En la era de los 'reboot', 'remake' y las versiones recalcitrantes, Paramount ha puesto en manos de Disruption Entertainment, el reinicio de la clásica epopeya biblíca dirigida por Cecil B. Demille. En pos de no revertir, pero sin vislumbrar la reiteración sobre la historia de Moisés, la major norteamericana se une a la lista interminable por la adaptación de fragmentos incluidos en el Antiguo Testamento. Obras recientes, como Noé (Darren Arofnosky, 2013), ponen de manifiesto el incasable deseo por perpetrar una película insulsa y falta de sentidos.
The Ten Commandments se centrará en el antiguo Egipto y el proceso de liberación, liderada por el profeta, del pueblo hebreo. La idea no ha sido desarrollada aún, por lo que Mary Parent y Cale Boyter, productores ejecutivos de Disruption, buscan un director y guionista que aporten, en paráfrasis, "una vista diferente de la historia bíblica", según informa Tracking Board.
Históricamente, el drama religioso al uso no ha tenido grandes audiencias, a pesar de los encomiables intentos por plasmar la obra original en la gran pantalla. Teniendo como referente explítico La Pasión de Cristo (Mel Gibson, 2004), ha habido una serie de lanzamientos con el cristianismo bajo la bruma de una narración convencional. Qué Bello Es Vivir (Frank Capra, 1946), Yo Confieso (Alfred Hitchcock, 1953) o El Festín de Babette (Gabriel Axel, 1987) han llevado los valores biblícos por bandera. Ante la evidente exposición, encontramos que el número de películas con valores implícitos es mayor que las cintas con muestras explícitas de los fragmentos. Prueba de ello es la elegía espiritual dirigida por Terrence Malick, The Tree Of Life (2011), encumbrando la figura agnóstica del debate.
Además de la perspectiva desde la que se enfoque la narración y el equilibrio entre el docufilm y el blockbuster, uno de los puntos críticos de un proyecto como The Ten Commandments, es el presupuesto destinado a su consecución. Tomando como referencia la cinta de 1956, suponemos la incursión de efectos visuales y sonoros llamativos, localizaciones idílicas y un elenco a la altura de la mayor representación de Moises en la historia cinematográfica. Un objetivo complicado, predispuesto, tanto para el deleite de la Iglesia y sus acérrimos adeptos, como para el ciudadano agnóstico en busca de entretenimiento.