“Cargar la suerte significa entrar al toro, ponerse en su camino con el cuerpo, metiendo la pierna para torear bien de cerca. O al menos así era antes. Los puristas dicen que lo de cargar la suerte se está extinguiendo. Ahora el sentido moderno del término es más light, los nuevos críticos aceptan que se cargue la suerte con meter la mano, sin usar la pierna. Pero eso requiere menos valor”. Así explicaba Andrés Calamaro el título de su nuevo disco, Cargar la Suerte, en la rueda de prensa de su presentación en Madrid, haciendo gala de su obsesión rayana en lo enfermizo con la fiesta nacional.
Según su opinión, hacer un álbum como éste, con mano de artesano, plagado de baladas y medios tiempos, y con la guitarra como elemento principal es, en cierto modo, cargar la suerte. El disco fue grabado durante el pasado verano en Los Ángeles, en directo y en cuatro rápidas sesiones. Tan rápidas, de hecho, que si prestas atención, al final de varias de sus canciones puedes escuchar la entrada de la siguiente. Según las propias palabras de Andrés, “es un disco de guitarras, a la vieja usanza”.
Y sin duda, tiene razón, pues muchos de los temas recuerdan al estilo de Alta Suciedad, la obra maestra con la que el argentino cerró el siglo XX. El álbum se abre con Verdades Afiladas, estrenada el 27 de septiembre como single de adelanto. Aquí podemos ver a lo que se refiere Calamaro. Un rock pegadizo y rápido, al más puro estilo argentino, que hubieran firmado sus colegas Charly García o Fito Páez.
La misma línea guitarrera nos encontraremos en 7 vidas, Falso LV (con toques de funk y una letra vacilona e hilarante especialmente destacables) o Adán Rechaza. También hay espacio para los medios tiempos con aires de soul, que parece ser una de las mayores obsesiones del bonaerense en sus últimos trabajos, en canciones como Tránsito Lento o Cuarteles de Invierno, donde adquieren protagonismo vientos y cuerdas.
Las baladas también ocupan un lugar importante en el álbum, ya sean trágicas y solemnes como Mi Ranchera, con un estilo más country fronterizo como en Egoístas, o de aire nostálgico como en Voy a Volver, el tema que cierra el disco, cuyos últimos dos minutos son sonidos incoherentes de cabaret, la única excentricidad que Andrés, un hombre sin duda excéntrico se ha permitido esta vez.
Mención aparte merecen las que quizá sean las dos mejores canciones del LP: Diego Armando Canciones, cuyo título es un nuevo guiño de Calamaro a su amigo Maradona; y Las Rimas. La primera, una balada con letra amable y base encantadora; la segunda, un rap a lo Calle 13 escupido sobre una base caótica perfectamente armonizada, que termina haciendo referencia a los secuestrados por el terrorismo de estado durante la dictadura argentina.
El álbum está plagado en sus letras de imágenes oníricas y rebuscadas marca de la casa. Quizá, la mayor curiosidad, es que Calamaro ha sido, esta vez sí, capaz de tener un filtro crítico consigo mismo y pulir un trabajo conformado en su totalidad por canciones casi redondas. Hay quien lo sitúa entre sus mayores obras. Es, sin ninguna duda, un grandísimo disco.