Aceptar el desafío de escribir sobre feminismo en Chile, no es fácil. Al igual que mis columnas anteriores, en donde agradezco a n0 el espacio y la confianza que me entregaron, nunca he querido establecer una única verdad de qué es ser feminista. Las columnas de opinión entregan la posibilidad de hablar de un tema del que conoces, que te familiarizas tanto, que cuando te leen posiblemente te validan y respetan. Entonces parto aclarando, que no soy una experta en el tema, que mi voz, no es la única voz válida, ni que mi visión, es la visión transversal que se comparte del feminismo en mi país. Soy solo una mujer a la que el feminismo le salvó la vida, y para devolverle la mano, hablo sobre lo que sé, sobre lo que he leído, lo que he aprendido, lo que he marchado, lo que he vivido, y por supuesto, lo que he luchado.

Todos estos días me he estado preguntando cómo dar a conocer el feminismo en mi país, y el análisis siempre llega a la misma respuesta de que no hay que dar a conocer algo que ya es. El feminismo en Chile, no es diferente al de Argentina, ni al de Estados Unidos o al de España. Porque la base es la misma, somos mujeres oprimidas por el sistema, por la Iglesia, por los hombres. Mujeres a las que se les ha quitado la voz, la decisión. Mujeres a las que nos han golpeado, escupido, maltratado y violado. Mujeres que nos encontramos y entendimos que sufrimos lo mismo. Mujeres que nos empoderamos, y qué hacemos justicia por nosotras, por las que fueron y por las que serán.

Entonces entender eso, me dio justamente el inicio que quería. No vengo a enseñar un nuevo tipo de feminismo, ni que cuando lo lean comprendan un movimiento político diferente al que viven ustedes, mujeres de todas partes del mundo, a diario. Vengo a hablar de lo que puedo hablar, sobre esta hermosa lucha que se ha tomado las grandes avenidas del largo y angosto territorio chileno. Vengo a hablar para que nos identifiquemos, para que la distancia nos acerque, nos permita conocernos, nos permita hablar con la misma autoridad de que si estuviéramos acá, todas juntas. Vengo a hablar para aprender yo también de ustedes.

El arma más peligrosa que tenemos, somos nosotras mismas. Nos trataron de someter porque nos temen, porque les aterra que tomemos decisiones sobre nuestros cuerpos, que decidamos no ser madres, que decidamos ser lesbianas o bisexuales, que decidamos acostarnos con quien nosotras queramos, cuando nosotras queramos, como nosotras queramos.

Les aterra que levantemos la voz, que pongamos en evidencia la violencia con la que nos han tratado, que digamos que nos han acosado de camino al trabajo o al colegio, que todas nos hemos sentido en algún punto forzadas sexualmente. Que denunciemos, los aterra, que contemos con nuestras amigas, hermanas, madres, abuelas, los aterra. Por eso somos el arma más peligrosa, porque nuestro relato es colectivo, el de todas las mujeres del mundo. Somos el arma más peligrosa, porque nos creemos, y al sistema no le conviene que eso pase, porque pierde el control, de lo que alguna vez pensó que fuimos de ellos.

Entonces me pregunto por qué callar si nacimos gritando. Y es por eso que escribo, porque yo también soy un arma de guerra y la palabra es mi trinchera. Y porque si lo escribo, si lo digo, si lo pienso, si puedo llegar a otra mujer, entonces ya no solo será mi trinchera. Yo no quiero hablar del feminismo en mi país como algo nuevo, quiero hablar del feminismo en Chile como algo que nos une. Porque yo sé, que el próximo 8 de marzo, los medios no hablarán de movimientos apartes, ni por continentes, hablarán de las mujeres del mundo tomándose las calles para hacer caer el patriarcado.