The Hateful Eight y Quentin Tarantino
La octava película de Quentin Tarantino es una de las grandes olvidadas en las categorías de Mejor Película y Mejor Guión Original. Si se remite al boicot orquestado desde el propio sistema, y se añade la pimienta de un guión que, nada extraño en Tarantino, se lleva por delante toda concepción pretérita sobre, en este caso, la Guerra de Secesión y los arquetipos del ser norteamericano, es de primero de sentido común entender su ausencia. Sin embargo, no es lógico observando que películas (sin quitar mérito, pues también son imponentes) como Bridge Of Spies, Brooklyn o The Big Short se colocan por delante de una obra absoluta e indisoluble entre las mejores del año. Tampoco si el espectador aprecia que, por increíble que parezca, no aparece en la categoría de Mejor Director. Una autocomplacencia de Tarantino en mejorar su propio sello, en dejar las referencias en los márgenes y continuar con su festival de dardos y machetazos a la sociedad donde habita. Un genio vilipendiado por su virtuosismo crítico.
Carol y Todd Haynes
Una película cuya perfección visual se ha visto recompensada como merece en el aspecto fotográfico, no en el de dirección. Cierto es que las interpretaciones de Cate Blanchett y Rooney Mara, ambas nominadas, sujetan el guión y, quizá, la trama en sí, pero lo que no hay duda es que el ejercicio de Todd Haynes está realmente infravalorado. Transmitir la sensación de no sobrar ningún plano, la delicadeza de un romance que suspira en cada gesto, en cada roce y detalle donde Haynes enfoca, es una experiencia inefable, hermosa en todo su esplendor. El cine de autor absoluto está reñido con el mestizaje entre el sello propio y la maquinaria hollywoodiense, y aquí habita la extrañeza de Carol; Haynes enseña una época, una manera de vivir dentro de un mundo donde la imagen aristocrática y el trabajador de a pie eran claro distintivo de una sociedad a la que le afectaba profundamente la dicotomía entre una cosa y otra, entre lo correcto y lo ílicito, entre la tranquilidad y la rebeldía. Aunque en los carteles no aparezca la nominación (tiene seis), merece la pena dejarse atrapar por ella.
Idris Elba, por Beasts Of No Nation
La viva imagen de la crueldad, del crimen de niños soldado, de la veneración a la guerra encarnizada donde son los últimos quienes perecen en su favor. Eso es Idris Elba en Beasts Of No Nation, en la que sin duda es la mejor interpretación de su carrera, y no hay miedo ni ignorancia en decir una cosa que está al alcance de todos (de todos lo que contraten Netflix, desafortunadamente). Bien podría decirse que, en mayor medida que con Will Smith, la Academia ha cometido una falta de rigor (no de diversificación o ética racial) más grande que las interpretaciones que optan a la estatuilla (sin contar a DiCaprio, bastante será que le quite el premio Michael Fassbender).
Helen Mirren, por Trumbo
Podría ocurrir lo mismo con Jane Fonda en Youth. La aparición de todo un icono, de toda una maestra de la interpretación en un abanico de registros como muy pocas. En Trumbo da vida a Hedda Hopper, actriz y periodista también icono de aquel Hollywood donde las listas negras y los pseudonimos periodísticos estaban a la orden del día. ¿Por qué Cranston y no Mirren? Por una cuestión de política, por una cuestión de equilibrio entre lo antiguo y lo nuevo, entre Blanchett y Lawrence, entre Rampling y Larson o Ronan.
Will Smith, por Concussion
Algo que no podrá apreciar el público español, salvo que la vea en V.O. La transformación del acento norteamericano en un doctor procedente de Nigeria es apabullante, la genialidad en la lingüística de Smith va más allá que todo el dramatismo insuflado en su personaje, un dramatismo que sorprendió en The Pursuit Of Happyness (2006), fatigó en Seven Pounds (2008) y masacró en siguientes proyectos, pero que ha vuelto a renacer para engrandecer un papel que bien podría haber sido su tercera nominación.
Samuel L. Jackson, por The Hateful Eight
¿Casualidad? ¿Samuel L. Jackson retratando con violencia (el guión, no se olvide) al arquetipo del ciudadano americano que aún persiste en la actualidad, humillando toda concepción de bondad y buen hacer en las que se sustenta la supervivencia del modelo patriótico recalcitrante y, por ello, nominado al Oscar? Ni en las mejores ideas de Tarantino cabría esta posibilidad. El escudo de lo excesivo en el cine del director sirve de excusa para tildar de excesiva la actuación de Jackson. Lo cierto es que soltar una carcajada en el rostro de quien te cobija, impide recoger más frutos que los que yacen envenenados. A estas alturas, la carcajada debe estar rebotando en los repetidores situados por encima del letrero 'Hollywood'.
Michael Caine, por La Giovinezza
Michael Caine es el cénit de la interpretación y lo vuelve a demostrar en la última película de Paolo Sorrentino. Calma, ansiedad, obsesión, incredulidad y tristeza, condescendencia y experiencia, pasotismo y autocomplacencia. Si interpretar con la precisión de Caine el torrente de sensaciones que emana de adverbios y adjetivos no es motivo para devolverle todos los favores que el Caballero Inglés le ha hecho al cine...(silencio).