Ciencia ficción sobre inteligencia artificial. Una especialidad tan abierta temáticamente como recurrida literaria y cinematográficamente. Todos sueñan con crear vida y todos (los que tienen los medios suficientes, ya sea un papel o una cámara) tratan de representar su punto de vista al respecto. Así, es fácil encontrar numerosos androides ficcionales, productos creados para dar vida a este tema y plantear cuestiones y puntos de vista al respecto. En este caso, esa creación se llama Morgan (Luke Scott, 2016), y estos son sus ingredientes vitales.
Aunque la forma externa de este producto sea muy similar a otras creaciones como la reciente Ex Machina (Alex Garland, 2015), en el corazón de la propuesta, su historia, trata de ofrecer algo diferente: no es una inteligencia artificial, es un ser vivo creado artificialmente, que nace, crece, y… ahí empiezan los problemas. Cambia. Y con el cambio, vienen los incidentes. Uno de ellos es el detonante de la trama, que arranca con la llegada de una investigadora (la impasible Kate Mara) que viene a calificar la viabilidad de la creación, con nombre Morgan (una gélida y conmovedora Anya Taylor-Joy). Con estas pocas claves, parece más que claro el camino por el que se va a decantar la película: dilemas existenciales y acción de thriller psicológico.
Sin embargo, el hijo de Ridley Scott tiene otro sendero previsto. Luke Scott, guionista y director del film, no trata de competir en esa liga de Ex Machina (y menos mal que no lo hace, ya que en las comparaciones sale perdiendo con creces). Si bien la historia va por otros derroteros más o menos discutibles, la dirección sí que aporta lo que se espera: ritmo, buen pulso, tanto para las conversaciones (magnífico plano cara a cara de las dos protagonistas) como para la acción (gran cantidad de cortes, con claridad a pesar de cierto mareo). Así, la influencia del padre del director y productor de la cinta es clara, no hay más que pensar en la claustrofóbica aventura de una mujer fuerte contra un ser amenazador con mucha acción y poco reparto de Alien, el octavo pasajero (1979) o el ambiente futurista con dilemas sobre la necesidad y auge de los androides de Blade Runner (1982).
Eso sí es el ambiente de fondo de la película pero, en definitiva, Morgan es una película de personajes. Ese punto de vista
ciertamente novedoso es de agradecer, ya que no se para a presentar dilemas sobre la creación artificial o el por qué de sus deseos y acciones (que también está, como desencadenante, pero no es el foco principal). Aquí, el foco está en las personas humanas que contribuyen al experimento, sus afectos hacia su nueva ¿hija? ¿hermana?, y las consecuencias y dilemas que ello traerá. De ahí se entiende que se haya escogido a un reparto de lujo para dichos personajes tan fuertemente perfilados siendo una película de tan poco presupuesto. Cada personaje representa una cara del prisma, una extremidad del androide fílmico, donde algunas son más útiles y otras más prescindibles y menos útiles. Jennifer Jason Leigh, aún pasando con nota su papel secundario, acaba desempeñando un papel demasiado tonto, al igual que Michael Yare (lo que tampoco es natural es su extremado parecido con Chiwetel Ejiofor). El resto del reparto está más que acertado en su particular relación con Morgan (hija, enemigo, experimento…); sin embargo, hay tres articulaciones que acaban siendo el motor de la acción y de la película en general: una por ser Morgan, otra por su relación con ella y otra por su total y plena independencia y domino.
Esta primera es Anya Taylor-Joy. La joven revelación de La Bruja (Robert Eggers, 2015) vuelve a meterse en la piel de su personaje hasta las trancas. Con una meritoria caracterización y un maquillaje pálido (para jugar en la frontera entre humano y artificial), hace comprensible el dilema de su personaje con una actuación bipolar tan misteriosa y profunda como mortal. Si, como ya se ha dicho, Morgan es una película de relaciones, la que destaca sobre todas es la de la joven con el personaje de Rose Leslie (la amante de Jon Nieve en la serie de HBO Juego de Tronos). La actriz también expresa muy naturalmente esa disyuntiva de amor y peligro hacia Morgan, y al final funciona tan bien que es la única razón por la que uno podría pedir algo más de esos 87 minutos de duración muy bien llevados y calculados. El otro brazo motor principal del film es dominado al completo por el mejor personaje de la película, tanto por interpretación (Kate Mara) como por diseño: Lee Weathers. Su personaje es otra novedad en la fórmula de la ciencia ficción: en lugar de ser una víctima forzada a ser dura, es una persona fría y calculadora, con los intereses muy claros y que siempre atrapa al espectador y le deja preguntándose cuál será su siguiente paso.
Con este punto fuerte de los personajes, no hay que olvidar que la historia es al fin y al cabo la sangre que corre por las venas de toda vida, y en este caso ese discurrir presenta zonas donde no parece nutrir lo suficiente a la película. Salvando algunos fallos de guión achacados a descuidos para poder continuar la trama (el diseño de la celda y la forma de escapar, de principiante), la dirección e identidad del film es lo que queda un poco más incierto. Hay una gran sorpresa final, gracias a la cual se entiende todo, ya que te van dando todas las piezas poco a poco y el espectador las va asimilando indirectamente. Todo tiene sentido, y uno muy bueno y creativo sin duda, pero quizá no acaba de enganchar demasiado bien con el resto de la trama. Para entenderlo: ¿por qué se recomendaría la película? ¿Por la acción? Tiene la justa y necesaria, concentrada sobre todo en el tramo final. ¿Por los debates sobre la creación de vida? Es un buen soporte y contexto, pero no quiere profundizar (tampoco es que pueda ni deba). ¿Por el thriller psicológico? Thriller vale, pero para la psicología no tendría que escasear tanto en diálogos, terror o claustrofobia.
Morgan tiene puntos muy novedosos y bien construidos, pero no acaba definiéndose del todo sobre una premisa, y al final uno no sabe muy bien qué está viendo y qué esperar, hasta que se aclara todo con la resolución del puzle en el tercer acto y todo cobra sentido. En definitiva, lo que le falta de solidez se compensa con la novedad de una propuesta modesta que no hay que olvidar que es la opera prima de un debutante. El androide que es Morgan está vivo, funciona y ofrece calidad, puede que no con brillantez como lo hacen modelos superiores a él, pero en el terreno en el que juega manda y renueva.