en 1994 y que tanto se parecía a Hamlet. Precisamente éste parece haber sido el éxito que le diferencia de los otros dos live action ya estrenados durante este último año. Ocurrió lo mismo con La Bella y la Bestia en 2017, manteniendo la trama original sin variar demasiados parámetros, el éxito está asegurado.
Otro de los ingredientes mágicos para ser un taquillazo ha sido la tecnología CGI. El estudio de todas las formas y movimientos de flora y fauna y su traslado a la gran pantalla al mínimo detalle hacen que desde la sala el espectador se traslade a la gran sabana africana. Nunca jamás el pelaje de un león pudo sentirse así de suave a través del sentido de la vista como con esta nueva tecnología.
Lo que ahora cabe preguntarse es por qué compitiendo con películas de la talla de Midsommar en cines, un clásico remasterizado llegaba a acumular un total de cuatro millones y medio de euros en España durante su primera semana de estreno según Comscore. La respuesta es sencilla. Una historia conocida, fácil de digerir y con la que disfrutar cantando su banda sonora. A veces apostar por lo simple no sale caro, sino que suele ser lo más razonable.