El cuento de nunca acabar
Fotografía: www.congreso.es

Rémoras incandescentes bloquean con fuerza en el panorama político nacional. En medio de una bifurcación ideológica que ha secuestrado al país, es destacable que el escarnio no radica únicamente en la inestabilidad, ni siquiera en la fatídica capacidad de reacción que demuestra la clase política, sino en el conflicto social. Podredumbre sociológica ante una ciudadanía agonizante que no encuentra la forma en la que encarar los hechos. Únicamente son los coletazos de pasión, acorde con la idiosincrasia de un país a todas luces tenue -valga la paradoja- los que sustentan el corazón común de más de 40 millones de personas.

Buscando en el baúl de los recuerdos, como diría la canción, "cualquier tiempo pasado nos parece mejor". Lírica aparte, en el ente público preocupa la realidad. Inmediatamente necesario parece ser la formación de un gobierno, hasta el punto de no importar lo más mínimo el color del que lo encabece. Costuras rotas, desgana y un imperioso axioma de polarizar la situación. Así las cosas, el enigma sigue sin solución alguna, tanto que la inestabilidad política y social ya ha atravesado las cuatro estaciones. 

El invierno empezó en las urnas

El 20 de diciembre tuvo lugar el primer episodio de una gran saga cinematográfica todavía sin final. Millones de españoles estaban citados a las urnas para decidir el futuro político de su país. Los primeros copos de nieve llegaron en forma de votos. La emersión de dos partidos nuevos con respecto a las últimas elecciones generales compuso la nota significativa. El bipartidismo comenzó a resquebrajarse, a decir adiós al turnismo que durante tanto tiempo habían mantenido. Aun así, Mariano Rajoy y Pedro Sánchez, candidatos por PP y PSOE respectivamente, aguantaron el tipo. 

El panorama se preveía incierto y fragmentado. 350 diputados conformaban el abanico más abierto  en ideología de la historia de la democracia española. El gélido invierno volvió impertérrito el lugar. Nadie movía ficha ni asumía responsabilidad alguna. Hasta que Pedro Sánchez, ex secretario general del partido socialdemócrata que vertebraba la izquierda en el país patrio, decidió tirar la primera piedra. Su pacto con Ciudadanos no fructificó en una sesión de investidura donde Pablo Iglesias, líder de Podemos, parecía estar vaticinando el futuro: "Señor Sánchez, cuídese de aquellos que tienen el pasado manchado de cal viva". 

La primavera sustituyó la armonía por la pesadumbre

El primer intento convirtió a Sánchez en el primer candidato en sucumbir ante la cámara baja durante un proceso de investidura. Desde el PSOE se originó un cruce de acusaciones para vertir culpas, mientras la angustia continuaba creciendo. El melódico canto que traen los pájaros en primavera se vio eclipsado por los intrincados improperios que se dedicaban unos y otros bandos, como si trataran de alterar la naturaleza. 

La convocatoria de segundas elecciones enardeció a la opinión pública, atónita ante lo que estaba a punto de suceder. Se disolvieron las cortes y, entretanto, la izquierda tomó la decisión más controvertida entre sus votantes. Podemos e Izquierda Unida unieron fuerzas para confluir juntos en los nuevos comicios, algo que preocupó de forma sorprendente en las filas populares y socialistas. El eje de campaña pivotó sobre Pablo Iglesias y Alberto Garzón, y el fantasma del sorpasso se empezaba a cernir sobre Pedro Sánchez y su formación. 

El verano de la segunda vuelta

El 26 de junio se celebraron las segundas elecciones generales en menos de un año. El Partido Popular ganaba en escaños, casi uno por caso nuevo de corrupción que salió a la luz durante el lapso comprendido entre diciembre y el primer mes del verano. El PSOE volvía a cosechar el peor resultado de su historia en término de votos, mientras que la coalición entre Podemos e Izquierda Unida no obtuvo el impacto deseado por ambas formaciones. Ciudadanos, por su lado, vio disminuido considerablemente el apoyo recibido.

La abulia y la pasividad eran las prácticas más recurrentes durante los meses estivales, hecho compartido por ciudadanía y clase política. Una vez constituidas las cortes, volvía a ser misión imposible conformar gobierno, ni de uno ni de otro color. Rajoy, tras semanas de volubilidad en su palabra, decidió presentarse a una nueva investidura. El plano político estuvo ocupado, entonces, por las negociaciones con Albert Rivera y por la campaña en pro de conseguir la abstención del PSOE. 

Hace justo un mes, el 2 de septiembre, el líder popular sucumbía en el Congreso de los Diputados y adolecía el mismo mal con el que se había ensañado meses ha, estando Sánchez en disyuntiva similar. Las semanas posteriores estuvieron marcadas por el escándalo desencadenado por el nombramiento de José Manuel Soria como posible alto cargo del Banco Mundial. La inactividad se volvió a apoderar del panorama político, mientras los datos macroeconómicos pugnaban por apisonar la cruda realidad social.

El otoño hizo de Sánchez un líder de hoja caduca

Las hojas empezaban a caer, como la esperanza de formar gobierno, y a crear un manto de inconsistencia. Uno de los pétalos de la rosa socialista caería en breve, como si de hoja caduca se tratara. Pedro Sánchez, cuestionado durante sus últimos meses de liderazgo en la formación socialdemócrata, fue finalmente abatido por las voces críticas de su partido. 17 miembros de la ejecutiva federal dimitieron al unísono para provocar uno de los mayores shows en la historia de una formación centenaria.

Muchas fueron las dudas que copaban, copan y coparán el futuro político tras la división fáctica hecha ya pública desde el seno del PSOE. La presencia del partido hasta ahora comandado por Sánchez se prevé de importancia supina en la conformación de un gobierno. La posibilidad de una alternativa de izquierdas parece deshacerse con el triunfo de la facción disidente en los socialista, que ha mostrado su deseo de abstenerse y dar viabilidad a una investidura de Rajoy, que no de una gobernabilidad factible. 

Ecuaciones con demasiadas incógnitas por resolver

La situación toma forma ahora de ecuación, todavía por varias incógnitas por despejar. Para el Partido Popular, sin embargo, puede tomar forma de mando de televisión. Rajoy dispone de varias opciones de cara a los próximos días: si pulsa el botón del "1", podrá contemplar cómo su principal oposición, en términos históricos y de escaños, se descose desde el interior; si opta por el "2", aguantará hasta unas terceras elecciones, donde su éxito será probablemente mayor; si por último se decanta por el "3", y sea cual sea su final, visionará una película en la que la izquierda española se hace el haraquiri, con pasmoso gozo.

El plazo estipulado, en la estricta legalidad conforme a la Constitución, continúa siendo el 31 de octubre, fecha en la cual se disolverían las cortes y convocarían nuevas elecciones en caso de no haber alternativa posible. La más probable de las opciones sería una nueva investidura de Mariano Rajoy, donde un PSOE dirigido por una gestora dé viabilidad a un hecho sin precedentes en España, pero que en Europa se lleva produciendo con cada vez más frecuencia: el apoyo político de la socialdemocracia al partido liberal, quedando en entredicho la posición ideológica del primer grupo. 

En medio de la incertidumbre política existe un clamor social que sigue siendo víctima de las medidas puestas en marcha durante los últimos cinco años. No es la indecisión actual lo que debe causar recelo y desconfianza a nuestros vecinos europeos, sino el agravio colectivo que ha sufrido la sociedad española a través de taxativas marrullerías provenientes desde los poderes fácticos. ¿Qué puerta será la siguiente en abrirse?

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