Acérrimo al Sistema Stanislavski (método), Christian Bale siempre categorizó a la comedia romántica como un oxímoron en su vida. En Empire Of The Sun (1987), Steven Spielberg supo ver su talento entre más de 4000 niños, algo a lo que siempre estará agradecido, pues desde ese momento el actor británico ha sido el paradigma del compromiso y la determinación.
La humildad allana el camino y es algo de lo que es conocedor, pues habiendo encarado bajadas de peso vertiginosas como The Machinist (Brad Anderson, 2004) y The Fighter (David O. Russell, 2010) avalan, habiendo rayado el límite de la demencia culpa de un psicótico americano como Patrick Bateman (American Psycho, 2000), habiendo tratado de salvar a Gotham del mejor Joker que se recuerda (Trilogía de Batman a cargo de Christopher Nolan), habiendo soslayado el aburrimiento con su carismático Russell Baze en Out Of The Fournace o manifestado el poder del registro ilimitado en 3:10 To Yuma, y habiendo demostrado así su fuerza para protagonizar -en el sentido más absoluto de la palabra- cada obra, insiste en navegar por la tangente mientras afirma que "lo importante de la película, es la película". Algo que sólo puede firmar la seguridad tímida de un trabajo por encima del listón.
El temor a ser aburrido es una de las máximas en la vida de un Bale introvertido pero comprometido con la versatilidad, comprometido con el estudio de cada vida a la que adornar con su genuina pimienta. De estafar al ejército japonés con entereza y pasión en The Flowers Of War (Zhang Yimou, 2011) a hacer lo propio con la mafia de Robert De Niro en American Hustle (David O. Russell, 2013). Sus personajes serán recordados más allá de lo que consiga, más allá de dónde y cuándo se termine -oficialmente- la carrera de un artista convertido en el fetiche de los personales e intransferibles Terrence Malick (The New World, Knight Of Cups y Weightless) y Christopher Nolan (Batman Begins, The Prestige, The Dark Night y The Dark Night Rises), en el billete de regeneración para el veterano Werner Herzog (Rescue Dawn) o la savia nueva para la delicadeza de Todd Haynes (I'm Not There, 2007), el talento bélico de Michael Mann (Public Enemies, 2009) y el cine comercial de David Ayer (Harsh Times, 2005) o Ridley Scott (Exodus: Gods and Kings, 2014).
Incluso el mísmisimo Steve Jobs tuvo la oportunidad de ser interpretado por Bale, algo que más tarde se truncó por decisión propia asegurando que, después de reflexionar sobre ciertos sentimientos encontrados, "no era el actor idóneo para ese papel". Incluso y a pesar de las declaraciones de Aaron Sorkin donde aseguró que "necesitábamos al mejor actor disponible dentro de un determinado rango de edad. Y ese es Christian Bale. Tiene más líneas de guión de las que tienen la mayoría de los actores en tres películas juntas. No hay ninguna escena en la que no esté, así que es un papel muy difícil, pero va a clavarlo", el actor gales decidió pasar página y volver al abrazo de un Malick que espera estrenar Weightless el próximo otoño.
No era la primera vez que los sentimientos le jugaban una mala pasada, pues tras abandonar a su encomiable Caballero Oscuro instó a otros actores a dar el paso y coger el testigo, sin embargo, cuando ese momento llegó de la mano de Ben Affleck -recomendado por el propio actor galés-, Bale se quedó "mirando la nada durante media hora". Tras ello, continuó tocando la batería en el rodaje de The Big Short (Adam McKay, 2015), donde aprendió sobre el instrumento, además de manejar los términos económicos, los movimientos de la bolsa en Wall Street y la expresión de un hombre con un ojo de cristal.
Introvertido, desenvuelto y con un gran sentido de la responsabilidad y el trabajo, Bale sería el héroe -real y perfecto- por el que la humanidad pudiera sentir, al fin, la paz que los que escriben la Historia se han empeñado en eliminar a cada siglo.