Mad Max: Fury Road, o cómo elaborar un remake demencial y majestuoso sin renunciar al estilo esencial de la trilogía homónima. George Miller ha vuelto a fabricar una pieza única e irrepetible, compilando acción, trama y retrato social en un filme que se antoja como el mejor de los últimos tiempos, en cuanto al género se refiere. Con el estilo característico de las anteriores entregas, colma de texturas y montajes (visual y sonoro) perfectamente reconocibles, retornando a la épica maestría en la dirección y sobre la consecución de acciones, que infiere superior a sus precedentes.
Arranca con un clímax vertiginoso que no permite coger aire hasta los primeros sesenta minutos. En Mad Max: Fury Road se introduce otro factor decisivo, además de la importancia del agua, en la perversión del tirano; la mujer. Es el pilar de idealización, dando paso a una guerra brutal y arrolladora, en la que George Miller encaja a su histórico protagonista, Max Rockatansky (Tom Hardy). Lo emplea como vestigio para relatarnos el objeto social por el que su verdadera protagonista, Imperator Furiosa (Charlize Theron), despertará las hostilidades del terrateniente que avasalla con dotes dictatoriales, Immortan Joe (Hugh Keays-Byrne).
Resulta llamativo el cambio de protagonismo, sin embargo, posiciona a Max como portador de uno de los valores más importantes a nivel cinematográfico; el silencio. Desde la sombra, trasladando todo el peso a la causa de Furiosa, Miller trabaja con habilidad y maestría la importancia, clave, del guerrero que retorna de su asiduo objeto para dejarse llevar por la delicadeza de uno mayor; la redención, en un lugar repleto de los manjares en los que se fundamenta la pugna desértica.
Aporta un factor significativo a la obra, dotándola de una trama que bien podría clasificarse como ensalzamiento y rebelión de la mujer, en la que el hombre (bueno), representado por las figuras de Max y Nux (Nicholas Hoult), son utilizados como herramientas defensivas ante las ofensivas de los organismos de poder. No muestra su manipulación a manos del tirano, sino que encumbra su figura por encima de lo divino, como elemento representante del futuro social. Miller puebla de acción las dos horas de metraje, pero introduce, paulatinamente, píldoras en las que se retrata a la sociedad capitalista y desdeñosa, además de realizar un repaso, sutil y opulento, sobre la devoción de los más débiles sobre los más fuertes.
De apreciación difícil la nobleza del guión, entre acción y violencia exacerbadas, en el que la clarividencia con la que trata los problemas mundanos, en una situación post-apocalíptica, es de admirar. Otro de los grandes aciertos del director es la no renuncia a su estilo histórico, en el que los planos en movimiento y los detalles visuales, van acompañados de un montaje trepidante que provoca en el espectador una sensación de descontrol y nerviosismo imperturbables.
Los colores y texturas evocan, de manera inexorable, a sus precedentes, donde los cálidos y fríos llenan el día y la noche, respectivamente. El uso de óperas clásicas para conducir las persecuciones, transmitiendo una épica sensacional, resulta de una dimensión extra en su evolución. George Miller realiza una obra magnánima del género, extraordinaria en todos sus aspectos. Demencial en cantidad de ellos.
Desde un principio, Miller consideró imprescindible las presencias de Charlize Theron y Tom Hardy, como protagonistas de la pieza. Y claro ha quedado que no se equivocó. Ambos conforman una dupla de interpretaciones soberbias que enaltecen la maestría del cineasta para arrasar con lo superficial y ahondar en profundidades humanas que, de menor manera que en su homóloga, relucen sobre la arena del desierto. Dejando a Max en un primer segundo plano, Theron conmueve desde las entrañas con un papel de puro talento. Sin embargo, en algunos momentos del largometraje, queda lastrada por la ignominiosa capacidad de Hardy para elevarse por encima de sus compañeros, transmitiendo todas los sentimientos con una simple mirada. Un acierto indudable que lleva en volandas a una obra enclaustrada, en un primer momento, en la premisa de la acción por la acción. Destacar la aparición de un Nicholas Hoult sumamente cumplidor en un papel que evoluciona de menos a más, tornando importancia a la figura del hombre para el objeto de la mujer. Pieza clave en la justificación final. Hugh Keays-Byrne, como ya hizo en la insigne, Mad Max: Salvajes en la Autopista, aporta el grano baladí de opresión, ayudando al espectador a empatizar con los salvadores de la sociedad. Gran elenco, quienes, sin duda, han fabricando un revestimiento alrededor de la trama cuya importancia resulta esencial.
Remake soberbio y espectacular que ensalza, una vez más, la habilidad de George Miller para conformar tramas de retrato social sobre la superficialidad de la guerra más salvaje e indomable. Demencial epopeya post-apocalíptica, que resulta como la obra maestra del género, sin atisbo de duda.