En 1975 y con motivo de su ingreso en la Real Academia de la Lengua española, Miguel Delibes dio una magistral lección del sentido verdadero de su obra, dejando en evidencia a todos aquellos que peyorativamente le tachaban como demasiado rural y costumbrista, obviando la profundidad y autenticidad de los personajes de sus novelas; tipos presuntamente elementales de los que tendrían que aprender todos los demás. Subyace en todo lo concerniente al maestro Delibes su preocupación social y su inquietud por la desenfrenada dirección de un mundo, del que como dijo en el cierre de su discurso quiso bajarse, pero que no lo hizo porque mantenía la esperanza en la reacción de los jóvenes. De esa generación que había llegado con el regalo del DDT y los metales pesados circulando por sus arterias.
Un Mundo que agoniza
Lo cierto es que como desarrolla en Un Mundo que agoniza, alerta de una serie de actitudes vinculadas al avance tecnológico seriamente dañinas para la humanidad y muy especialmente para la Naturaleza, que es en esencia la gran Madre a la que el hombre jamás debería dejar de amar, respetar y cuidar. Es un hecho indudablemente cierto, que el ser humano en el proceso de selección de las especies ha evolucionado técnicamente a base de modificar la Naturaleza. Esto acontece desde el principio de los tiempos, desde que el primer ser humano convirtió una tierra o un bosque en un terreno para cultivar. No es menos cierto que todo ser vivo modifica su entorno, pero a diferencia de los animales salvajes que lo hacen sin alterar el ciclo de la selección natural, el hombre modifica su entorno sin respetarlo lo más mínimo, buscando un beneficio individual que no tiene por qué ser siempre beneficioso para el resto de su especie, sino únicamente para sí mismo.
Puede que sus palabras sonaran demasiado alarmistas, que su discurso pudiera ser catalogado como apocalíptico, pero Delibes ya por entonces defendía que la población mundial estancada hasta el siglo XVII en 600 ó 700 millones se multiplicaría por mil. Hecho absolutamente constatable puesto que en la actualidad, la demografía mundial ronda sobre los 7.300 millones de personas. Pero lo que más preocupaba al maestro no era el aplastante incremento de densidad, sino el hecho de que si con 700 millones no se era capaz de gestionar los recursos equitativamente con el objeto de que todo el mundo tuviera la posibilidad de vivir una existencia mínimamente digna, cómo demonios iba a lograrse multiplicándolo por mil.
El sentido del progreso
Nadie puede poner en duda la evolución científica y tecnológica, pero si la citada evolución no es pareja a la evolución moral y espiritual, se corre el riesgo de hacer un pésimo uso de la ciencia. El sentido del auténtico progreso, tiene que ir de la mano de la llamada a una moral universal que permita al agua ser agua, a la planta, planta y, al mar, mar. En definitiva no arrebatar a la Naturaleza el papel de madre natural que concibió al ser humano proporcionándole un paraíso terrenal, que este rebelde homínido se empeña en convertir en un infierno. El sentido premonitorio de Delibes cobra absoluta vigencia actual; pese a que el escritor publicó la obra hace ya 41 años. El sentido de su obra siempre se dirigió hacia ese camino, Daniel el Mochuelo aquel muchachito que se resistía a abandonar el campo para perderse en el rebaño de la gran ciudad, en esencia estaba alertando al mundo del incivilizado uso de los avances tecnológicos y científicos.
Ansias de depredación, consumismo, posesión…
En la teoría ensayo error que fundamenta los avances de la ciencia, son demasiadas ocasiones en las que el error ha sido mayúsculo. Fundamentalmente el error de concepto basado en el dinero y el poder, como quintaesencia de un podrido progreso carente absoluto de empatía, ética y racionalidad. El ser humano sacia su ansia de depredación poseyendo y consumiendo objetos en la mayoría de las ocasiones superfluos, que como muy bien decía Delibes tienen un 99% de marketing y publicidad y un 1% de utilidad. Como predijo, el sentido del objeto perdurable se ha perdido, hoy día todo tiene fecha de caducidad. Aunque los avances en el campo de la medicina han permitido elevar exponencialmente la esperanza de vida, esta circunstancia ha generado como contrapartida negativa un impacto ambiental absolutamente brutal sobre la biosfera, gracias en gran medida a la locura del consumismo y la superpoblación. La medicina ha conseguido que seamos más, pero no mejores, pues no ha logrado cambiar por dentro al ser humano.
Desertización y desnaturalización de la Tierra
El crecimiento poblacional ha obligado a los agricultores y ganaderos a recoger más cosechas y a tener rebaños cada vez más grandes. El sobrepastoreo genera la tala indiscriminada de bosques, una deforestación que implica brutales extensiones de terrenos que deben ser tratados con fertilizantes y pesticidas que van a parar al agua, los ríos, el mar y a nuestro organismo. Pero lo verdaderamente vergonzoso y preocupante es que un tercio de la población consume, genera mayores residuos y contaminación, que el resto.
La desertización de la Tierra es un hecho irrefutable, el calentamiento global del planeta, producto del sector energético, amenaza seriamente el equilibrio natural de Gaya. Las emisiones nocivas son ciertamente alarmantes, urge un cambio de mercado pero no existe predisposición para acabar con el Imperio energético, apostando por la producción en masa de energías alternativas menos nocivas para el planeta. Un planeta azul que se rebela cada cierto periodo de tiempo, y que ha perdido una enorme cuota de su naturalidad. Resulta una misión prácticamente imposible encontrar hoy día algo absolutamente natural que no haya sido modificado a gusto del consumismo humano. El enfermizo concepto humano de la Tierra y la Naturaleza como posesión, ha propiciado que el hombre haga utilización de su evolución técnica y científica de forma absolutamente irracional, sin tener el más mínimo respeto por el medio que le proporciona los recursos, agotándolos hasta extremos insospechados en defensa de beneficios individuales en lugar de los beneficios compartidos.
Son ciertamente elogiables lo avances tecnológicos que se han producido desde que Delibes escribió sobre el Mundo y su agonía, pero desafortunadamente el objetivo del hombre no ha cambiado, sigue siendo el enriquecimiento de unos pocos. Además los medios utilizados para ello siguen siendo tan perjudiciales como para preguntarse: ¿Hasta cuándo soportará el planeta semejante maltrato? ¿Está el futuro de la raza humana en otro planeta, una vez que haya convertido la Tierra en un bidón de basura inhabitable?
La humanidad, una fábrica de hombres en serie
El planeta, la sociedad de consumo ha acabado por convertir el mundo en una fábrica de hombres en serie. Autómatas sin corazón, niños de una cadena a los que se les sigue contralando con juguetes, el pan y circo de toda la vida, que hoy día posee numerosas versiones, identidades y formas difíciles de identificar. Un pueblo entretenido es un pueblo que no protesta, un pueblo que no lee es un pueblo sin ideas, un pueblo que vuelca su vida en la red, es un pueblo controlado. Hoy día las distancias no existen, internet ha supuesto un avance mundial de consecuencias inimaginables, pero resulta también una poderosa arma de control mental, y despersonalización. Aunque se pueda pensar que los seres humanos están más cerca unos de otros que nunca, la realidad es que no hubo otro momento en el que estuvieron más lejos.
El dinero, ídolo y símbolo de la civilización
El verdadero problema es que lo que denunciaba Delibes sigue absolutamente vigente, que el dinero sigue siendo ídolo, símbolo de la civilización y rostro del poder. Y el poder siempre fue la más devastadora arma del cerebro réptil, la máscara depredadora de las guerras. Guerras frías, amenazas nucleares, bacteriológicas, religiosas, ideológicas… El mundo vive hoy en una gélida Paz fría y ficticia que estremece, por ello rebrotan radicalismos ciertamente preocupantes que hacen recordar contextos históricos de los que el ser humano debe avergonzarse. Poco se puede esperar de un homínido que ejerce depredación sobre sí mismo y del que apenas existen rastros de su racionalidad.
A los que verdaderamente les interesa y se ven beneficiados de la espiral de locura en la que ha entrado la humanidad, no les interesa lo más mínimo que el monstruo se detenga. El problema no es que un monstruo venga a vernos, el problema es que el monstruo es el ser humano ególatra y materialista que no siente respeto por la esfera azul que le dio la vida. La técnica, la política y la sociología son elementos al servicio de la dominación del Estado-Padre, dirigido por unas pocas manos a las que conviene la despersonalización humana, su conversión en números.
Vivir a la falda de un volcán a punto de colapsar
El ciudadano de a pie no tiene ni la más mínima idea que vive su rutina diaria a la falda de un volcán a punto de entrar en erupción. Aquellos países que tienen en su poder tecnología armamentística de aniquilación inmediata han sometido a la cultura del miedo al resto, pero fue precisamente esa cultura del miedo la que proporcionó al resto la clave para contraatacar con el mismo fundamentalismo (en esencia dos formas de terrorismo). Cuentan que un once de septiembre el mundo cambió, pero creer en ello es engañarse a sí mismo, pues el ser humano no ha cambiado un ápice. La historia siempre fue la misma, hombres contra hombres, pueblos contra pueblos, mismos enemigos, distintas ideologías, rostros y armas, e idéntica víctima, la Tierra y la Naturaleza, cuyos recursos son finitos y no pueden atender la insaciable demanda y sed de dominación de un ser que la agrede constantemente.
Urge una revisión de la escala de valores, quedan muy estéticos los acuerdos de los G6, G7, G8… pero este grupo de países más industrializados del planeta jamás conseguirán nada mientras no exista un verdadero compromiso por el cambio, no solo de industria y energías alternativas, sino de moral y conciencia. El planeta se queda sin su pulmón vegetal, el mar como decía Delibes, se muere, es la piscina artificial del hombre, un estercolero acuoso, una piscifactoría para peces con dos cabezas y cuatro ojos. El ser humano es tan ingrato y egocentrista que ha perdido por completo su sentido de existencia, convirtiendo a la Tierra en una inmensa fábrica. No es una cuestión de convertirse en un acérrimo defensor del antiprogreso, sino de la ubicación y utilización del progreso de forma racional respecto a las necesidades humanas, pero muy especialmente del medio en el que vive y tiene la obligación de conservar.
La atalaya castellana
Decían que Delibes escribía desde su atalaya castellana, y no les faltaba razón, puesto que la atalaya de Don Miguel es el único lugar desde el que se puede tomar distancia y contacto para percatarse de las atrocidades que se cometen y se vienen cometiendo a diario sobre una Tierra artificial y humana, que de un modo u otra habría que parar y, de la que cómo muy bien dijo el maestro urge bajarse.