"Si estás viendo este vídeo, es que he conseguido ser libre" "Ya no puedo ni levantarme de la cama ni acostarme, no puedo darme ni la vuelta. No puedo vestirme, desnudarme. No puedo limpiarme. No puedo comer ya solo. Cuando te diagnostican la ELA, te dan la sentencia de muerte tal cual" "Me parece indignante que en este país no esté legalizado el suicidio asistido y la eutanasia. Me parece indignante que una persona tenga que morir sola y en la clandestinidad. Me parece indignante que tu familia se tenga que marchar de casa para no verse comprometida en el tema y acabar en la cárcel" "Recuerda, hoy soy yo, pero en un futuro pueden ser tus abuelos, tus padres, tus hermanos, tus hijos, tus nietos o tú. Piénsalo"

Con este testimonio tan doloroso, terrible y desgarrador como reivindicativo, ha firmado José Antonio Arrabal López su último testamento, que en esencia es una inmensa enseñanza. El vídeo que tanto ha impactado a la sociedad desprende desesperación, constituye un diáfano mensaje referente a los derechos y libertades humanas. A la incorrecta interpretación legal de un acto de libertad, a las leyes de unos seres imperfectos e incompletos. A la plausible realidad de que esos derechos no estarán culminados mientras no incluyan la muerte digna y la libertad de ser dueños de nuestro propio destino, la capacidad para tomar las decisiones relativas al final de nuestra vida. El vídeo testamentario grabado poco antes del suicidio de José Antonio Arrabal reabre un debate que no gira en torno al amor a la vida, sino en torno al amor en toda la extensión de la palabra. Puede parecer un acto de rendición y egoísmo el suyo, pero respetando la libre decisión de todos los enfermos terminales, cuando ya se han quemado todos los cartuchos con todo tipo de tratamientos experimentales; habiendo sido generoso durante tanto tiempo prestando su cuerpo para el estudio de la búsqueda de una futura pero aun remota cura para la enfermedad, solo puede ser calificada su acción como un enorme y último acto de generosidad.

La vida de José Antonio se apagó el pasado 2 de abril, bajo la sombra del ciprés de la incomprensión, en la más absoluta de las soledades. Abocado a un suicidio programado solo por él, sin ayuda, ingiriendo un coctel letal de medicamentos adquirido de forma clandestina a través de internet. Soportando la marcha de sus familiares con el objeto de evitar el procesamiento y las responsabilidades judiciales que marca la ley al respecto. Arrabal que puso en marcha una petición en 'Change.org' pidiendo al Ministerio de Sanidad la revisión de las leyes y el derecho a una muerte dulce, digna, es otro frágil barco de papel que naufraga en las costas de nuestras supuestas moralidades. La legislación española sigue impidiendo este derecho fundamental del ser humano, pues según el artículo 143 del Código Penal del año 1995 queda tipificado lo siguiente: "El que induzca al suicidio de otro será castigado con la pena de prisión de cuatro a ocho años. Se impondrá la pena de prisión de dos a cinco años al que coopere con actos necesarios al suicidio de una persona. Será castigado con la pena de prisión de seis a diez años si la cooperación llegara hasta el punto de ejecutar la muerte. El que causare o cooperare activamente con actos necesarios y directos a la muerte de otro, por la petición expresa, seria e inequívoca de éste, en el caso de que la víctima sufriera una enfermedad grave que conduciría necesariamente a su muerte, o que produjera graves padecimientos permanentes y difíciles de soportar, será castigado con la pena inferior en uno o dos grados a las señaladas en los números 2 y 3 de este artículo.”

Es cierto que con la Ley 41/2002, de 14 de noviembre, Básica Reguladora de la Autonomía del Paciente y de los Derechos y Obligaciones en Materia de Información y Documentación Clínica, se produjo un paso adelante, pero a todas luces del todo insuficiente. Además no basta con el Registro de Voluntad Vital, el Testamento Vital, o lo que es lo mismo, la posibilidad de firmar de forma anticipada las voluntades en caso de padecer una enfermedad terminal. Regulando la limitación del esfuerzo terapéutico, prohibiendo el ensañamiento terapéutico y permitiendo a los pacientes rechazar un tratamiento que prolongue su vida de manera artificial. Sin duda se han dado algunos esperanzadores pasos, pero dependiendo de cada Comunidad Autónoma la ley cubre mayores márgenes de actuación legal. La eutanasia es una palabra maldita, en este delicado campo queda mucho camino por recorrer y desafortunadamente tras la cortina legal siguen pesando demasiados tabúes religiosos e ideológicos. Demasiados frenos a lo que debería constituir un derecho fundamental del ciudadano, y un derecho inalienable del ser humano.

La historia de José Antonio es un nuevo grito a la libertad de elección, un desgarrador testamento que se suma a un elevado número de casos, que deben estar protegidos bajo una cobertura legal que permita decidir sin la necesidad de marcharse sólo, en la más absoluta de las clandestinidades, como si de un acto delictivo se tratara. Su decisión ha reabierto viejas heridas, el profundo debate, pero como muy sabiamente expresa José Antonio en el vídeo, no es habitual plantearse la necesidad de una justa legislación en busca de una muerte digna hasta que tenemos que enfrentarnos a una situación personal que afecta a un familiar o a un amigo. Es lo que sucede siempre, la empatía es un bien demasiado escaso, no se toma conciencia de nada hasta que no afecta directamente, y aunque este tema suele gozar del respaldo de la sociedad, sigue siendo insuficiente. Un ser humano completo es aquel que lucha por lograr la dignidad tanto en la vida como en la muerte. En este apartado es importante respetar las dos opciones posibles, tanto la de aquel enfermo que decide luchar con la esperanza del descubrimiento de una cura hasta el final, como la de aquel otro que decide poner fin al sufrimiento. Ambas son posturas generosas, pero resulta fundamental que en pleno siglo XXI no existan sociedades, ni estados, en los que no esté legislada y contemplada la libre disponibilidad de la propia vida. Solo con libertad es posible la dignidad, y jamás existirá la misma mientras que el final de nuestras vidas se encuentre secuestrado.

En el último discurso sobresale muy por encima de todas las palabras una expresión: la indignación. José Antonio inicia cada frase con la palabra indignante; es curioso esta sociedad tiene mucha más capacidad para crear indignación e infelicidad que esperanza y alegría. La dignidad no puede convertirse en una utopía, en un camino truncado y repleto de condicionantes, morir en paz es un derecho. Es más, va mucho más allá del dolor, traspasa la frontera del concepto de la incapacidad y del sufrimiento. En realidad el enfermo terminal que elige esta opción intenta enseñar al resto de sus semejantes que no existe dignidad en la muerte, ni en la vida, sin la libertad de decidir. Es la autonomía individual que reconoce la ley pero niega en la hora de la muerte, es la pelea por un destino final sin las ataduras de la extorsiones de aquellos que pretenden dirigir y controlar las libertades. Decidir lo que está bien y lo que está mal es una forma de ejercer poder sobre el resto, y posiblemente a los que deciden no les interesa que la gente sea del todo libre. Por esa razón a José Antonio, enfermo de ELA, no se le dio la posibilidad de gozar de una muerte digna, de ser absolutamente libre para decidir. Tanto él como su familia han dejado de sufrir, pero su muerte en lugar de dulce ha sido más bien amarga, de hecho a este ser humano se le negó la libertad. De hecho se le seguirá negando al resto la dignidad de morir en paz mientras no se superen los tabúes existentes en torno a la muerte. Eutanasia no significa otra cosa que buena muerte, el término eutanasia procede del griego: eu (buena) y thanatos (muerte).

Resulta realmente triste que José Antonio se haya tenido que marchar indignado, por ello no puede pasar un minuto más sin que esta sociedad recoja este mensaje en una botella lanzado directamente a la conciencia y moral del ser humano, aquel que debe ser libre de elegir su propio destino y morir en paz.