Así es como se vivió la marcha 8M en Santiago de Chile:
A las 18 horas de mi país, mujeres de todas partes del gran Santiago, nos reunimos en Plaza Italia, que es el famoso punto de encuentro y celebración en varias ocasiones. El morado y el verde eran los colores de la consigna, ambas tonalidades con distintos significados y leyendas, pero con la misma potencia y orgullo.
Luego del trabajo, me fui caminando hacia el punto de encuentro, y ya con mi pañoleta verde amarrada al cuello me fui identificando con las compañeras que también iban al mismo lugar. A mi eso me produce emoción, tranquilidad, orgullo. Sentirme parte de algo tan grande, reconocerme entre los ojos de otras mujeres, saber que compartimos una lucha tan importante. Lloré.
Entonces estábamos las de negro, las de pañoletas, las de torso desnudo, las de cuerpo pintado. Estábamos todas. Estábamos libres. Estábamos comenzando un carnaval que merecíamos. Estábamos por las que no pudieron ir, por las que silenciaron, por las que mataron. Estábamos también por las que les da miedo, por las que están viviendo un momento demasiado aterrador como para empoderarse, pero que ya es una semilla que está creciendo. Estábamos por las que van a ser, estábamos por nuestras hijas, por las nietas, por las futuras generaciones.
Caminamos por toda la Alameda, con los lienzos y carteles en alto, acompañadas del sonido de nuestros cantos, de los panderos, de las batucadas, de los aplausos. Fue una marcha pacífica, que convocó casi 200 mil personas solo en Santiago. Hicimos de ese, nuestro lugar seguro. Me sentí acompañada por miles de hermanas, todas eran mis amigas, todas éramos una.
La marcha terminó pasadas las 10 de la noche y podría asegurar, que todas nos emocionamos, que todas compartimos un sentimiento en común, que todas guardaremos sagradamente ese día, para contarlo los años que vengan, a quienes vengan.
No somos histéricas, somos históricas, somos feministas, todo el territorio es feminista.