Entre músicos profesionales nació y creció el pequeño Johnny, que desde su por entonces exigua altura miraba hacia arriba y veía un mundo musical, un universo de notas infinitas en absoluta expansión, pues su padre era percusionista en la CBS Radio y formaba parte del Quinteto de Raymond Scott. Por ello en su caso solo puede analizarse y repasar su existencia como una sucesión de pentagramas vitales. No en vano Long Island es la partitura de su infancia, puesto que al estar rodeado de ese aire impregnado de melodía, siempre creyó que los seres humanos tenían como principal objetivo ser músicos y componer. Con siete años ya comenzó a tocar el piano y, pronto sus padres se trasladaron a California, donde su progenitor hizo colaboraciones para el Séptimo Arte.
Pentagramas vitales
Su vida es por tanto una composición, una partitura genética que perfeccionó con sus estudios en UCLA y Los Angeles City College, bajo la tutela de Robert Van Eps y Mario Castelnuovo-Tedesco. Como tenía que procurarse el sustento de algún modo, tras prestar sus servicios en el ejército del Aire (donde dirigió una orquesta), comenzó a tocar el piano de forma profesional en la Gran Manzana y a dirigir su propia banda de jazz. Dada su vinculación familiar al cine, acabó perfilando su siguiente pentagrama vital en Los Ángeles, donde hizo sus primeras colaboraciones. Partiendo desde muy abajo, aprendiendo y exprimiendo todo lo posible de grandes compositores hollywoodienses como Bernard Herrmann, Alfred Newman o Dimitri Tiomkin. El piano del por entonces conocido como Johnny Williams comenzó a sonar, recordando especialmente su buen hacer en la banda sonora de Matar a un ruiseñor, compuesta por Elmer Bernstein; ese piano que suena lo hacía de las manos del genio de Long Island. Igualmente el piano que suena de fondo en la canción de Marilyn Monroe en I Wanna Be Loved By You, es el suyo. John trabajó e hizo arreglos para la Fox y Columbia durante años, siempre en silencio con aquel perfil bajo de modesta grandeza que le caracterizó. Paralelamente a sus primeras colaboraciones e incursiones en la meca del cine con El señor de Hawaii (1963) y Código del hampa (1964); hizo trabajos para televisión en los que se comenzaron a adivinar sus dotes especiales, su singular creatividad en el universo de la composición y la dirección musical. La partitura de la legendaria serie Perdidos en el espacio (1965) era suya y constituyó un ejemplar precedente de lo que podía llegar a hacer.
John Williams, maestro de Spielberg y Lucas
Con El valle de las muñecas logró la primera de sus 47 nominaciones para los Oscar, consiguiendo la primera de sus cinco estatuillas en 1972, por su adaptación del musical El violinista en el tejado. La aventura del Poseidón (1972), El coloso en llamas (1974) y Terremoto (1974), llevaron su sello musical, pero sin duda existe un antes y un después en su siguiente pentagrama vital, que no es otro que su cruce de caminos con dos genios del cine como Steven Spielberg y George Lucas. Con el primero se produjo en la primera mitad de la década de los setenta, cuando Williams descubrió a un joven genial con unas tremendas inquietudes cinematográficas, que le sorprendió porque sabía tanto de bandas sonoras del cine como él. Loca evasión (1974) constituyó su primer trabajo junto a Spielberg, una vinculación tremendamente prolífica que acabó elevándose a la máxima potencia de creatividad cuando hicieron Tiburón en 1975. Por este trabajo consiguió su primer Oscar por una partitura original para el cine, pero esta no fue creación más. Todos los profesionales de la música y el cine que han tenido la posibilidad de analizar a fondo la película coinciden en que un gran porcentaje del éxito del film corresponde a la magistral banda sonora de Williams. Son múltiples las anécdotas de espectadores que tenían que abandonar su butaca antes de que apareciera el tiburón, fundamentalmente por la atmósfera terrorífica previa surgida de la batuta del maestro. A partir de ese momento no fue concebible la trayectoria profesional de un genio sin el otro.
El mítico Steinbeck de Williams
Para Steven Spielberg, John fue algo más que un maestro, es aquel que consiguió que sus películas se convirtieran en simplemente eternas. Al hacer referencia a Williams, Spielberg otorga capital importancia a la primera parte del proceso, que es la serie de reconocimiento, el momento crucial en el que se pasa el visionado de la película, aquel en el que se deciden los silencios y las partes sonoras del film, pues como muy bien demostró a lo largo de toda su carrera (aunque en su caso pueda parecer algo difícil de comprender) los silencios son tan importantes como los espacios sonoros. En esto John fue también un maestro, un compositor que asevera que el cine mudo jamás existió, porque hasta en la época primigenia del cine surgía un violín para dar sentido sonoro a la secuencia de imágenes. En el reciente homenaje que se tributó a Williams con motivo de la entrega del prestigioso galardón AFI, Spielberg en el discurso en honor y agradecimiento para con aquel que trabajó más de cuatro décadas y 27 películas, incidió en la admiración que le profesaba. Spielberg recordó como momentos inolvidables aquellos en los que llegaba a casa de John Williams para intercambiar ideas. Entonces observaba al maestro sentado junto a su piano Steinbeck de más de cien años creando magia. Anotando sobre una libreta amarilla el complejo rompecabezas de la partitura, “aquí suenan violines’, “aquí un piano” “aquí una flauta”; ecuaciones musicales a la altura de los mejores compositores de la historia que entregaba a los cien músicos de la orquesta, que bajo su batuta plasmaban la magia de su obra.
Cinco notas para contactar con alienígenas
Spielberg acabó por descubrirlo profundamente en su trabajo en la inolvidable película Encuentros en la tercera fase, en la que el músico se pasaba quince horas trabajando en el perfeccionamiento de esos silencios y tiempos musicales, implicándose al cien por cien en el trabajo de producción y postproducción. Fundamentalmente descubrió que la música no tiene fronteras y que con Williams era posible una circunstancia inimaginable en la historia del cine: hacer la música antes que la película. Simplemente fascinante aquella escena, aquellas míticas cinco notas para comunicarse con los alienígenas… Para uno de los mejores directores de la historia del cine, sin Williams no vuelan las bicicletas ni las escobas en los mágicos partidos de quidditch, no habría surcado los cielos aquel superhombre con capa, difícilmente conoceríamos lo que es la Fuerza, jamás habríamos vivido las aventuras de aquel busca tesoros con látigo y sombrero, mientras que los dinosaurios nunca habrían poblado la tierra del Séptimo Arte. Todas ellas fueron grandes películas de la historia del cine, pero si llegaron a ser eternas fue gracias a la batuta de John Williams.
La Fuerza de la música
Por si su trabajo junto a Spielberg no fuera suficiente como para consagrarle como uno de los grandes de la historia de la música, basta con citar el año 1977 para dimensionar de forma adecuada su contribución creativa. Para ello hay que recurrir a otro de los grandes genios del cine: George Lucas. La obra de Lucas posee un obelisco fundamental: Star Wars y la grandiosa obra maestra del director no sería concebible sin la banda sonora de Williams. El genio de las bandas sonoras consiguió con esta composición que todos y cada uno de aquellos que han gozado del privilegio de ver alguna película ambientada con su partitura musical, se pregunten cuándo fue la primera vez que escucharon a este músico. Igualmente inolvidable fue su trabajo en la saga de Indiana Jones, precisamente en tono de humor y tremendamente cariñoso para con el maestro, Harrison Ford declaraba en la entrega del premio AFI: “estos acordes me persiguen a todas partes” y se rendía ante la grandeza del compositor recordando escenas que cobraron alma y sentido gracias a sus notas.
Con solo dos acordes
Como dijo Tom Hamks (Salvar al soldado Ryan, con música de Williams) tan solo bastan dos acordes de sus composiciones cinematográficas para transportar al que escucha a la sala de cine en la que la escuchó por primera vez, también al film legendario en cuestión, pero muy especialmente constituye un viaje hacia la memoria histórica. El momento de la vida por el que se pasaba, porque el maestro ha conseguido que su música llegue a estar muy por encima de las imágenes y las palabras. Existe un denominador común entre los actores y directores que tuvieron el privilegio de contar con el genio de Long Island como creador de la banda sonora de sus películas. Todos recuerdan haber rodado escenas que prometían, haber leído guiones magníficos sobre el papel, pero comenzaron a cobrar conciencia de que del cine podía surgir magia gracias al montaje final del director y, muy especialmente al alma musical de Williams.
La música rescata sueños y recupera al niño
Su capacidad creativa ha sido inagotable, E.T., Solo en casa, Superman, El imperio del Sol, Parque Jurásico, La lista de Schindler, Memorias de una geisha, Harry Potter… gracias a Williams la vida es una banda sonora, pero no solo lo demostró en el cine sino en muchos otros campos, como en el deporte, pues nadie podrá olvidar aquella fanfarria que sonó al inicio de la inauguración de uno de los mejores Juegos Olímpicos de la historia moderna, el de Los Ángeles de 1984. Posiblemente y en esencia lo que ha logrado Jonh Williams es despertar al niño que lleva el ser humano en su interior. Dicen que ese ser inocente y espiritual, esa ilusión se va perdiendo con los años, los sueños se van difuminando, pero con Williams es como si un niño jamás dejara de creer en la existencia de los Reyes Magos. Como muy bien dijo Drew Barrimore, la maravillosa niña (hoy mujer) de E.T., Williams nunca dejó de ser un niño, de situarse en su lugar, por ello hay que darle gracias eternamente, por conseguir rescatarlo de lo más profundo del ser humano.
La humildad de uno de los más grandes de la historia
El maestro es un personaje irrepetible, prácticamente indefinible, pero si hay algo que lo define es su grandiosa humildad. A día de hoy, siendo un genio y referente para todos, sigue dando gracias a Lucas por haberle permitido crear partiendo de personajes como Darth Vader, Leia, Lucas Skywalker, o Indiana Jones; también a Spielberg por darle la oportunidad de contactar con alienígenas con tan solo cinco notas, dar sentido musical a su tiburón, magia a E.T. o vida a sus dinosaurios. Su verdadera vida es un pentagrama y se podría resumir en una anécdota que cuentan Lucas y Spielberg sobre él. Dicen que ambos se encontraron en una playa de Maui para desconectar y que allí, mirando al mar, hablaron de hacer juntos la película del arqueólogo con látigo y sombrero, pero que coincidieron esencialmente en algo: antes de hacer la película, la música nos la hará John Williams. Pero la que quizás le define realmente es aquella otra que contó el propio Williams en la recogida del premio AFI. En aquel momento el maestro recordó que con motivo del montaje de La lista de Schindler, Spielberg le llamó para trabajar en el habitual proceso creativo en el visionado de la película sin banda sonora. Williams salió impresionado de aquella sala, tan sobrecogido que no le dijo una palabra al director, al punto de que tuvo que pasear para sobreponerse. Regresó y le dijo a Spielberg: “Steven no es posible ponerle música a esta película”. A lo que Spielberg respondió: “Ya lo sé, pero resulta que todos los que podrían hacerlo están muertos menos tú”. De esta forma, el director le situaba en el lugar de los más grandes de la historia de la música, el Olimpo sonoro en el que se le debe ubicar. Y es que si la vida fuera una banda sonora habría que llamar a John Williams para que la compusiera.