Jugar con los espacios temporales y el miedo que produce el no saber identificar la línea que separa el pasado y el presente del futuro. Esta es la base del potencial de la tercera temporada de Black Mirror. La ficción creada por Charlie Brooker ha dado el salto a Netflix en medio de un mar de dudas previo sobre los posibles cambios comerciales que podrían hacer sus tramas menos complejas y más abiertas a todos los públicos.
"Un descenso emocional en el que nada es verdad y todo es cierto a la vez"
Pero las dudas han quedado despejadas con una tercera temporada llena de callejones en los que perderse y encontrarse. Una serie peculiar con capítulos independientes, sin elencos ni tramas comunes, que sin embargo guardan un mismo punto reflexivo. Porque Black Mirror es especialista en crear vínculos con el espectador. Es un laberinto audiovisual en el que se entra con expectativas de salir airoso en una hora pero en el que quién lo cruza nota que la reflexión durará bastante más. Si cruzas la puerta, has caído. Y cada caída es vertiginosa. Un descenso emocional en el que nada es verdad y todo es cierto a la vez. La sensación de ser prisionero de historias y tecnologías que, aunque lejanas, se sienten más cerca que nunca.
Y es que esta tercera temporada se transforma en un juego de trileros en el que sus creadores esconden la bola de la ficción y en el que el espectador se pierde en multitud de realidades con los rápidos movimientos de las tramas. Las tecnologías futuristas mostradas en algunos capítulos parecen pertenecer al presente de un seguidor de la serie que se siente identificado con los mundos representados a pesar de vivir en un espacio temporal diferente al marcado en el guion. Al ver cualquier capítulo de esta tercera entrega de Black Mirror uno se da cuenta de que la línea que separa nuestro presente de nuestro futuro es más delgada que nunca.
Los creadores de esta ficción televisiva han querido dotar a la nueva temporada de multitud de matices. Cada capítulo cuenta con una estrategia narrativa diferente para recorrer el sendero hacia la reflexión buscada en su argumento. En ellos están presentes el amor, el odio, la violencia, el terror, la desesperación, el drama, el suspense y tintes políticos y policíacos. Todos representados por un elenco que ejecuta de manera sobresaliente su acometido.
En esta tercera ronda de nuevos capítulos el ser humano, sus relaciones y sus comportamientos cobran protagonismo entre tanta tecnología y se arriesga en episodios como San Junipero en el que el equipo hace un ejercicio de innovación en lo narrativo que da un resultado asombroso y desgarrador. Un guion impactante, como también lo son especialmente los de los capítulos Nosedive, Shut Up and Dance y Playtest.
Todo está cuidado en esta producción que reúne calidad a raudales desde el guion a lo visual. La tierra está perfectamente arada desde el papel a la pantalla y esto convierte a Black Mirror en un todoterreno que va a pisar fuerte en Netflix. El futuro se muestra más posible que nunca dejando una sensación abrumadora al final de cada episodio.
Queda demostrado que el miedo a veces puede proceder de la luz. Y es que la multitud de pantallas tecnológicas que se extienden por el planeta, tienen la capacidad de crear en su conjunto sombras que generan los mayores terrores psicológicos del ser humano.