El cine ha resultado ser a lo largo de su historia una asombrosa fuente de comparaciones y debates, y en la actualidad son muchas las personas que discuten sobre aspectos como la calidad de las cintas, la dirección o las actuaciones. En cambio, en esta ocasión, con el fin de desenterrar un viejo debate y con la intención de aportar un nuevo punto de vista, se compararán ficción y realidad en el cine, dos conceptos tan contrapuestos como relevantes en la larga historia del séptimo arte.
Es evidente que la realidad ha sido siempre la base sobre la que construir cualquier película. Las historias que cuentan acontecimientos reales tienen un don para la naturalidad que hace que el espectador se identifique enseguida con cualquier personaje que esté en pantalla. Al tratarse de hechos reales, la asimilación de los mismos es más fácil, por lo que resulta normal que cierto sector tenga predilección por esta faceta del cine.
Sin embargo, al igual que la realidad, la ficción también es un elemento indispensable a la hora de configurar cintas. En este caso no se premia la veracidad, sino la espectacularidad, no se premia el realismo sino la fantasía, porque cuando se trata de historias de ficción, lo que más valora el espectador es la capacidad del director de alejarlo de la realidad para sorprenderlo con una historia que lo aleje de manera momentánea de la realidad.
Parecería impensable que uno de los dos conceptos fuese superior al otro. Sin embargo, existe un factor que hace que la balanza se incline hacia un lado. Ese factor es el contexto en el que cada espectador se encuentra.
Esto quiere decir, en una era en la que las personas se actualizan de manera constante, es necesario deleitarse cada vez más con historias que innoven, y por mucho que pueda pesar a los más puristas, solo la ficción aporta la suficiente novedad en cada entrega. Como resultado final, no queda más que rendirse a la evidencia y aceptar que en la batalla del cine, la inventiva le gana la partida a la verosimilitud.