Las canciones siempre fueron las autobiografías de los demás que los cantautores hicieron propias y viceversa, poemas sonoros de dentro y fuera del alma, del continente y el contenido. Puede existir un lujoso contenido pero nada existe como el continente para testar el talento y el arte de un creativo, un poeta, un artista. Y en el arte de la canción popular, Joaquín Sabina es uno de sus mayores y más valiosos continentes, aquel al que se le ha esperado durante siete largos años de silencio creador.
Por la citada razón el lanzamiento el próximo 22 de marzo de su nuevo trabajo, de Lo niego todo, su decimoctavo disco de estudio, debe ser siempre un acontecimiento esperado, una nueva oportunidad de viajar y sentir con su voz quebrada, con lo que frasea y siempre versó. Una vez más el genio de Úbeda ha contado con la colaboración del escritor y poeta Benjamín Prado, que logró reactivar la pasión de Sabina por seguir contando y cantando historias. Como dijo Sabina, a aquellas musas, las suyas, que se sentían huérfanas tras la pérdida de grandes artistas en los últimos tiempos, les habían salido varices y ya les olía un poco el aliento y, Prado se convirtió en el mejor cirujano estético de la inspiración que jamás pudo encontrar. Ambos se confiesan como buscadores de buenos versos tras los que se ocultan algunos mejores, tanto como para convertirse en canciones. Además Sabina ha contado en esta ocasión con la inestimable colaboración de Leiva y, de este triunvirato solo se puede esperar y deparar lo mejor.
La vida y obra de Joaquín siempre pareció dependiente de los excesos, pero en esta nueva etapa del cantautor andaluz se ha demostrado que la genialidad era una cualidad que siempre portó de serie, pues aquella nube negra que le persiguió, simplemente descargó su tormenta sobre la base de su inspiración. Hoy Sabina es quizás más feliz escribiendo canciones, lo hace como siempre desde la pasión, sin olvidar la poética del príncipe canalla, pero quizás alejándose de sus propios fantasmas, de la nube negra de la melancolía. Las canciones de Sabina son hoy un proceso poético de amistad, el viaje creativo por ese territorio fronterizo entre poesía y canción, dos mundos cercanos pero con distintos objetivos. Como dice Prado la poesía es poesía, la canción es canción y, en esta ocasión se han unido un gran poeta con el mejor creador de canciones del panorama musical español.
Sabina hoy no se siente tan lejano a sus canciones, al punto de que no le avergüenza oírlas, sino todo lo contrario, se enorgullece de poderlas compartir. Aunque eso sí, sigue cantando a lo perdido, lo niega todo a través de doce canciones con las que se ha reencontrado con sentimientos de intensidad creativa que no experimentaba al menos desde hace quince años. En este disco son absolutamente identificables tanto el sello de Leiva como las cuerdas parlantes de Carlos Raya. Posiblemente la conexión con generaciones más jóvenes será mucho más fluida que en otras producciones musicales del artista de Úbeda, gracias en gran parte a la actualización que ha logrado Leiva del sonido canalla, pero en ese continente de creatividad Sabina sigue siendo absolutamente puro e identificable.
Con Quien más, quien menos, en un tono absolutamente intimista que caracteriza el álbum, vuelve a las quinientas noches confesándose en mitad de la madrugada, cambiando su familia por dos mulatas, con un pie en el tango y otro en el más allá; con No tan deprisa, aprieta el acelerador con un gramo de esperanza para homenajear a J.J.Cale. Lo niego todo es el primer single, y en plena negación de estereotipos se retrata como hombre capaz de defraudarse a sí mismo, atenuando la nostalgia con los acordes de un piano que niega incluso la verdad. En pleno anochecer prosigue con Postdata, una canción para el desamor según los inconfundibles versículos de Sabina, que regresa a sus reconocibles tonos crepusculares. Con ¿Qué estoy haciendo aquí? el reggae va como la seda para nadar entre tiburones de los negocios del Dow Jones, el Ibex y el Nikkei. En Leningrado Joaquín Sabina contempla al sol morir en los tejados e identifica un talón de Aquiles al portador para la revolución. Las noches de domingo acababan mal, constituye para el artista su genial viaje por todos los días de la semana, en la que un lunes puede durar hasta todo un año. Sin Pena ni gloria es la primera persona de la canción hecha poesía a ritmo de rock. Canción de primavera, más alegre, es el regreso del viejo verde, el del fraseo canalla de toda la vida
Quizás Lágrimas de mármol constituye el tema en el que Leiva se hace más presente y lo hace para dar fuerza al Sabina más desgarrador, más realista, más lapidario y menos egocéntrico; enviando un claro mensaje a la sociedad, pues se define como un superviviente de futuro breve y resaca larga, describiendo de forma magistral cómo la parca llamó a su puerta en 2001, cuando andaba haciendo ‘selfies’ a su propio ombligo.
Este es sin duda un disco con constantes guiños autobiográficos, los de un genio de voz ronca en el otoño de su vida; Churumbelas con su corte rumbero sobrevuela por los 19 días y 500 noches, por barrios gitanos en los que hubo un tiempo en los que convivieron Morente; Lole y Manuel y Camarón. En Por delicadeza Sabina le entrega el testigo a Leiva para volver a cantar a estrofas desnudas al desamor, cerrando a guitarra armónica y de forma intimista un trabajo para paladear al Sabina de siempre como nunca.