Cuesta creer que un director tan conocido como Roland Emmerich tan solo haya dirigido 16 títulos desde que debutara allá por el año 1984. Él no es de esos que dan a sus seguidores una puntual cita anual en las salas de cine, pero cuando lo hace siempre lo da todo para que se convierta en un verdadero acontecimiento a vivir en la inmensidad de una enorme pantalla, cuanto más grande mejor. Ése es el contexto en el que hay que entender casi todas sus películas: un espectáculo audiovisual no apto para los más cardíacos, un 'pin-pan-pun-fuera' que no es que vaya a trascender demasiado tras la puerta de la salida del cine, ya que el punto álgido de esta experiencia tiene lugar en la generalmente extensa duración de sus películas. A quién le guste, que se siente a disfrutar; a quién no, ya sabe lo que se va a encontrar.
Así lo declaró a viva voz en 1996 el director alemán con esa película automanifiesto que fue Independence Day. 20 años después la cosa no ha cambiado; eso sí, al igual que en la película, la gente ha sabido evolucionar. Ya no se trata de más de lo mismo, sino de mejor de lo mismo. En la película, la guerra es mejor y ciertamente diferente porque no se trata de los humanos/indios luchando contra los alienígenas/vaqueros, con un claro desequilibro en la balanza. Como reza el cartel del film, “hemos tenido 20 años para prepararnos”. Películas con efectos especiales desde luego hay muchas, pero la magnitud de ésta es más que considerable para tenerla en cuenta. La base del desarrollo es tan intrascendente como más que suficiente para que el festín audiovisual no sea un excesivo placer culpable.
A lo largo de toda la película, y casi desde el principio, no faltan largas escenas en el espacio exterior (terreno inexplorado en la precedente) o enormes destrucciones de grandes ciudades (la escena
inicial de la destrucción de Londres es tan real que da miedo, impresionante)… En estas grandes secuencias hay otro territorio en el que se aventura esta secuela y que consigue darle más identidad propia: los alienígenas. Ya vimos la destrucción masiva en 1996 (ésta desde luego que no se queda corta; si hay que matar a miles de personas, se matan), por lo que repetir lo mismo pero en mayor cantidad sería caer en aquello que caen tantas películas de acción y tantas secuelas. Como se ha dicho antes, sí es más pero también es mejor.
Hay grandes criaturas explícitas, hay claridad en la acción, hay frenéticas escenas de vértigo donde lo irreal de los efectos se camufla perfectamente con lo real, metiéndo de lleno al espectador en el discurso (que no trata de contar una historia, sino de hacerla vivir). En esta invitación a vivir la película, una pieza clave es el formato IMAX y 3D. Como los alienígenas y como los protagonistas del film, la industria del cine ha tenido 20 años para preparar una mejor secuela y la espera ha merecido la pena. Otro de los puntos donde huye de lo típico y ya excesivamente intrascendente es en el guión. No se trata de que ofrezca una historia ultra compleja con grandes personajes y espectaculares giros. No. Quién busque eso en Independence Day o en Roland Emmerich, tanto el que critique negativamente la película por ello, debería saber qué está viendo.
En lugar de ser otra aventura
innecesaria autoconclusiva, guarda mucha relación con la entrega precedente. Lo malo es que los neófitos que vayan a la sala perderán parte de ese disfrute garantizado, pero lo bueno es que guarda unos cuantos puntos interesantes tanto en cuanto a hechos que se desarrollan, como relaciones entre los personajes. A lo largo de toda la película se puede vislumbrar la sombra de la primera parte, que si bien no impide disfrutar del qué, supone un implemento al cómo y al por qué. Apoteósica acción a un nivel más humano; una historia sobre una invasión que tiene sus secuelas en esta (valga la redundancia) secuela.
¿Qué es lo que falta cuando se habla de Independence Day? El patriotismo. La mítica escena de la explosión de la Casa Blanca de la primera es otra declaración de intenciones, ya que a lo largo de todo aquel metraje los símbolos nacionales y la lucha por la nación impregnan el film. Al igual que con la acción, habrá a quien le guste y habrá a quién no, pero lo cierto es que era lo que le daba ese toque característico. En esta ocasión esa vuelve a ser la base, pero con un tono más serio y ciertamente veloz. Una vez más los alienígenas atacan lo más representativo: la conmemoración de la victoria de la anterior guerra. Aquel patriotismo de la primera se sobrelleva mejor en esta segunda parte al no estar fundamentado en el sentimiento nacional que existe en la realidad, sino en los sucesos de la anterior entrega, lo cual es algo que (a diferencia de lo primero) todo el mundo comparte objetivamente.
Si el cine comenzó con los hermanos Lumière como una atracción de feria, en algunas películas esto no ha cambiado. Es lo mismo, pero mejor. Independence Day: Contraataque es mejor que una atracción de feria: un simulador, de los que se encuentran en las ferias actuales, una atracción en la que dejarse llevar y disfrutar de todo tipo de mecanismos a los que se les suele llamar 'la magia del cine'. Ni más, ni menos, ni lo mismo.