En un banco de la Iglesia parroquial de Nuestra Señora de la Asunción, las manos de Francisco Delamer se unen en postura de oración. El sacerdote argentino mantiene la mirada frente a la figura de la Virgen. La Iglesia del municipio madrileño de Meco -declarado Bien de Interés Cultural en 1982-, destaca por el esplendor de los retablos dorados situados en cada una de las tres naves que conforman su planta basilical. El eclecticismo predomina en el interior de un edificio donde se sintetiza el arte barroco, gótico y neoclásico. Delamer despierta de su plegaria. Hace la señal de la cruz, se levanta con la agilidad que sus piernas le permiten y encamina sus pasos hacia la sacristía en busca de privacidad.
Francisco Delamer es político, veterinario, periodista y filósofo. Sin embargo, su vocación es el sacerdocio. La pertenencia al seno de una familia católica y el hecho de estudiar en un colegio de Hermanos Maristas de Buenos Aires marcaron los primeros indicios de su ejercicio. Durante la década de los 70, la situación política de Argentina estuvo sumida en un terreno de arenas movedizas. Los movimientos guerrilleros del ERP (Ejército Revolucionario del Pueblo) marxista y los Montoneros de la izquierda peronista iniciaron un enfrentamiento en defensa de un régimen político completamente opuesto. Es en este panorama de inestabilidad cuando Francisco Delamer, por entonces estudiante de microbiología veterinaria, decide comenzar acciones políticas de superficie a favor de los Montoneros con veinte años de edad. Hoy, con sesenta y cinco, recuerda aquella época pasada con la mirada empañada por el transcurso del tiempo: “Me di cuenta de que (la política) era un desastre y que no conducía a nada. En ese momento, entré en una profunda crisis de la cual me rescató un sacerdote español y fue por esta relación, siendo yo un científico dedicado a la microbiología, que pasé a estudiar Filosofía en la Católica. Posteriormente ingresé en el seminario, ya cercano a los treinta años”.
Como candidato para el sacerdocio, Delamer hizo vida en común durante un año. La dedicación a la oración, el silencio y el estudio fueron elementos intrínsecos al proceso previo de ingreso. Dentro del seminario cursó estudios de Teología y Filosofía durante ocho años, cuatro por cada materia. “Después te ordenan de diácono, que consiste en un año de ejercicio en parroquia, y finalmente de presbítero o sacerdote”. Al igual que en todos los oficios, Delamer se enfrentó a numerosos obstáculos para lograr su objetivo, pero considera que todos ellos han sido “una ocasión para crecer”. Jamás ha sufrido una crisis de fe. Durante su permanencia en Buenos Aires, bajo el obispado de Jorge Mario Bergoglio, decidió continuar con su servicio en la periferia de la capital, en la Villa Miseria de Barracas: “Había allí un obispo joven muy santo que tenía seis parroquias y un presbítero en un lugar pobrísimo de gente muy humilde, y yo decidí dedicar esta etapa de mi sacerdocio a dedicarme a los más pobres. Fui muy feliz de hacerlo”, recuerda Delamer con una sonrisa nostálgica.
Sin embargo, desde la elección de Bergoglio como actual Papa de la Iglesia católica, las reformas estructurales de la institución eclesiástica han augurado una política de cambios: ‘eclesia sempre reformanda’. La defensa por la introducción de la mujer en las altas esferas eclesiásticas, la anulación gratuita y eficaz del matrimonio canónico o la apertura de la Iglesia a nuevos modelos familiares han sido cuestiones objeto de polémica en los últimos meses. Pero la visión de Delamer no contempla una transgresión en las actuaciones del Papa Francisco. “Evidentemente −explica− hay un cambio muy profundo. Sin embargo, aunque el Papa Francisco está impulsando un cambio muy vigoroso, no debemos pensar que está haciendo un corte con los Papas anteriores, sino en continuidad y profundizando lo que ya empezaron (…) Únicamente hay una variación de forma, no de fondo.”
La cuestión sobre la llegada de la mujer a los altos cargos de la Iglesia merece una importante reflexión religiosa, basada en la idea de que “después de Jesucristo, la figura más importante de la Iglesia es una mujer, la Virgen”. La principal función del cristiano consiste en el “servicio al más pobre, humilde, despojado, y en esto las mujeres son el gran corazón y motor de la Iglesia”. Pero dejando a un lado las interpretaciones bíblicas, lo que no se puede negar es la necesidad de eliminar la discriminación de género en la toma de decisiones. Una apertura que “el Papa Francisco ha indicado explícitamente que va a favorecer”.
La musicalidad propia del acento argentino suena grave, desgastada por el uso. Pero desde el primer momento, algún matiz en el timbre de sus cuerdas vocales evoca inevitablemente a la figura de Jorge Mario Bergoglio. No resulta difícil imaginar una escena donde cardenal y sacerdote charlan mientras caminan por algún jardín de Buenos Aires.
Otro de los temas recurrentes por su polémica es la reforma impulsada por el Papa, que entrará en vigor el 8 de diciembre, en cuanto a la posibilidad de anular el matrimonio canónico de forma gratuita y en un periodo de tiempo relativamente corto -un año-. El fundamento de esta decisión se encuentra en las complejas características del procedimiento actual; un proceso largo, complejo y que, en ocasiones, conlleva un importante desembolso económico. A pesar de que esta medida pueda observarse como una transgresión con los principios esenciales de la Iglesia –uno de ellos, la indisolubilidad del matrimonio canónico-, es en realidad una forma de “simplificar el proceso” para favorecer la cercanía a la Iglesia.
“Ningún matrimonio se anula por la iglesia —relata el sacerdote—, lo único que se hace es constatar que nunca hubo matrimonio. La nulidad no es cuestión de que se haya producido un matrimonio y la Iglesia lo borre, sino de que se compruebe que a pesar de haber habido matrimonio se han dado causales de nulidad: razones psicológicas, inmadurez, falta de libertad o falta de conocimiento sobre el compromiso”.
Pero si hay algún asunto que requiere de especial atención por su relevancia y actualidad, ese es el debate del Sínodo sobre la Familia, celebrado en la basílica de San Pedro (Roma). El Vaticano tiene centrado su punto de mira en esta reunión, cuyo objetivo es realizar “un análisis acerca del estado de la familia actual y la crisis que está sufriendo con la finalidad de salir a su encuentro de la forma más adecuada”. Esta apertura de la Iglesia a nuevos modelos familiares parece encontrar variaciones de forma entre algunos miembros del sínodo. La última polémica suscitada se enfoca en la aparente postura contrapuesta de los cardenales Rouco y Müller con la tendencia reformista de Bergoglio. “Todos ellos son hombres de la Iglesia con la misma fe. En la Iglesia todo es conciliable mientras exista un mínimo de buena voluntad, como en estos casos. Al fin y al cabo, la diferencia se encuentra en los matices (…) Una diversidad de matices que enriquecen a la Iglesia”.
“Lo más importante es tener un corazón grande, amar, sobre todo a los que los demás no aman, a los excluidos, a los descartados por la sociedad”.
No escapa del conocimiento social que, a pesar de respetar al colectivo homosexual, la Iglesia no acepta como válida una opción distinta a la contemplada en los evangelios: “La Iglesia está pretendiendo adaptarse a los cambios que se están produciendo en la sociedad, pero eso no significa que bendiga las relaciones homosexuales ni nada parecido. Simplemente, quiere salir al encuentro de esta realidad para acompañar a las personas que lo sufren pero siendo firmes a la esencia de la Iglesia. Esto nunca va a poder cambiar porque es palabra del mismo Jesucristo; el matrimonio es entre el varón y la mujer, y es indisoluble”.
Por eso no se puede considerar sino como una planeada estrategia la declaración pública de homosexualidad del prelado polaco Charamsa en la inauguración del sínodo: “El problema de este hombre ha sido su contradicción con la naturaleza de su vocación y su compromiso (…) aunque en este caso está el agravante de que su relación sexual es con un hombre del mismo sexo. La razón natural y la fe de la Iglesia no lo reconocen como algo meritorio (…) Es evidente que ha sido premeditado y organizado. Lo de este hombre ha sido lamentable, triste y con mala entraña, porque podría haber vivido su relación con discreción, pero su intención ha sido hacerlo público y desafiar al Papa y al sínodo”.
La mayor dificultad a la que se ha enfrentado la Iglesia en los últimos años es, sin duda, la deshonrosa actitud de algunos de sus miembros contra los individuos más débiles de nuestra sociedad. Hechos que no pueden ser calificados sino como “una tragedia abominable (…) que para la Iglesia es uno de los pecados más graves”. La actuación de la Justicia en este sentido es firme: “La Iglesia ha ido tomando medidas muy fuertes al tomar conciencia de esta realidad, hasta el punto de que actualmente no hay ninguna posibilidad de continuar en el ejercicio del ministerio sacerdotal si se cae en estos delitos o pecados. La justicia eclesiástica aplica una sanción canónica que consiste en apartar a la persona del ministerio y, además, lo pone a disposición de la justicia civil para no obstruir su intervención, ya que hay un delito civil de por medio”.
Meses atrás, los titulares de diversos medios de comunicación denunciaban la existencia de más de mil cien millones de euros encontrados sin declarar en la caja B del Vaticano por el cardenal George Pell. También anunciaba la CEE (Conferencia Episcopal Española) los más de doscientos millones de euros recibidos cada año por la Santa Sede. Ante la noticia, la voz de la población se alzó preguntándose cómo era posible esa contrariedad entre los representantes de la religión cristiana y el propio cristianismo, que aboga por la austeridad y la humildad. Delamer desconoce completamente las finanzas del Vaticano, pero al preguntar por su opinión tiene una respuesta clara, sencilla, y tan racional como la expresión cansada de sus ojos: “El problema no se encuentra en la cifra, sino en el uso que se le dé. La Santa Sede sirve en los países del tercer mundo, manteniendo hospitales, orfanatos, colegios y todo tipo de obras misioneras”.
Puede que algunos, los más conservadores y tradicionales, piensen que los cimientos de las instituciones eclesiásticas se tambalean. Puede que otros crean que las nuevas políticas del Papa Francisco suponen una transgresión con la verdadera esencia de la Iglesia. Sin embargo, el único cambio al que nuestra sociedad asiste es a un gran proyecto de reestructuración moral impulsado por la Iglesia ante el desmembramiento de los valores humanos: “Las reformas nunca van a cambiar la esencia del evangelio ni de la vida cristiana. Cambiará la forma, pero jamás el fondo”.