¿Y ahora qué?
La Estelada, bandera de la independencia catalana.

El 25 de septiembre acabó una de las luchas de poder e intereses más importantes de las últimas décadas. Las fuerzas independentistas catalanas, ahora unidas bajo unas mismas siglas (las de Junts pel Sí), convirtieron las terceras elecciones autonómicas en cinco años en un plebiscito sobre la independencia de Cataluña. Por el otro lado estaban los que nunca quisieron plantearse estos comicios como “unas elecciones autonómicas más”, donde se puede englobar a los partidos nacionales (PP, PSC y Ciutadans). Es importante hacer un aparte con la coalición Catalunya Sí que es Pot (compuesta por Podem, Iniciativa per Catalunya, Equo y Esquerra Unida). Esta formación siempre se ha manifestado favorable al derecho a decidir, es decir, una consulta ciudadana para conocer la opinión de los catalanes sobre la independencia. Aun así, nunca se ha pronunciado a favor ni en contra de la secesión, por lo que no se le podría incluir en ningún bando.

En un tercer plano se encuentran los otros factores, externos a la política, que han sido protagonistas de estas elecciones. Los empresarios y banqueros han advertido por activa y por pasiva el riesgo que supondría para la economía catalana una hipotética salida de España y de la Unión Europea. Pero ellos no han sido los únicos en posicionarse sobre este tema. Prácticamente todo el mundo ha querido mostrar su postura: el mundo del fútbol (el FC Barcelona y la LFP, sobre todo), representantes de la Iglesia Católica, líderes mundiales (Obama, Merkel, Hollande…), incluso todos los medios de comunicación han mostrado su rechazo a la secesión. Todo con el objetivo, más que de informar, de crear temor a la población. Pocos argumentos dieron la sensación de ser construidos desde la sensatez y la absoluta sinceridad.

Contando con todos estos ingredientes, los ciudadanos acudieron a las urnas el pasado domingo 27 de septiembre. La lectura no puede hacerse únicamente en escaños, donde las fuerzas independentistas obtendrían mayoría absoluta sumando los 62 de Junts pel Sí y los 10 de la CUP (la mayoría absoluta está en 68 diputados). Haciendo una lectura de corte plebiscitaria, midiendo en cantidad de votos, el sí a una declaración unilateral de independencia estaría en poco más de un 47%. Del otro 52% se extraen los partidos radicalmente opuestos al derecho a decidir (PP y Ciutadans), los favorables a una consulta pero no a una declaración de independencia (Catalunya Sí que es Pot y UDC, que no obtuvo representación parlamentaria) y el PSC, único partido que no se ha posicionado sobre el derecho a decidir, aunque sí ha mostrado una clara oposición a la independencia. Sin embargo, ni de una manera ni de otra Artur Mas encabezaría el proceso independentista, pues la CUP ya avisó de manera reiterada durante la campaña que no votaría al hasta ahora presidente de la Generalitat.

Imagen: La Vanguardia

El reto: formar un gobierno

Tras las elecciones llega el 28-S, comienzo de un proceso para elegir al President y que este plantee su proyecto. Todo apunta a que este saldrá de Junts pel Sí, pues solo una inverosímil coalición entre el resto de fuerzas daría un jefe de gobierno de otro color. Por cercanía durante la campaña (aunque solo les acerca la cuestión independentista), solo la CUP podría dar los votos necesarios para que Artur Mas sea investido. Sin embargo, la propia formación ya ha confirmado que ninguno de sus diputados votará al candidato de CDC. La abstención de este partido, representante de la izquierda anticapitalista en Cataluña, solo sería válida con 64 votos a favor de Mas (los 62 de Junts pel Sí más otros dos), por lo que esta opción queda prácticamente descartada. Aunque después de tantos comicios tan seguidos parece una opción inverosímil, la idea que proponía anoche Inés Arrimadas ya no es tan descabellada: otras elecciones anticipadas.

Pero pongamos sobre la mesa un escenario en el que la CUP permite el gobierno de Artur Mas (u otro candidato forzado) y Junts pel Sí. Nada une a Convergència y Esquerra Republicana más allá de las ansias de independencia; asimismo, tampoco existen lazos entre las dos formaciones anteriores y la CUP, si esta decidiera entrar en el gobierno. Así que, con mayoría parlamentaria de estos tres partidos, solo hay dos vías posibles: mantener una única hoja de ruta hacia la independencia de Cataluña (la misma que quedó anunciada antes de las elecciones). Aunque de manera ilegal, pues la Constitución española no permite que una parte del país se separe del resto, tienen suficientes diputados como para poner la maquinaria en marcha. La otra vía es la de formar un gobierno que, al mismo tiempo que negocia con el gobierno central, tome decisiones políticas más allá de la independencia. Políticamente, esto podría crear un punto de ingobernabilidad tan importante como evidente. A priori, parece bastante difícil que el socialismo de ERC y la derecha clásica de CDC se entiendan para formar un gobierno autonómico. A pesar de que existe un programa electoral común más allá de la propuesta de independencia, la forma que tienen de ver las cosas desde las distintas ideologías enfrentará en más de una ocasión a las distintas voces de la plataforma.

20 de diciembre, fecha clave

En medio de este interminable proceso independentista, se presenta ahora un factor que puede ser más determinante de lo que parece a simple vista. Las próximas elecciones generales cambiarán la política nacional tal como la conocemos hasta ahora. El protagonismo estará repartido entre PP, PSOE, Podemos y Ciudadanos, y entre ellos cuatro tendrán que elegir un gobierno capaz de muchas cosas, también de lidiar con el problema catalán. Precisamente, esta cuestión preocupa, y mucho, dentro de la coalición de Junts pel Sí, que quiere acelerar el proceso marcado el pasado 30 de marzo y empezar cuanto antes a avanzar hacia esa independencia. Es evidente que, ante un gobierno dialogante y concesivo, sería difícil movilizar a la población catalana en el mismo sentido que hasta ahora con el inmovilismo del actual ejecutivo. El resto de partidos proponen reformas como reconocer la singularidad nacional de Cataluña o encauzar el modelo territorial hacia un país federal. Habrá que ver si esto se traduce en medidas reales y no queda en papel mojado.

Fotografía: Javier Lizón / EFE

La pelota está ahora en el tejado de Mariano Rajoy. Como mínimo, hasta el 20 de diciembre seguirá ocupando el escaño de Presidente del Gobierno, y, como tal, deberá dar respuesta a los catalanes que se movilizaron para votar mayoritariamente por la independencia. Quedarse a esperar solo ha conseguido que haya un millón y medio más de manifestantes pidiendo la independencia en la Diada que hace tres años. Cataluña exige cambio, porque de lo contrario amenazan con irse. Artur Mas, Raül Romeva y Oriol Junqueras, en nombre de sus votantes, quienes les han otorgado mayoría en el Parlament, han puesto los papeles del divorcio encima de la mesa. Como en todo matrimonio problemático, llegados a este punto no basta con decir: “voy a cambiar”. Es mucho menos válido decir: “todo va a seguir exactamente igual”. Porque es un problema catalán, pero que concierne a toda la población española. Por eso es tan importante y tan decisivo que haya un gobierno de la nación capaz de abordar con justicia este tema tan trascendental para España como la propia Transición.

Ya se sabía que después del domingo electoral habría un lunes en el que comenzar a trabajar. Es de suponer que Artur Mas era consciente de que en algún momento se acabaría la campaña y tocaría empezar a trabajar. Campaña en la que lleva involucrado demasiados años de desgaste, dando palos de ciego, llegando a ponerse en contra, incluso, a sus ahora compañeros de viaje en esta nueva legislatura. Enfrentamientos que llevaron a romper con una coalición histórica (Convergència i Unió). Tantos sacrificios por un solo objetivo que el propio Mas rechazaba tiempo atrás. Tanto tiempo perdido y tantos millones en urnas y papeletas para estar como al principio, solo que con un caso de corrupción cada vez más grande. Una independencia que ya está puesta en marcha por la incapacidad de unos y la forma despiadada de aprovecharse de un sentimiento de otros. Retomando la pregunta inicial, ¿y ahora qué? Solo el tiempo lo dirá, aunque no lo debe decir solo el tiempo. Después de cuatro años de campañas difamatorias de un bando hacia otro, toca remangarse las mangas y ponerse a trabajar.

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