Javier Krahe, el incómodo Quijote de la lírica
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La libertad del genio radica en que es capaz de escuchar su voz interior y expresarla libremente sin ningún miedo al fracaso, sin temor a la barrera de los convencionalismos ideológicos, religiosos, políticos y sociales. Por ello sus creaciones generan ruptura de lo cotidiano e impulsos extraordinarios capaces de hacer al resto reflexionar.

Esta capacidad de cautivar a enormes minorías la poseía la poesía Javier Krahe de forma natural, porque el artista madrileño, que encontraba en la multitud los balidos del rebaño, siempre prefirió expresar su genial locura de tú a tú, cantando en el cara a cara más íntimo y cercano. Para ser libre se tiene que pagar un precio, y a Krahe jamás le importó lo más mínimo que se le considerara un ácrata antisistema con pluma y guitarra en mano, puesto que jamás se arrugó ante ningún poder, cantando y escribiendo lo que le salió del alma. Lo pagó con gusto, inteligencia, humor e ironía, mucha ironía, por eso no le debió nada a nadie jamás.

El George Brassens español

Criado en el Barrio de Salamanca, históricamente un icono de la clase alta de la capital y alumno del colegio del Pilar, fortaleza educacional de la política y el poder financiero, llegó incluso a cursar estudios de económicas, pero pronto se percató de que era un alma libre de la música y el pensamiento, muy alejada del esquema cerrado en el que se le quiso encauzar. A Krahe nunca le atrajeron las fortalezas, siempre prefirió vivir bajo el puente de su genialidad, cantando y contando lo que en todo momento le vino en gana. Su voz grave, su independencia individual, le convirtió en trovador de un humor con el que se rió de absolutamente de todo, hasta de sí mismo. Fue identificado habitualmente como el George Brassens español por la sencilla razón de que comenzó a cantar letras con la marcada veta de inspiración del mítico cantautor francés, también de Leonard Cohen, pero definitivamente la personalidad de Krahe traspasó ampliamente las fronteras geniales de los referentes que encontró en la música. Muy especialmente Brassens, al que descubrió cuando se marchó a Montreal para seguir a su amada Annick. Supo entonces que aquel tipo estaba diciendo todo aquello que quería decir y quedó deslumbrado por el mito. Así con Marieta, su versión de un tema de Brassens se abrió camino en el mundo de la canción, pero a partir de ese momento comenzó a trazar su propia e indeleble senda.

Fuera de la Grey

Porque Krahe son nueve días seguidos cantando sin parar en un local de la calle Andrés Borrego llamado La Aurora, hasta que la policía del año 79 le desalojaba junto a Chicho Sánchez Ferlosio. El maestro es azote de la censura, discos no radiables y en plena sociedad democrática denuncia de un partido obrero que se vendió al poder perdiendo la mayor parte de sus principios ideológicos y morales. Quizás por ello, habiendo conocido lo terrible del autoritarismo y lo corrupto del poder, aceptó de mal grado y como mal menor, el actual sistema. Y lo hizo con un genial guiño a unas palabras de Neruda en las que decía: me gustas, Ay Democracia, porque estás como ausente con tu disfraz parlamentario.

Los que se acercaban a La Mandrágora a escuchar al caballero andante adoptivo de Malasaña, al transgresor de la Calle Pez, no buscaban la perfección melódica, sino la válvula de escape de la insumisión, puntos y aparte de la lucha cantada también del golpe a golpe y verso a verso del amor y el desamor. Y en aquel histórico local de magia, teatro, cine y dibujo alternativo, el inolvidable concierto junto a Joaquín Sabina y Alberto Pérez. Desde aquellos inicios catorce discos, dejó como legado de brillantez, acidez y herejía, pues como dijo Javier siempre fue un Fuera de la Grey un Cuervo ingenuo que ni por Manitú firmó la pipa de una paz absolutamente ficticia. De la más pura tradición krahista nace el blasfemo y mordaz, el incorregible socarrón, el loco genial capaz de cocinar símbolos religiosos, bajar del pedestal a partidos políticos, imperios económicos, reduccionismos filosóficos y recovecos geométricos de una vida absolutamente orquestada. Pero Krahe es también ese romántico empedernido que convirtió a Maribel en la añorada Mariví. De discurso de introducción inteligente, los eternos asistente a la sala Galileo no saben si quedarse con sus canciones o sus geniales introducciones, porque la experiencia morbosa de su audición y contemplación, constituía sin duda un apasionante desafío a los cánones establecidos.

En las Antípodas todo es idéntico a lo autóctono, hoy los barrenderos echan arroz sobre su recuerdo. Javier se marcha haciendo un Paréntesis eterno con sus Zozobras completas, una letra Auténtica y Total, compuesta de salvabesos con piel de Inés. Vive dios y el diablo que lo hace componiendo rebeldía sobre el desfiladero de unas cordiales caderas retratadas por Durero. Aquellas que le hizo preguntarse ¿Dónde se habrá metido esta mujer? Pues para morir una intensa vida no hay nada mejor que hacerlo en el fuego de Krahe, sucumbir en la ironía purificadora de La Hoguera, la de la pena capital que a todos nos aguarda poco antes de Las Diez últimas. Quizás ardiendo entre las páginas de ‘El derecho a la pereza’ de Paul Lafargue, primero porque es libro, el material de combustión cultural idóneo que encontró la inquisición y la dictadura para sus piras, y segundo porque entre ellas encontramos su último desafío al imperio económico.

El incómodo Quijote de la lírica

Dicen que en el limbo de una sala se escucha la voz grave, divertida y suave de un cantautor genial de barba nívea que luchó incesantemente contra molinos de viento, que en realidad eran colosos gigantes. Rueda la rueda, gira la noria, mientras se contabilizan cien amores cantando Abajo el Alzheimer. Porque, aparte de joder, hay que resucitar cada mañana, levantarse para hacer el pan, leer libros, firmar manifiestos, contar y cantar historias escuchando la voz del chorro del Agua de la Fuente, pues No todo va ser follar, no todo va a ser Toser y Cantar.

Los finales no se pueden prever, simplemente suceden y en el poso de la libertad creativa que son sus canciones, en un lugar indeterminado del corazón, un trovador llama a la puerta. Es el incómodo Quijote de la lírica, el que os espera en la próxima Tormenta, aquel al que no dejan pasar ni al cielo ni al infierno por la sencilla razón de que es el lugar al que acuden cuando mueren todos los mortales. Pues como dijo Krahe: Tranquilo puedo vivirme mi historia sabiendo que a las puertas de la gloria, mi nariz no se asoma.

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